El Rey coge la mano a su hija, la Princesa Leonor durante la ceremonia de entrega de los Premios. Damián Arienza
Premios Princesa de Asturias

El adiós del Rey ante la Princesa madura

Mario Draghi lanzó una apuesta a favor de una nueva Europa regida por el «federalismo pragmático» en una ceremonia con Mary-Claire King ausente

M. F. Antuña

Gijón

Sábado, 25 de octubre 2025, 02:00

Han sido 44 años, siete junto a su hija, la Princesa de Asturias, sobre el escenario, y es el momento de dejarle a ella todo el protagonismo y el liderazgo. El Rey Felipe VI pronunció en el Campoamor un discurso menos imbricado con el hoy, con la actualidad, con la situación política, el mundo y el país de lo que acostumbra en ese mismo atril, y ella, en cambio, dio un paso al frente y se mostró segura, serena, madura, capaz de bromear, de improvisar y lanzó sin dudar una mirada reposada y reivindicativa sobre la realidad que habitamos. Se escenificó así el relevo al frente de los Premios Princesa de Asturias que en la ceremonia del pasado año ya se alentaba. Ella, desde hace once años presidenta de honor de la Fundación, en pocos días cumplirá 20 años y ha de tomar el testigo: «Me corresponde –creo yo– ir cediéndole este espacio», dijo don Felipe, y anotó que lo hace con la «emoción de padre y Rey», momento en el que el público irrumpió en aplausos. Lo hace también «con la intención firme de mantenerme vinculado a los Premios, a la Fundación y a Asturias», porque «presente o no» en la Fundación saben, y su hija también, que siempre «estaré comprometido» con los objetivos y valores de los galardones.

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Pese a lo dicho, Felipe VI sí posicionó sus palabras en un hoy acuciado por el individualismo en medio de la interconexión de una sociedad cada vez más solitaria y lanzó una apuesta por la educación en valores. «La convivencia democrática tiene su gran pilar en la educación», concluyó.

Precisamente, la Princesa de Asturias habló de lo mismo pero de diferente manera para afrontar «la complejidad que nos rodea». Clamó por volver a lo esencial, a los básicos: «Al respeto por quienes piensan diferente (...), la educación, a valorar a nuestros maestros y maestras (...), a no olvidarnos de atender a quienes no lo tienen fácil». O, dicho de otra forma, «quizá haya que recordar lo que significa tratar bien al prójimo, salir de la trinchera, sacudirnos el miedo, unirnos para hacer las cosas mejor, pensar en que si no miramos al otro no sabremos construir confianza». Cuidar y defender los valores y confiar en la libertad, la justicia, la democracia, el estado social y los derechos humanos fue su apuesta ganadora.

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La gala de entrega de los Premios Princesa en imágenes

Había leído antes de este envite sus cartas analógicas a cada uno de los galardonados, una glosa con una mirada propia de su generación –la zeta, hija de una «equis y boomer»–. A Mario Draghi (Cooperación Internacional) le dijo lo que seguramente el político italiano ya sabía: «La Unión Europea (...) es nuestra mejor oportunidad para un futuro de paz, seguridad e independencia». Y a Serena Williams (Deportes), que ha demostrado que la grandeza es la capacidad de «levantarse, aprender y seguir adelante». Por cierto que citó a su hermana Venus y lanzó un guiño a la infanta Sofía que cosechó risas y aplausos: «Las hermanas cómplices son nuestra grandes aliadas y compañeras de viaje». De la doctora Mary-Claire King (Investigación Científica y Técnica), que no pudo asistir a la ceremonia por motivos de salud, reconoció su compromiso científico y social; del Museo de Antropología de México (Concordia) sostuvo que mostrar su historia es un ejercicio de concordia; de Graciela Iturbide (Artes) elogió esas imágenes que llaman a la mirada calmada; de Douglas Massey (Ciencia Sociales) subrayó que su trabajo «ha contribuido a rehumanizar la mirada hacia quien deja su país»; de Eduardo Mendoza (Letras) ensalzó su humor fino y socarrón, y de mano de Byung-Chul Han (Comunicación y Humanidades) alentó a hallar en el pensamiento y la lectura profunda las soluciones a todos los temores que él plantea.

