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CHELO TUYA
Jueves, 14 de junio 2018, 16:39
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El próximo mes de septiembre cumplirá 83 años. No repetirá la gran fiesta de su 80 aniversario, pero sí planea celebrarlo. Y, como cada año, irse luego a Miami, una ciudad en la que se inició como cardiólogo y a la que ha seguido eternamente atado. No obstante, Prudencio Díaz de Monasterio-Guren (Gijón, 1934) no reniega de un Gijón en el que abrió la primera consulta que disponía de holter, ha sido el galeno de más de 22.000 personas o el 'médico de los gitanos'. Un Gijón en el que sigue siendo el presidente de la Fundación Monasterio y de Muniello Electricidad. Un Gijón desde el que sueña con viajar a Australia.
¿Quién es Prudencio Díaz de Monasterio-Guren?
(Sonríe socarrón y mira para todas partes) No sé, ¿lo conozco?
Un cardiólogo que preside la Fundación Monasterio y Muniello Electricidad.
Y el indio hice mucho también.
Comenzó a practicar medicina en Estados Unidos.
Por eso digo que hice el indio: volví (risas).
¿Se arrepiente?
Miami es un lugar estupendo y Gijón, aunque tiene sol, es más gris.
¿Volvió por amor?
No, una dama me siguió desde allí, pero no le gustó Gijón y se fue. Volví porque, para tener la residencia estadounidense, necesitaba salir para luego volver a entrar. Una vez aquí, ya me engancharon.
Dicen que no quería ser médico.
No. Yo quería ser químico y cambiar el mundo. Incluso me había comprado libros. Pero mi padre, que era comerciante, me obligó a estudiar Medicina. No me gustaba nada, pero fui el primero de la clase.
¿Por qué cardiólogo?
Por el sol.
¿Cómo por el sol?
Estaba haciendo la residencia en Chicago, donde hace un frío tremendo, y yo quería un lugar de más sol. Mi ilusión era ser radiólogo, así que busqué en Estados Unidos dónde hacer esa especialidad. Encontré plaza en Honolulu, pero, cuando fui a decírselo a mis superiores se negaron. Me obligaron a ir a un hospital universitario. Así que seguí buscando sol y encontré cardiología en Miami. No tuvieron más remedio que firmarme la carta. Y en Miami me quedé.
Y le pilló la revolución Cubana.
Sí, era un Miami caliente. Llegó la emigración masiva de cubanos. Como yo hablaba español y había que darles cursos a los médicos que venían de Cuba, me lo encargaron.
¿Qué diferencia había entre la medicina que dejó en Miami y la que se encontró en Gijón?
Buenooo... Era más adelantada.
¿Hay ahora esa diferencia?
No, ahora estamos parecidos.
En Asturias se implantan ahora corazones artificiales.
Hum (niega con la cabeza). A ver cómo acaba eso.
¿Le genera dudas?
Muchas. Yo no me pondría un corazón artificial, aunque es verdad que no conozco todo los detalles.
Y eso que trabajó casi hasta ayer.
El año pasado tuve la última consulta, sí. Yo conozco más los trasplantes de órganos humanos.
Y es amigo de Valentín Fuster.
Sí. Me encargaron preguntarle si vendría a recibir el Premio Príncipe de Asturias, que le dieron en 1996. Todos los años, cuando viajo a Miami, aprovecho para ir a verle a Nueva York. Me invita a sus conferencias. Aprendí mucho de él y de todos sus invitados.
«Rocío murió en mis brazos»
¿Qué trajo de Miami en 1965?
Dicen que en mi consulta hubo las primeras pruebas de esfuerzo, el primer holter. Siempre fui médico privado. Aunque trabajé para muchos hospitales, nunca fui funcionario.
¿Cuántos pacientes llegó a tener?
En la consulta, más de 22.000 historias. Pero luego también está la gente que no hacía historias, las consultas nocturnas... Yo siempre estaba disponible. Y también fui el médico de los gitanos.
