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Silvia Munt. :: ROBERTO RUIZ
«Si viviera solo en la realidad estaría loca»

«Si viviera solo en la realidad estaría loca»

Silvia Munt dirige a Tristán Ulloa, Gonzalo de Castro, Eduardo Blanco y Elisabet Gelabert en 'El precio', que llega a Avilés y Gijón

M. F. Antuña

Gijón

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Viernes, 22 de febrero 2019, 11:30

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A Silvia Munt (Barcelona, 1957) le gusta estar detrás, la dirección es un sufrimiento y una pasión a la que se entrega a fondo y no quiere oír a hablar de ser ella quien se suba a las tablas. Este fin de semana llega a Asturias (mañana a Avilés y el domingo a Gijón) uno de sus últimos trabajos, 'El precio', de Arthur Miller, que lleva al escenario a Tristán Ulloa, Gonzalo de Castro, Eduardo Blanco y Elisabet Gelabert.

-Pensó en adaptar el texto a la crisis de 2008, pero al final no lo hizo. ¿Por qué?

-Lo normal es que quieras adaptarlo, llevarlo a hoy en día, pero tiene más sentido dejarlo en su época, para ver que las cosas no han cambiado, que después de un crack económico como el que hemos tenido, reaccionamos prácticamente igual, lo enfocamos igual. Aunque pase el tiempo y pensemos que hemos aprendido cosas como sociedad, cometemos los mismos errores.

-¿Alguna conclusión personal que se lleve usted?

-Es una obra tan inteligente que no te da respuestas y te quita muchas seguridades, te hace ver que somos nosotros mismos los que aceptamos esa manera de atacar la vida, hace una anatomía del alma y una despiadada disección quirúrquica de cómo somos, con la grandeza, la sutilidad y el saber hacer de los grandes. A mí me ha enseñado que ninguna decisión es pura y que nadie tiene una verdad absoluta.

-Hizo la obra en Cataluña, con unos actores, y ha vuelto a hacerla con otros en Madrid.

-Es la primera vez que me pasa. Ha sido una experiencia brutal, porque aparentemente es la misma obra y el mismo montaje, pero como el personaje responde al alma de cada actor, cada uno aporta su forma de hacer y la obra bascula hacia un lado u otro. Es un ensamblaje, una mezcla, un cóctel entre el personaje y la personalidad del actor.

-¿Pero lo pasó mejor en la primera o en la segunda?

-Yo me lo paso muy bien dirigiendo, me apasiona y me tortura, pero quizá con Gonzalo y Tristán me he reído más, hemos trabajado con mucha complicidad.

-¿Le ha gustado lo de repetir?

-Sí. Porque además tienes una cierta tranquilidad, el aval de la crítica, ya no vas a ver qué pasa. Es un buen producto que ha gustado mucho y eso me daba cierta tranquilidad y la oportunidad de redescubrir la obra; he podido disfrutar un poco más.

-¿Por qué le apasiona y le tortura dirigir?

-El trabajo de recrear momentos vitales tiene ese grado de locura, haces una inmersión total, casi esquizofrénica, en una realidad ficticia, y eso aporta equilibrio. Si viviera solo en la realidad estaría paranoica y loca, estar inmersa en otros mundos me hace revivir, es curativo. Eso no quita que haya momentos de dolor, te la estás jugando para que sea acertado, afinado, esté en su sitio, y eso crea inquietud.

-¿O sea que la realidad no es suficiente para usted?

-No es que no sea suficiente, a veces hasta es demasiado. Pero a veces es dura, decadente y cuando te sumerges en otra, respiras en otro ámbito y te hace entender la tuya.

-¿No le apetece actuar?

-Hace ya 20 años que me dedico básicamente a dirigir cine, documentales, teatro. En un momento de la vida me decanté por hacer mi primer corto, escribir mis historias. Hay algo de libertad que yo encuentro en contar historias, me da un conocimiento de mí misma más grande, me hace estar más conectada conmigo. Lo necesitaba, lo busqué premeditadamente.

-¿Cierra la puerta definitivamente a actuar?

-Creo que sí, cada vez que me lo han propuesto, de una forma casi inconsciente, he mirado hacia otro lado. Siempre dudo, pero luego acabo metiéndome en mi guion, en mi próxima obra. Hay que aprender a escucharse y hacer aquello que crees que tienes que hacer. Me da mucha alegría que la gente recuerde mi trabajo como actriz, pero estoy en el lugar donde quiero estar.

-Y ahora vuelve a hacer el viaje de Barcelona a Madrid con 'Las chicas de Mossbank Road', que va al Pavón en julio.

-No hay nada que me guste más que una obra que ha ido muy bien pueda seguir teniendo vida.

-No para llenar Madrid de teatro catalán.

-El teatro, afortunadamente, no es de aquí o de allá, es bueno o es malo, te gusta o no. Somos seres humanos a pesar de que queramos ponernos fronteras. Y cuando estás explicando algo emocionalmente desde un espectáculo, una película, cuando conecta, conecta con todo el mundo.

-¿Cómo afronta la revolución de las mujeres?

-Es de las pocas cosas que están pasando en el mundo ahora que me da alegría. Hemos dado pasos que son irremediablemente hacia delante, se ha roto un techo de cristal. Hay que seguir luchando pero en estos últimos años hemos ganado batallas importantes.

-¿Y cómo vive lo que sucede en Cataluña?

-Con muchísima preocupación. Aquí hay mucho de no haber escuchado una serie de reivindicaciones, se ha dejado enquistar excesivamente un problema, que se ha convertido en obsesión y ha alimenta a una serie partidos. Paciencia, pedagogía, diálogo y no dejarse engañar ni por una parte ni por otra es la única salida. Estoy harta de la testosterona, hay que salpicar de tolerancia, de comprensión, de respeto, no de venganza y de chulería.

-¿Qué más proyectos tiene?

-Estoy empezando a ensayar en el Teatro Lliure la adaptación de Pau Miró y mía de 'Dogville', de Lars Von Trier, que esperamos poder llevar a Madrid. Y luego haré la segunda parte de 'Casa de muñecas'.

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