Ella habló en el tramo final de la ceremonia, cuando los galardonados habían hecho ya el paseíllo desde sus asientos a la mesa presidencial para recibir de su mano el diploma y acercarse a compartirlo con el público: Mendoza blandiéndolo en alto, Serena derrochando glamur y presencia escénica. Y cosechando aplausos todos.

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Fue generoso el público del Campoamor, como es de rigor. Y también provocó vívidas palmadas, Graciela Iturbide que, además de fotografía, habló del hoy: «Por fortuna, el arte fotográfico no tiene fronteras, ni pasaporte, ni necesita visas, por más que algunos hombres poderosos pretendan limitar el libre tránsito entre los países y coartar la libertad de pensar y crear». Mendoza tiró de humor para provocar las carcajadas del público en más de una ocasión pero no negó que este planeta no siempre es tan simpático: «No me gusta el mundo tal cual lo veo», apuntó. Byung-Chul Han, por su parte, reveló los temores ante el liberalismo que nos gobierna y la digitalización que nos esclaviza. «El legado del liberalismo ha sido el vacío. Ya no tenemos valores ni ideales con que llenarlo», concluyó el filósofo.

Pero el gran discurso de la tarde-noche fue el de Mario Draghi. Europa necesita actuar y hacerlo ya, vino a decir. «El futuro de Europa debe ser hacia un viaje al federalismo», que no es posible en las condiciones políticas actuales. Hay alternativa: «Un nuevo federalismo pragmático» que sea flexible y capaz de actuar al margen de los mecanismos más lentos de la toma de decisiones de la UE. Solo así será posible «una Europa donde los jóvenes vean su futuro, una Europa que se niega a ser pisoteada, una Europa que actúe no por miedo al declive, sino por orgullo de lo que aún se puede lograr».

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El italiano había hablado antes de que don Felipe cerrara con su adiós el acto del Campoamor y sonara a continuación el himno de Asturias al son de las gaitas y los galardonados abandonaran el escenario mientras todo ello lo recogía el cineasta Alejandro González Iñárritu en un plano secuencia con su móvil desde el patio de butacas. Fue entonces cuando Leonor, como sucediera el año pasado, dijo la última palabra: «Quedan convocados los Premios Princesa de Asturias 2026».

  1. Rey de España Felipe VI

    Discurso íntegro

Hablar desde esta tribuna es, además de un honor, un enorme privilegio. Créanme: lo llevo haciendo desde hace 44 años, los últimos 7 junto a mi hija, la Princesa Leonor, que ha ido asumiendo gradualmente esta tarea, dando a cada paso nuevas pruebas de madurez y sensibilidad; con un papel también más activo en la vida pública.

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En consecuencia, me corresponde —creo yo— ir cediéndole ya este espacio, como Heredera de la Corona y como Presidenta de honor de la Fundación desde hace 11 años. Naturalmente, esto lo digo con emoción —de padre y de Rey— y, desde luego, con la intención firme de mantenerme vinculado a los Premios, a la Fundación y a Asturias: una tierra querida de la que no puedo concebir (¡y menos la Reina!) estar lejos. Es tanto el afecto que recibimos, son tantos los recuerdos y vivencias, que veo difícil corresponder justamente. Pero ya saben en la Fundación (¡y lo sabe Leonor!) que —presente o no— estaré siempre comprometido con sus objetivos, sus valores y su futuro.

Si hablar con los premiados es siempre un privilegio, hablar de ellos es algo necesario, un deber cívico, porque les entregamos un símbolo con el que nos unimos para ensalzarles, para agradecerles su contribución a la humanidad y aprender de ellos. Y porque una sociedad madura debe saber identificar la excelencia y reconocer el mérito. No como un fin en sí mismo, sino por lo que tienen de ejemplo: de luz en el camino que cada uno debemos recorrer.

