Felipe VI cede el testigo a Leonor en los Premios Princesa, pero mantendrá su compromiso «presente o no»
El Rey reivindica la educación en valores como el «gran pilar» de la convivencia democrática en un discurso más corto y contenido con el que quiso ceder el protagonismo a su hija
El esperado discurso del Rey Felipe VI en la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias sonó a despedida. El monarca, que ofreció una intervención más breve y contenida de lo habitual, quiso así dar un paso atrás para poner el foco en su hija, la Princesa Leonor, quien le acompaña desde hace siete años en la entrega de estos galardones y está llamada a presidirlos. Quizá, a tenor de las palabras de su padre, el próximo año.
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Ante un Teatro Campoamor abarrotado, Felipe VI reconoció la «emoción» que, como padre y como Rey, le supone ver a su hija asumir gradualmente mayor protagonismo en esta cita y en la vida pública, «dando a cada paso nuevas pruebas de madurez y sensibilidad». Y aunque subrayó el «honor» y el «enorme privilegio» que representa para él participar en esta ceremonia, que lleva presidiendo 44 años, admitió que ha llegado el momento de ir «cediendo ya este espacio» a la Princesa, heredera de la Corona y presidenta de honor de la Fundación desde hace once años.
La Princesa Leonor ya será este sábado la protagonista absoluta en Valdesoto, con motivo de la celebración del Pueblo Ejemplar de Asturias, ya que, por primera vez, el Rey no pronunciará discurso y sólo intervendrá su hija tras recorrer, junto a sus padres y su hermana, la localidad sierense para conocer de primera mano su tradición teatral, los sidros, las comedias y los carroces. Quizá el próximo año la Heredera de la Corona tome también el testigo en el Teatro Campoamor, o al menos así se interpretó de las palabras del monarca, cuyas declaraciones sonaron al final de una etapa que comenzó cuando el Rey Felipe VI aún era Príncipe de Asturias y apenas tenía 13 años.
No fue, en todo caso, una despedida radical. El Rey se comprometió a mantener su vinculación con los Premios y por supuesto con Asturias, «una tierra querida de la que no puedo —¡y menos la Reina!— concebir estar lejos», y aseguró que seguirá comprometido, «presente o no», con los objetivos, valores y el futuro de la Fundación Princesa de Asturias.
El Rey insistió en el «privilegio» que supone acudir cada año a Oviedo para ensalzar la figura de los premiados para «agradecerles su contribución a la humanidad» y «aprender de ellos» y quiso tener, como cada año, palabras de reconocimiento para cada uno de los galardonados. Así, reconoció el «camino en el pensamiento lúcido, complejo y de denuncia» del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades y puso en valor el «análisis sociológico y demográfico de las migraciones» del sociólogo estadounidense Douglas Massey, galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. Citó los trabajos de la genetista Mary-Claire King, Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica y se refirió a la «ironía elegante y el pulso narrativo» del escritor catalán Eduardo Mendoza, Premio Princesa de Asturias de las Letras.
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«Garra y espíritu competitivo»
También destacó la «garra y el espíritu competitivo» de la tenis estadounidense Serena Williams, quien recibió el Premio Princesa de Asturias de los Deportes, la «verdad descarnada» de los paisajes y retratos de la fotógrafa Graciela Iturbide, Premio Princesa de Asturias de las Artes y la «dedicación al progreso y al consenso» del economista y ex presidente del Consejo de Ministros de Italia, Mario Draghi, Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional. Y, por último, aplaudió la «excepcional labor divulgativa e investigadora» del Museo Nacional de Antropología de México, que recibió el Premio Princesa de Asturias de la Concordia.
Quiso Felipe VI, en lo que podría ser su último discurso en la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias, dedicar unas palabras de reconocimiento a las actividades que la fundación que dirige Teresa Sanjurjo González organiza con motivo de estos galardones y que, destacó, no sólo generan interés entre los jóvenes, sino que les permiten tener una «interacción directa» con los galardonados. «Es un gran acierto de la Fundación: es enseñanza y aprendizaje; pero es, ante todo, conversación. Hay mucho de espíritu socrático en estos encuentros», subrayó.
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El monarca reivindicó la educación en valores como el «gran pilar» de la convivencia democrática, en un momento en que el mundo, dijo, se debate entre el «cultivo de un individualismo radical» y una «pulsión globalizadora que todo lo homogeneiza, que oscurece las diferencias y singularidades, y que degrada la diversidad».
Frente a ello, Felipe VI abogó por una educación «en valores» que, en su opinión, no debe entenderse como una negación de la realidad que nos toca vivir ni como un rechazo a los avances tecnológicos. «Consiste en encontrar ese camino intermedio entre la comunidad y la persona, entre el respeto por lo colectivo y el valor del individuo», reclamó. Una dimensión «didáctica» que, según el Rey, ofrecen los Premios Princesa de Asturias al reconocer a personas «excepcionales», cuyo ejemplo debe servir para «alumbrar nuestra propia andadura» e «inspirarnos para ayudar a mejorar, en lo posible, la sociedad en que vivimos».
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Finalizó su emotivo discurso agradeciendo una vez más el cariño con el que, cada año, los asturianos reciben a la Familia Real y por hacer de estos premios «una parte esencial de nuestra memoria colectiva».
