Graciela Iturbide: «La fotografía no es la verdad, sino la interpretación de una realidad»
La fotógrafa mexicana reivindicó el sincretismo cultural de México y afirmó sentirse «ciudadana del mundo»
«¿No resulta paradójico otorgarme el prestigiado Premio Princesa de Asturias de las Artes por una hazaña tan circunscrita?», comenzó su discurso Graciela Iturbide en el Teatro Campoamor. La fotógrafa mexicana y Premio Princesa de Asturias de las Artes, referente internacional, recordó que lleva más de medio siglo mirando el mundo «por una ventanita de unos centímetros cuadrados». Con esa imagen, la fotógrafa mexicana subrayó que su obra no busca capturar la verdad, sino interpretarla: «La fotografía no es la verdad, sino la interpretación de una realidad que el artista aprehende en función de sus conocimientos, sus emociones, sus sueños y su intuición». Recordó que su cámara ha sido un medio para comprender el mundo y acercarse a las culturas, especialmente al universo indígena de México, al que dedicó sus mejores años. «Si al ver mis fotos la gente dice: 'Esto es México', yo contesto: 'No, esto es Graciela Iturbide'», afirmó con ironía, aunque reconoció que algunas de sus imágenes ya forman parte del imaginario colectivo de su país.
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La artista reivindicó el sincretismo que define tanto a México como a su propia identidad, fruto de la fusión de culturas, y evocó la huella de los intelectuales españoles exiliados tras la Guerra Civil en la vida cultural mexicana. Rechazó que su obra sea calificada de «mágica» y defendió, en cambio, la búsqueda de poesía y misterio en cada imagen: «Nunca he construido ninguna fotografía; todas han sido fruto del azar o del encuentro». Citó a su maestro Manuel Álvarez Bravo, quien le enseñó que «no hay que apresurarse, hay tiempo, hay tiempo», y concluyó con una declaración de principios: más allá de su raíz mexicana, se considera «ciudadana del mundo», convencida de que el arte fotográfico «no conoce fronteras, ni tiene pasaporte, ni necesita visas».
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Premio Princesa de Asturias de las Artes Graciela Iturbide
Discurso íntegro
Majestades,
Altezas Reales,
Distinguidos miembros de la Fundación Princesa de Asturias,
Estimados miembros del Jurado,
Queridos galardonados,
Señoras y Señores,
Amigos:
He pasado más de medio siglo de mi vida mirando al mundo por una ventanita que apenas mide unos escasos centímetros cuadrados. ¿No resulta paradójico otorgarme el prestigiado Premio Princesa de Asturias de las Artes por una hazaña tan circunscrita? Lo agradezco y me siento muy honrada, pero mis méritos no rebasan estos cuantos centímetros de quimera. Porque no cabe duda: la fotografía no es la verdad, sino la interpretación de una realidad que el artista aprehende en función de sus conocimientos, sus emociones, sus sueños y su intuición. Ya lo decía el lúcido Brassaï: «La vida no puede ser captada ni por el realismo ni por el naturalismo, sino solamente por el sueño, el símbolo o la imaginación».
Todo lo que fotografié a lo largo de mi vida me ha llenado el espíritu y me ha empujado a repetir el proceso una y otra vez. La fotografía, para mí, crea un sentimiento de comprensión hacia lo que veo, lo que vivo y lo que siento, y es un buen pretexto para conocer el mundo y sus culturas. Si al ver mis fotos, la gente dice: «Esto es México», yo contesto: «No, esto es Graciela Iturbide», pero no me siento dueña de mis imágenes, ni temo que las utilicen y hasta las manipulen. Algunas de mis imágenes ya forman parte del imaginario mexicano. Para mí, no es un logro, ni un riesgo. Es tan sólo un reflejo de México, de lo que veo en mi país.
La parte más conocida de mi obra retrata el mundo indígena de México. Le he dedicado mis mejores años y gracias a ella, recorrí buena parte de mi país, sobre todo las regiones apartadas y desfavorecidas donde sobreviven y resisten los indígenas. Sin embargo, al igual que la inmensa mayoría de los mexicanos, soy el resultado de la fusión entre dos culturas, dos visiones del mundo casi siempre encontradas. La historia de México es la del sincretismo que
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me habita y no podría sacrificar una de sus vertientes sin mutilarme a mí misma. A raíz de la Guerra civil española, llegaron a México intelectuales y artistas que enriquecieron nuestra vida cultural y nos inspiraron con sus talentos y sus conocimientos. No puedo olvidarlos en un momento como éste.
No me gusta que digan que mi fotografía es mágica. Más me interesa, y no sé si lo logro siempre, que haya una dosis de poesía en ella. La fotografía juega con una ambigüedad: devela un fragmento de realidad que yo procuro volver a velar, con el objeto de no dilapidar el misterio que recoge. Por más que el espectador a veces lo dude, debo precisar que nunca he construido ninguna imagen. Todas han sido el fruto del azar o el resultado de un encuentro. A mi maestro Manuel Álvarez Bravo le debo el consejo más decisivo para volverse un buen fotógrafo: «No hay que apresurarse, decía él, hay tiempo, hay tiempo». La fotografía es el arte que lidia principalmente con el tiempo, que lo desafía, lo fija y, a veces, también lo mata.
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Para terminar, quisiera dejar claro que más allá del sincretismo que me constituye, ante todo me considero una ciudadana del mundo. Por fortuna, el arte fotográfico no conoce fronteras, ni tiene pasaporte, ni necesita visas, por más que algunos hombres poderosos pretendan limitar el libre tránsito entre los países y coartar la libertad de pensar y de crear.
Muchas gracias.
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