La Princesa sin cuento
Leonor de Borbón compagina una vida apartada de las cámaras, muy distinta a las del resto de los herederos europeos de su edad, con una estricta formación
Si algo quedó claro desde que los Reyes Felipe y Letizia tuvieron a su primera hija fue la intención de la pareja de mantener a la pequeña alejada lo más posible del foco público. Quizás ya no nos acordemos, pero se pueden contar con los dedos de la mano las imágenes de la Princesa de Asturias en su infancia y más aún en su adolescencia. Tanto Leonor como su hermana, la Infanta Sofía, aparecen por cuentagotas, casi siempre en actos oficiales y de relevancia institucional, en sus distintas etapas educativas y quizás en alguna salida programada por las calles, por ejemplo, en su periodo vacacional en Palma de Mallorca cada verano o acudiendo a alguna sesión de cine en Madrid, una afición inculcada en las dos hermanas por doña Letizia, cinéfila confesa. No hay muchas más escenas de ambas jóvenes recogidas en imágenes que se hayan hecho públicas. Siempre ha sido así por lo que el público español se ha ido acostumbrando de manera natural a que Leonor y Sofía no estén todo lo presentes que cabía esperar dada su condición de personalidades públicas.
Lograr ese equilibrio entre los compromisos institucionales y la intimidad de la vida privada, sobre todo en etapas trascendentales como son la niñez y la juventud, ha sido algo buscado y premeditado por los Reyes. Ahora a su regreso a Asturias, con motivo de la entrega de los premios que llevan su nombre, vuelve a repetirse este modus operandi. La Princesa y su hermana reaparecen a ojos de todos en los actos solemnes e institucionales vinculados a la gala y nada más. Esta manera de conducir la imagen de Leonor y Sofía en la Casa del Rey nada tiene que ver con la de otras monarquías europeas en las que los jóvenes vástagos de la realeza aparecen en situaciones más distendidas y cotidianas. Incluso es habitual verles en los eventos reales que se celebran a lo largo de todo el año: cumpleaños, entronizaciones, despedidas, bodas o bautizos. A Leonor y a Sofía siempre se las ha mantenido al margen de ese boato de festividades quizás con la estudiada intención de crear una imagen de la Familia Real comprometida con la realidad de su entorno. El experimento de momento rueda a la perfección y con la naturalidad deseada porque la agenda de don Felipe y doña Letizia ha sido así, es decir no se trata de un cambio en la gestión ni un lavado de imagen. Mantener un perfil sutil entre el marasmo del icónico fulgor de las monarquías europeas para mostrarse más cercanos y accesibles crea un efecto balsámico entre los críticos con las jefatura del Estado hereditarias.
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La sobreexposición de la Princesa y la Infanta en eventos lúdicos opulentos puede no encajar en un país que busca una marca España muy definida: la de ofrecer la imagen de una sociedad avanzada y moderna, pero también con la mirada puesta en las distintas velocidades sociales configuradas sin duda por las brechas que generan los avances tecnológicos, la incorporación de emigrantes a puestos de trabajo con menor cualificación y el envejecimiento de la población, entre otras. A ese caldo de cultivo se suman los problemas derivados de la corrupción política y las secuelas de una traumática desgracia natural como fue la dana de Valencia.
Por eso se lima con precisión cada aparición de la Princesa de Asturias. Se trasladan sus imágenes en la detallada formación que está recibiendo de los tres ejércitos, rodeada de compañeros como una más sin serlo. Y por eso la celebración de los Premios Princesa de Asturias se prepara en la Casa del Rey con especial dedicación y compromiso. No es solo la celebración más importante a la que asiste Leonor es el momento en el que su Principado le brinda la escenografía perfecta para proyectar una imagen de acuerdo a lo que se espera de su futuro papel como Jefa del Estado.
Aquí, en Oviedo, rodeada de los premiados y premiadas, referentes de excelencia en cada uno de los ámbitos laureados, da Leonor de Borbón Ortiz sus pasos más determinantes como Heredera al Trono. Aquí conoce la Princesa la concordia en su máxima expresión, lo más impactante de las artes, la conmoción del mensaje literario, la fuerza transformadora del pensamiento, la capacidad tractora de la cooperación, los saltos gigantes de la ciencia o las azañas de deportistas insuperables. A través del palmarés de una lista de premios a los que ha ido estudiando y conociendo desde niña, Leonor, al menos desde los diez años que la Fundación lleva ya su nombre, agranda sin duda su visión del mundo en el que le ha tocado vivir, alejada, aunque sea de manera pública, de exhibicionismos superficiales.
Las fotografías que acompañan estas líneas son de hecho el resumen de un año austero en las formas y casi estoico tras su paso por el Juan Sebastián Elcano, con parada en Gijón incluida, y su ingreso en el Ejército del Aire. La alférez Leonor llega así a Asturias, como una Princesa muy alejada del cuento.
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