Alicia Varela
Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025: Byung-Chul Han

El filósofo que puso nombre a nuestro malestar

Armando Menéndez

Presidente de DAF

Viernes, 24 de octubre 2025, 11:06

La nuestra es la época del cansancio. Ya no nos persigue el látigo de un amo exterior: hemos aprendido a flagelarnos con nuestra propia ambición. El verdugo duerme en la misma cama que la víctima. Nos levantamos cada día con la sonrisa del éxito en los labios y la losa invisible del agotamiento en la espalda. La depresión no es un accidente: es la música de fondo de una civilización que confunde libertad con exigencia, y vida con rendimiento. Han no inventa esta melodía, pero supo ponerle nombre. Y nombrar, a veces, es el primer paso para sanar.

El Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025 ha recaído en Byung-Chul Han, filósofo germano-coreano convertido en uno de los autores ... más leídos de nuestra época. El reconocimiento es merecido, aunque invita a reflexionar: ¿Qué tiene Han que lo hace tan exitoso cuando tantos otros pensadores han abordado antes los mismos problemas?

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Sus diagnósticos son claros: la autoexplotación y la obsesión por el rendimiento nos han sumido en una «sociedad del cansancio», donde el individuo, creyéndose libre, se exprime hasta la depresión y la fatiga. La cultura de la transparencia nos obliga a exhibirnos sin descanso, diluyendo intimidad, secreto y confianza. Y la psicopolítica del neoliberalismo convierte la libertad en una nueva forma de sumisión voluntaria.

Estas ideas, sin embargo, no nacen de la nada. Ya Michel Foucault habló de biopolítica y control de los cuerpos; Guy Debord denunció la sociedad del espectáculo; Zygmunt Bauman describió la modernidad líquida y sus vínculos frágiles; Nietzsche y Heidegger advirtieron del nihilismo y la técnica como fuerzas devastadoras. Han no es un pionero absoluto, sino un intérprete que destila esas herencias en fórmulas brillantes y memorables.

Ahí reside parte de su fuerza: no tanto en la originalidad conceptual como en la claridad con que nombra lo que muchos sienten pero no saben articular. La 'sociedad del cansancio' o la 'sociedad de la transparencia' se han convertido en expresiones de uso común, casi memes culturales. Con un estilo breve, aforístico, más literario que académico, Han logra lo que otros filósofos no consiguieron: ser leído por miles de personas ajenas a la filosofía profesional.

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No faltan voces críticas que lo acusan de superficialidad o de ser un «filósofo de Instagram».

Y sí, sus textos se leen en un par de horas, sin notas al pie ni grandes sistemas conceptuales.

Pero precisamente en esa economía de palabras radica su atractivo. En una sociedad que apenas concede tiempo para detenerse, sus libros funcionan como destellos que prenden en la conciencia del lector. Son chispazos que invitan a pensar, más que tratados que pretenden cerrar el pensamiento.

El jurado del Premio ha valorado dos méritos principales: su capacidad para interpretar con nitidez los desafíos de la digitalización y del neoliberalismo, y su habilidad para expresarlos en un lenguaje accesible. Han conectado con lectores de generaciones muy distintas, algo raro y valioso. En un tiempo en que la filosofía académica corre el riesgo de enclaustrarse en sí misma, Han la devuelve al foro público, allí donde la vida sucede.

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Pero no se limita a la crítica. Su propuesta, lejos de ser catastrofista, es una invitación a recuperar el arte de la contemplación y de la lentitud. Frente a la autoexplotación y la exposición constante, defiende el silencio, el jardín secreto, la música analógica, el valor de no decirlo todo ni mostrarse siempre. Como amante de la lectio divina, reconozco en sus palabras una llamada cercana: detenerse, mirar, dejarse interpelar por lo simple y lo bello.

¿Por qué tanto éxito entonces? Porque Han ha sabido traducir la crítica filosófica a un lenguaje de época: breve, certero, atravesado por el malestar común. Ha aparecido en el momento justo, cuando la pandemia, la hiperconexión y la depresión social hicieron evidente aquello que él había descrito con antelación. Y también porque su biografía –un pensador coreano en Alemania, discreto y austero– refuerza la imagen de un sabio entre Oriente y Occidente, capaz de tender puentes entre mundos culturales.

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Celebro este premio no solo como homenaje a un filósofo, sino como afirmación de la necesidad contemporánea de desacelerar, reflexionar y habitar nuestra interioridad. En un planeta que nos empuja a producir, consumir y exhibirnos sin descanso, la propuesta de Han suena revolucionaria en su sencillez: redescubrir el silencio, alegrarse de no tener que decirlo todo y reencontrar el gozo de no ser vistos.

Byung-Chul Han no nos entrega recetas ni dogmas. Nos ofrece espejos donde reconocernos y palabras que nos recuerdan lo que hemos olvidado: que vivir no es agotarse, sino aprender a contemplar. Y, en tiempos de crisis, eso no es poca cosa. Eso, en realidad, es medicina.

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