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Día de la Mujer: asturianas que abrieron camino

Día de la Mujer: asturianas que abrieron camino

Asumieron roles que hasta entonces estaban únicamente reservados a los hombres y con ello fueron marcando un camino del que ya no hubo vuelta atrás

ARANTXA MARGOLLES

Martes, 7 de marzo 2017, 19:23

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Más de dos kilómetros y medio de nado en el Cantábrico de mediados de septiembre eran, en 1930, una hazaña digna de ser considerada el más grande 'derby' de natación en Asturias. Pero hasta ese año nadie se había planteado si también sería posible hacerlos vistiendo un engorroso bañador que, al cubrir el torso entero para tapar los atributos femeninos, pesase el doble que los demás.

Digamos que nadie, en general, se habría imaginado que una mujer pudiera recorrerlos hasta que llegó ella: Esther Sastre, sonriente nadadora de veinte años, se lanzó al agua el doce de septiembre de aquel año sin sospechar, suponemos, que un día aquello le supondría tener una calle a su nombre en Gijón.

«¿Qué les parece?», escribió, al día siguiente, el emocionado redactor de EL COMERCIO que había presenciado la hazaña.

«¡Y luego dicen por ahí que es el sexo débil! ¡Vamos, hombre! ¡Tan fuerte como el que más!». Acalambrada y agotada, batida por sus compañeros, pero feliz de haberse atrevido a competir, por fin, en

igualdad de condiciones con los varones, Esther Sastre rechazó la ayuda de la canoa de salvamento que acudió en su ayuda cuando supuso que estaría demasiado cansada para llegar a la meta. ¡Nones! ¡Lo que se empieza se acaba! No ganó, pero su particular condición ensombreció la victoria de Gumersindo Ruiz, el campeón. Esther no era la primera ni sería la última- de las muchas mujeres que, en Asturias, rompieron los esquemas de las sociedades en las que les tocó vivir.

Por ejemplo: quizás suene al lector de más edad el nombre de Cándida Aguirre, conocidísima profesora que tuvo su Academia España allá donde hoy se levanta el Colegio San Lorenzo. Mucho antes que eso, Aguirre fue la primera mujer con título académico en convertirse en profesora de cátedra en una Escuela de Comercio en España, y lo había hecho en el Gijón de 1914, poco después de obtener el título. Hubo de ser difícil ser pionera en aquella época en la que ocurre apenas dos años más tarde- hasta el mismísimo Adeflor no destilaba excesiva tolerancia a la independencia laboral y volitiva de 'Miss Bankins', aparentemente la primera diputada estadounidense (se debió confundir el transcriptor con Miss Rankin, quien, en esa época, efectivamente lo fue). Hablaba el gran periodista, aunque también hijo de su tiempo, de la belleza de las mujeres americanas, a las que calificaba como perfectas «ofrendas para el amor, juguetes para el jardín perfumado de los deseos, descanso para las preocupaciones mercantiles» (¡!) pero pésimas votantes: «Una mujer de ojos esmeralda, cogiendo una papeleta para votar, es algo que apena y duele».

¡Ese era el panorama! Afortunadamente, ahí estaban los deportes para facilitar el tránsito de la mujer como ángel del hogar a ser independiente. Estadounidense, pero de ascendencia asturiana, María Bernaldo de Quirós estaba destinada a convertirse en nuestra Amelia Earhart particular al lograr, en 1928, ser la primera piloto española. Recordadísimo fue su primer vuelo sobre Asturias, en agosto del 29: montada en una preciosa avioneta verde, dio varias vueltas entre Oviedo y Gijón, causando auténtica sensación entre el público, que se rifaba por subir a acompañarla, y aprovechó para impulsar la creación del Aero Club de Oviedo. «Que se preparen», proclamaría la aviadora antes de que el franquismo enterrase su figura bajo la sombra de su compañero, Díaz de Lecea, Ministro del Aire con Franco a finales de los 50. «Que se preparen, porque van a ver que las mujeres servimos para algo más que bordar». Para volar como volaba María, sobremanera: en 1933 otra mujer asturiana, Gloria Cuesta (natural de La Felguera pero que murió en Madrid) conseguiría por primera vez en España el título de Aviación Civil.

Fueron solo las primeras y en disciplinas poco frecuentes. Por aquellos mismos años se licenciaban en Medicina y Cirugía las primeras mujeres asturianas: Carolina Alonso en 1926, puericultora y posteriormente encargada de la alimentación infantil en la Gota de Leche de Gijón; Matutina Rodríguez, canguesa de Besullo y licenciada con la misma especialidad, en 1927 (era hermana, por cierto, de Alejandro Casona); y Pilar Echeverría, obstetra y ginecóloga nacida en el Rosal ovetense, en 1930. El furor de la formación femenina, impulsado por la ley del 8 de marzo de 1910 que igualaba la matrícula en estudios superiores de hombres y mujeres de forma oficial, sufrió, claro, un frenazo en la posguerra. Eran malos tiempos para estudiar, aunque ciertas estadísticas apuntaban a que, en cada promoción, a partir de 1945, se licenciaban más de un centenar de abogadas en España y algunas que ya lo eran, como Carmen Menéndez Manjón, siguieron ejerciendo. Alicia Salcedo, por cierto, quien tuviera el honor de ser la primera abogada de Asturias (era de Oviedo y se colegió en el 35), se marchó a Venezuela años después.

Quedaban muchas. Los 60 fueron su momento. Un goteo constante de noticias en la prensa de a partir de mitad de aquella década indica cómo, de forma lenta pero segura, las mujeres vuelven a volver dejarse ver y, por vez primera, asumen también trabajos alejados de los estudios universitarios y considerados, desde siempre, puramente masculinos: EL COMERCIO entrevista, en febrero del 77, a Ángela Díaz, primera camionera en el puerto de Gijón y natural de Serín que contaba cómo, en una ocasión, un guardia de tráfico de Torrelavega la había exhibido, cual elefante de circo, al resto de conductores, llegando a parar la circulación para que presenciasen mejor el espectáculo qu, por entonces, suponía ver a una mujer conduciendo un camión de veinticinco toneladas.

Podríamos hablar durante páginas de todas las pioneras que abrieron camino en Asturias. Serían muchos nombres, muchos campos, muchas batallas personales las que conformaron la guerra por la igualdad real. Ignacia Quirós, primera mujer patrón de segunda de motor en embarcaciones de recreo, en 1966 -en la misma convocatoria suspendieron su padre y su novio-, María del Carmen Crespo, primera ingeniera agrónoma de Asturias y que, sin embargo, ocupó espacio en la prensa por resultar Reina del VI Festival de la Manzana, también en 1966. Pilar Solís, primera maestra industrial de Avilés en el 78 o, ese mismo año, Juana Vázquez, que ganó una de las veinte plazas del curso en natación de la prestigiosa escuela de Izarra Todas ellas, todas sus historias, pusieron cara y nombre a una lucha que ya nadie podría parar: la de normalizar, hasta que nunca más fuera noticia que una mujer pudiera llegar a ser tanto o más que un hombre, nuestras vidas.

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