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Rey de España Felipe VI
Discurso íntegro
Hablar desde esta tribuna es, además de un honor, un enorme privilegio. Créanme: lo llevo haciendo desde hace 44 años, los últimos 7 junto a mi hija, la Princesa Leonor, que ha ido asumiendo gradualmente esta tarea, dando a cada paso nuevas pruebas de madurez y sensibilidad; con un papel también más activo en la vida pública.
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En consecuencia, me corresponde —creo yo— ir cediéndole ya este espacio, como Heredera de la Corona y como Presidenta de honor de la Fundación desde hace 11 años. Naturalmente, esto lo digo con emoción —de padre y de Rey— y, desde luego, con la intención firme de mantenerme vinculado a los Premios, a la Fundación y a Asturias: una tierra querida de la que no puedo concebir (¡y menos la Reina!) estar lejos. Es tanto el afecto que recibimos, son tantos los recuerdos y vivencias, que veo difícil corresponder justamente. Pero ya saben en la Fundación (¡y lo sabe Leonor!) que —presente o no— estaré siempre comprometido con sus objetivos, sus valores y su futuro.
Si hablar con los premiados es siempre un privilegio, hablar de ellos es algo necesario, un deber cívico, porque les entregamos un símbolo con el que nos unimos para ensalzarles, para agradecerles su contribución a la humanidad y aprender de ellos. Y porque una sociedad madura debe saber identificar la excelencia y reconocer el mérito. No como un fin en sí mismo, sino por lo que tienen de ejemplo: de luz en el camino que cada uno debemos recorrer.
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Hay un camino en el pensamiento lúcido, complejo y de denuncia de Byung-Chul Han; en el análisis sociológico y demográfico de las migraciones de Douglas Massey; en los trabajos de la genetista Mary-Claire King; en la ironía elegante y el pulso narrativo de Eduardo Mendoza; en la garra y el espíritu competitivo de Serena Williams; en la verdad descarnada de los paisajes y retratos de Graciela Iturbide; en la dedicación de Mario Draghi al progreso y al consenso, especialmente europeo, y en la excepcional labor divulgativa e investigadora del Museo Nacional de Antropología de México.
Esos caminos que celebramos en esta ceremonia se revelan aún con más nitidez en los encuentros que han tenido durante toda esta semana con el público en Oviedo y otros lugares; en la curiosidad e interés de los jóvenes que acuden a esos actos, en sus preguntas, sus aplausos y, sobre todo, en sus caras. Esa interacción directa durante la semana de los Premios es un gran acierto de la Fundación: es enseñanza y aprendizaje; pero es, ante todo, conversación. Hay mucho de espíritu socrático en esos encuentros.
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Vivimos en un mundo que se debate —demasiado a menudo— entre dos extremos que son, por igual, inquietantes. Tenemos por un lado el cultivo de un individualismo radical, que —si no se embrida de algún modo— puede llevar tanto a la indiferencia como a la soledad. Parece paradójico que sociedades tan interconectadas como las actuales estén tan llenas de personas que están solas, se sienten solas, o tienen problemas para comunicarse.
Y existe, por otro lado, una pulsión globalizadora que todo lo homogeneiza, que oscurece las diferencias, las singularidades; que degrada la diversidad. Y lo hace en favor de comportamientos gregarios, sujetos muchas veces a los dictados —sutiles, pero persistentes— de una red, de un algoritmo, de una pantalla.
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Sobre ese debate —en muchas ocasiones interesado—, sobrevuelan los valores. Y la educación.
Educar en valores no consiste en negar la realidad que nos toca vivir, ni tampoco en huir de cambios tecnológicos que son parte ya de nuestra vida y que, gestionados con sentido ético, pueden ser un aporte extraordinario para todos. Consiste en encontrar ese camino intermedio entre la comunidad y la persona, entre el respeto por lo colectivo y el valor del individuo.
Educar en valores es potenciar la vida en sociedad sin abandonar el complejo universo moral que se encierra en cada uno de nosotros, y que se perfecciona con la convivencia. Es abrir a la persona a una manera de vivir mejor, con más plenitud, con más conciencia del ser y el estar en el mundo.
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La convivencia democrática tiene su gran pilar en la educación. Mientras seamos capaces de inculcar en quienes vienen detrás de nosotros los principios y valores por los que hemos luchado, les estaremos dando las herramientas para construir su futuro.
Esa dimensión didáctica está muy presente en los Premios Princesa de Asturias: en este homenaje a un grupo de personas excepcionales, cuyo camino —largo, fecundo y exitoso— merece ser reconocido. No para seguirlo, ni para imitarlo, sino para aprender cómo se hace: cómo se traza y cómo se recorre un buen camino.
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Recibamos su ejemplo como una palabra de ánimo que nos alumbra en nuestra propia andadura, como la experiencia de los mejores que nos inspira, también, para ayudar a mejorar en lo posible la sociedad en que vivimos.
Hoy les felicitamos y honramos con gratitud su trabajo. Gracias a la Fundación Princesa de Asturias y a sus patronos por hacer esto posible, y gracias de corazón a los asturianos por su afecto, entusiasmo y calidez cada otoño; y por hacer de estos Premios una parte esencial de nuestra memoria colectiva.
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