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Hay un camino en el pensamiento lúcido, complejo y de denuncia de Byung-Chul Han; en el análisis sociológico y demográfico de las migraciones de Douglas Massey; en los trabajos de la genetista Mary-Claire King; en la ironía elegante y el pulso narrativo de Eduardo Mendoza; en la garra y el espíritu competitivo de Serena Williams; en la verdad descarnada de los paisajes y retratos de Graciela Iturbide; en la dedicación de Mario Draghi al progreso y al consenso, especialmente europeo, y en la excepcional labor divulgativa e investigadora del Museo Nacional de Antropología de México.

Esos caminos que celebramos en esta ceremonia se revelan aún con más nitidez en los encuentros que han tenido durante toda esta semana con el público en Oviedo y otros lugares; en la curiosidad e interés de los jóvenes que acuden a esos actos, en sus preguntas, sus aplausos y, sobre todo, en sus caras. Esa interacción directa durante la semana de los Premios es un gran acierto de la Fundación: es enseñanza y aprendizaje; pero es, ante todo, conversación. Hay mucho de espíritu socrático en esos encuentros.

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Vivimos en un mundo que se debate —demasiado a menudo— entre dos extremos que son, por igual, inquietantes. Tenemos por un lado el cultivo de un individualismo radical, que —si no se embrida de algún modo— puede llevar tanto a la indiferencia como a la soledad. Parece paradójico que sociedades tan interconectadas como las actuales estén tan llenas de personas que están solas, se sienten solas, o tienen problemas para comunicarse.

Y existe, por otro lado, una pulsión globalizadora que todo lo homogeneiza, que oscurece las diferencias, las singularidades; que degrada la diversidad. Y lo hace en favor de comportamientos gregarios, sujetos muchas veces a los dictados —sutiles, pero persistentes— de una red, de un algoritmo, de una pantalla.

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Sobre ese debate —en muchas ocasiones interesado—, sobrevuelan los valores. Y la educación.

Educar en valores no consiste en negar la realidad que nos toca vivir, ni tampoco en huir de cambios tecnológicos que son parte ya de nuestra vida y que, gestionados con sentido ético, pueden ser un aporte extraordinario para todos. Consiste en encontrar ese camino intermedio entre la comunidad y la persona, entre el respeto por lo colectivo y el valor del individuo.

Educar en valores es potenciar la vida en sociedad sin abandonar el complejo universo moral que se encierra en cada uno de nosotros, y que se perfecciona con la convivencia. Es abrir a la persona a una manera de vivir mejor, con más plenitud, con más conciencia del ser y el estar en el mundo.

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La convivencia democrática tiene su gran pilar en la educación. Mientras seamos capaces de inculcar en quienes vienen detrás de nosotros los principios y valores por los que hemos luchado, les estaremos dando las herramientas para construir su futuro.

Esa dimensión didáctica está muy presente en los Premios Princesa de Asturias: en este homenaje a un grupo de personas excepcionales, cuyo camino —largo, fecundo y exitoso— merece ser reconocido. No para seguirlo, ni para imitarlo, sino para aprender cómo se hace: cómo se traza y cómo se recorre un buen camino.

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Recibamos su ejemplo como una palabra de ánimo que nos alumbra en nuestra propia andadura, como la experiencia de los mejores que nos inspira, también, para ayudar a mejorar en lo posible la sociedad en que vivimos.

Hoy les felicitamos y honramos con gratitud su trabajo. Gracias a la Fundación Princesa de Asturias y a sus patronos por hacer esto posible, y gracias de corazón a los asturianos por su afecto, entusiasmo y calidez cada otoño; y por hacer de estos Premios una parte esencial de nuestra memoria colectiva.

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