¿Y ese título?
Me lo dieron ellos. Si no tenían dinero, yo no cobraba o pedía la voluntad. Y gané más que con otros.
Fue el médico de las plataformas petrolíferas.
Sería porque era de los pocos que hablaba inglés... Cuando estuvieron en el Cantábrico buscando petróleo yo era el médico. Me venían a buscar en helicóptero.
Con tanto trabajo, ¿qué le decían en casa?
Que trabajara más. Siempre hemos sido muy trabajadores. Mi mujer, Rocío González-Hontoria, era hija de uno de los ingenieros que puso en marcha Ensidesa. Nos casamos en 1967 y en 2007 murió en mis brazos, fue de repente, pero fumaba mucho.
¿Qué es lo mejor para el corazón?
Amar mucho.
¿Algo además de eso?
No fumar, beber con moderación y hacer mucho ejercicio. Yo atravesaba nadando toda la playa de San Lorenzo, bajaba corriendo desde mi casa e iba en bicicleta a Llanes. Ahora hago lo que puedo.
¿Tuvo pacientes famosos?
Entre tanta gente, alguno habría. Sí, recuerdo que atendí de urgencia a Carlos Arias Navarro, que se puso malo en Salinas. Quedó tan agradecido que me mandó un baúl. También fui el médico de don Elías Masaveu (insiste en ponerle el don), que era una gran persona. Y de Pedro de Silva.
¿No le tentó la política?
(Pone cara pícara) Pues sí, pero no puedo decir quién.
¿Le hubiera gustado ser consejero de Sanidad?
Algo aconsejé (risas). Me propusieron ser diputado y no quise. Ahora me arrepiento: tendría pensión.
¿No tiene?
No. A los médicos y a otras profesiones liberales no nos querían dar de alta como autónomos. Así que vivo de mis ahorros.
«Mejor dar que tener»
Bueno, además de cardiólogo también preside la Fundación Monasterio y Muniello Electricidad.
Muniello Electricidad es una empresa que compró mi padre cuando yo era jovencito. La puso a mi nombre y a la de mi tío Mariano. Había que echarle manteca (se ríe). Ahora la lleva mi hija Rocío.
¿Cómo recuerda la bomba que le pusieron en la tienda?
Fue una cosa muy triste. Hubo que cerrar la tienda, pero el almacén y otro comercio siguió funcionando. Lo peor fue que un empleado, que todavía vive, perdió una pierna. Fue una conmoción.
¿Y la Fundación Monasterio?
Esa es cosa de mi tío y padrino, Eugenio. Antes de morir decidió poner en marcha la fundación. Le dije que mejor me dejaba a mí el dinero, pero su respuesta fue lo mejor que me dio nunca: 'Prudencio, es más bonito dar que tener'.
¿Y qué hace la fundación?
Financia proyectos sociales. No damos ayudas directas, pero sí apoyamos iniciativas que ayudan a otros. Por ejemplo, uno de los escáner del Hospital de Jove, las cocinas del Hospital de Cruz Roja o subvenciones para asociaciones de inmigrantes.
Usted fue inmigrante en Estados Unidos. ¿Qué le parece Trump?
(Pone cara de sorna) ¿Quién?
No le habría admitido en Miami.
¿A mí? Él no quiere musulmanes, pero sí a los judíos, y Monasterio-Guren fue el nombre que se pusieron mis antepasados cuando echaron a los judíos de España. Me parecen muy mal las críticas a los inmigrantes. Y a los gitanos.
¿Somos racistas?
Sí. No sé el motivo, pero lo somos. Entre los gitanos puede haber gente buena y gente mala, pero como entre todos los demás.
¿Algún plan pendiente?
Ser rico (se ríe).
A ver, ¿no le dijo su padrino que era mejor dar que tener?
(Carcajadas) Me queda Australia por conocer. A ver si este año me lleva alguien...
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