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Torra, junto a su vicepresidente, Pere Aragonés (2i), y los alcaldes de Girona, Marta Madrenas, Tarragona, Pau Ricomà (d), y Lleida, Miquel Pueyo (i). Efe

Sánchez se niega a hablar con Torra hasta que no repudie la violencia

El Gobierno socialista no ve otra salida para enderezar el rumbo en Cataluña que la salida del sucesor de Puigdemont de la Generalitat

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Sábado, 19 de octubre 2019, 13:35

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Pedro Sánchez ni coge el teléfono cuando llama Quim Torra, un desplante que da una idea de la hondura del deterioro de las relaciones entre ambos. El presidente de la Generalitat reclamó hoy «día y hora» para hablar con el presidente del Gobierno, no ya de la escalada de violencia, sino del conflicto político en Cataluña. La respuesta de la Moncloa fue un frío y escueto comunicado.

El desplante irritó a Torra, que horas más tarde envió una carta a Sánchez (la vía espistolar es una de sus favoritas) en la que se quejó de que se negara a «hablar con el representante de los catalanes». También reprochó a Sánchez sus exigencias de condenas a la violencia porque «no me tiene que dar lecciones a mí de condenar y luchar contra la violencia». Negarse a dialogar, prosiguió, es «una irresponsabilidad absoluta» y demuestra que «no tiene ningún relato político ni ninguna propuesta para Catalunya».

Un poco antes, por la mañana, desde el gabinete del presidente catalán llamaron a sus homólogos en Madrid. La respuesta fue que Sánchez estaba reunido y no podía ponerse, pero que a lo largo de la tarde devolvería la llamada. Después, la Moncloa emitió una nota en la que se insta al jefe de la Generalitat a «condenar rotundamente la violencia, cuestión que no ha hecho hasta el momento». Las palabras de Torra de repudio al vandalismo son insuficientes a ojos del Gobierno. «La violencia nunca será nuestra bandera. Hacemos una llamada a la responsabilidad conjunta. Ninguna forma de violencia nos representa», dijo el presidente catalán en una declaración institucional.

Eso, a ojos de la Moncloa, no es una condena «rotunda» de los disturbios que asolan cada noche el centro de la capital catalana y otras localidades. El comunicado, además, insiste en las ideas de «primero ley y luego diálogo», y en la exigencia de que reconozca y se solidarice con las fuerzas de seguridad, que asuma la existencia de una mayoría de catalanes no independentistas y que reconstruya la convivencia en una sociedad fracturada.

Torra no da ese paso porque cada día está más solo en el Gobierno y necesita, al menos, mantener los puentes con los sectores más radicales del independentismo, incluidos los CDR, a los que nunca ha desautorizado y para los que ha tenido palabras de ánimo. El presidente catalán no cuenta desde hace tiempo con el respaldo de Esquerra, que no quiere participar, en palabras de un influyente dirigente republicano, de sus «ensoñaciones». La última, anunciar por su cuenta y sin consultar con nadie un nuevo referéndum de autodeterminación antes de que en 2021 acabe la legislatura. Pero tampoco disfruta del apoyo de los diputados del PDeCAT. Quedan a su lado los fieles a Carles Puigdemont y poco más.

 Pese a todo, Torra quiere verse con Sánchez para hablar del conflicto catalán. Ese encuentro, señaló hoy, es «más urgente que nunca» y el presidente del Gobierno, por «responsabilidad y obligación», debería concertarlo. Por eso, emplazó a Sánchez «a fijar día y hora para abrir una mesa de negociación sin condiciones para dialogar». La misma petición que viene haciendo desde el comienzo de su mandato y que trató, sin éxito, de incluir en la «Declaración de Pedralbes» de diciembre pasado, documento suscrito por el Gobierno central y la Generalitat.

Amortizado

Pero para la Moncloa, Torra es un personaje amortizado, aunque su presencia en la Generalitat es «el problema». Descartada la convocatoria de elecciones anticipadas, alternativa a la que el presidente catalán ha dado carpetazo pese a, o por, la insistencia de Esquerra, su salida de la plaza de Sant Jaume tiene dos vías: Una condena a inhabilitación del Tribunal Superior de Catalunya por desobediencia en la retirada de lazos amarillos en la pasada campaña o que ERC finiquite su colaboración en el Ejecutivo y liquide la mayoría independentista del Parlamento de Cataluña. La primera no es fácil porque si es condenado podría recurrir ante el Supremo y seguiría en el cargo. La segunda tampoco es sencilla porque Esquerra, como nadie en la política catalana, quiere quedar como el traidor (botifler) a la causa soberanista, aunque su falta de sintonía con Torra es un secreto a voces.

El Gobierno mantiene discretos canales de comunicación con los republicanos a través del vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y el portavoz en el Congreso, Gabriel Rufián. Los socialistas, sin embargo, no las tiene todas consigo con Esquerra. No se olvidan que tumbaron los Presupuestos de este año, con lo que forzaron la convocatoria de elecciones, y también sigue fresca en su memoria la negativa a respaldar la candidatura del líder del PSC, Miquel Iceta, para presidir el Senado. Para muchos en el PSOE, no son de fiar.

La sombra de Puigdemont, además, es el mejor parapeto político para Torra. El ascendiente del expresidente en la sociedad catalana es indudable y se ratifica elección a elección. Los raquíticos restos de Convergència cuando son liderados por Puigdemont muestran una inusitada pujanza en las urnas. Su mano está detrás de los movimientos de Torra y ayer tardó minutos en responder en Twitter al desplante de Sánchez: «Vaya. Era previsible que la España que no sabe pactar consigo misma y de repetir cuatro elecciones en cuatro años, tampoco sea capaz de descolgar el teléfono y hablar con quien es el representante ordinario del Estado en Cataluña».

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