Una corbata rebelde y un dobladillo descosido: lo que no se vio del Reconquista
Cerca de 600 invitados disfrutaron de un menú con fabes y merluza del Cantábrico tras una mañana en la que no faltaron los sobresaltos
«Salam aleikum», saludó pasado este mediodía con una energía digna de una eléctrica el presidente ejecutivo de Iberdrola, Ignacio Galán, al oftalmólogo Luis Fernández-Vega en el hall del Reconquista. Un don de lenguas que el empresario le explicaba acto seguido al médico ovetense -«Es que acabo de llegar de Catar»- antes que ambos se estrechasen las manos con la intensidad propia de quien se reencuentra año tras año en «el oasis que son los Premios Princesa de Asturias», como muy atinadamente resumió el geógrafo y exrector gijonés Rafael Puyol, que también andaba por allí, de corrillo en corrillo.
Pero ni siquiera ese remanso de paz presidido por un espectacular centro de orquídeas blancas donde cada octubre se da cita el poder económico (cada vez más) y político (cada vez menos) de este país está a salvo de las inclemencias. Así que, mientras que unos y otros veían y se dejaban ver, acordaban que hacía «un día fenomenal, aunque salimos antes a navegar y el mar estaba movidito» y que «todas estamos estupendas», el filósofo Byung-Chul Han, ese hombre que confía en «que pronto colapse el sistema» pedía ayuda al personal de la Fundación, incapaz de anudarse la dichosa corbata al cuello.
Y, mientras en el piso de arriba la Reina doña Letizia imitaba el acento de la gran Chavela Vargas en la audiencia con los estudiantes más brillantes de la Universidad de Oviedo, en la planta inferior una apurada Rosa Fuentes, esposa del embajador de México en España, Quirino Ordaz Coppel, pedía «un costurero», horrorizada al comprobar que se le había descosido el dobladillo del pantalón. Un contratiempo menor que ella misma solucionó sobre la marcha, aguja e hilo en ristre.
Había elegido la mujer del embajador un dos piezas en seda verde pavo real adquirido en Nueva York que combinó con unos salones de Valentino en una mañana marcada por los estilismos de eso que llaman lujo silencioso en burgundy -vino, burdeos o granate de toda la vida-, ese color que los expertos asocian a la sofisticación y a la pasión madura. Muy a tono, por cierto, con el amor que se demostraron el periodista Pedro J. Ramírez y la abogada Cruz Sánchez de Lara, que paseaban el hall agarrados de la mano cuando un equipo médico salía de asistir a la genetista Mary-Claire King, ligeramente indispuesta.
Se perdió les fabes, las verduras salteadas, la merluza del Cantábrico, el jamón y los quesos de la tierra, la estación de ensaladas, les casadielles y los carbayones que aguardaban dentro a los cerca de 600 invitados que compartieron mesa y mantel con la Familia Real antes de encarar la tarde de los Premios. Pero, como zanjaba en otro corrillo el armador Antonio Suárez, el 'rey del atún', que no es Byung-Chul Han ni tampoco filósofo pero sabe de sobra de qué va esto, «hay que darle gracias a Dios también por el dolor, porque estamos vivos». Solo faltó un mariachi.