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El reto de la ‘Ballena Azul’ está ya detrás de 130 muertes en todo el mundo y se investigan dos casos sospechosos en España.
Del juego al suicidio en un puñado de ‘clics’

Del juego al suicidio en un puñado de ‘clics’

El reto de la ‘Ballena Azul’ abre el debate: ¿Qué empuja a un adolescente a cumplir con una cadena de pruebas extremas que pueden terminar con la muerte? ¿Por qué estos juegos arrasan entre esas edades? ¿Hay perfiles de riesgo?

Ana Pérez-Bryan

Lunes, 15 de mayo 2017, 13:07

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«Iba a morir, jamás había estado tan feliz». Que esa frase, estampada ahí en toda su crudeza en la red social de un adolescente que aseguraba que se acababa de cortar las venas, forme parte de una cadena viral que (sobre)alimenta los perfiles de otros miles como él da que pensar. Retos extremos que van a más y que han comenzado a cruzar la delgada línea que separa lo virtual y lo real hasta el punto de provocar la muerte de los que se atreven a medirse para ir superando pruebas. Seguro que les suena el último de estos retos macabros que circula en las redes y que ha puesto en alerta a las autoridades de medio mundo: es la Ballena Azul, una cadena con 50 pruebas que van in crescendo (desde hacerse cortes con una cuchilla a ver películas de terror extremo 24 horas seguidas o subir a un tejado y mantener el equilibrio) y que terminan con el suicidio del joven. Se calcula que este juego está detrás de la muerte de 130 adolescentes en todo el mundo (sobre todo Latinoamérica y Rusia, donde tiene su origen) y en España la policía ya está sobre la pista de dos casos sospechosos.

En este escenario de consumo creciente de redes sociales a edades cada vez más tempranas y con estas cifras en la mano, surgen preguntas inquietantes: ¿Qué lleva a un adolescente a quitarse la vida sólo por cumplir una prueba que le propone un desconocido al otro lado del mundo? ¿Por qué estos juegos macabros han encontrado un caldo de cultivo casi perfecto en estos tramos de edad? ¿Existen factores de riesgo que faciliten el paso o es posible que si se dan las condiciones adecuadas se puede activar el click que desencadene la tragedia en un adolescente normal? Y sobre todo: ¿Por qué la mayoría de los padres se dan cuenta de lo que han hecho sus hijos cuando ya es demasiado tarde?

El porqué del éxito

Las respuestas varían en función de la crudeza del reto y del carácter del chaval que se exponga a cumplirlo, pero hay un punto de partida que los iguala a casi todos y que explica el éxito que estas pruebas tienen en esos tramos de edad: «A los adolescentes, por naturaleza, les gustan los retos». Con todo lo que eso implica. Así de claro lo tiene el especialista Javier Urra, que en asuntos de jóvenes y comportamientos extremos se las sabe todas. El psicólogo forense de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y Juzgados de Menores de Madrid y doctor en Psicología Clínica avanza en ese diagnóstico que marca un rasgo básico de la adolescencia: «Una de las características de esta etapa de la vida es el paso al acto. La diferencia entre un adolescente y un adulto es que este último tiene la capacidad de reflexionar y de fijar los pros y los contras de una acción concreta». En los primeros, sin embargo, no se produce este mecanismo de análisis: «El adolescente piensa: Eso me estimula, me provoca sensaciones. ¡Pues vamos allá!», acota el especialista.

En este caldo de cultivo previo al que se suma el estímulo que representa cualquier reto y la obsesión por medirse a sí mismo en una etapa de la vida en la que la personalidad está en construcción, no es extraño que muchos chavales se expongan a este tipo de pruebas que van a más en las redes sociales. Otra cosa es llegar hasta el final y cumplir con todo. En este sentido, Urra aporta otra reflexión con la que trata de rebajar esa psicosis colectiva sobre todo entre los padres por este tipo de juegos: «La buena noticia es que la mayoría se dan cuenta en algún momento de que eso es una barbaridad y no siguen adelante, pero en uno de cada mil casos sí se exponen a lo peor». Ese uno de cada mil casos tiene para Urra un perfil específico: «Son chavales con grandes dificultades, que no tienen un equilibrio, con un gran vacío existencial... Son chicos desconectados de la realidad que les rodea, con pocas relaciones sociales, que suelen vivir volcados en las redes y que sí pueden correr un riesgo si se exponen a ese tipo de retos». Es decir, existen unas condiciones previas que predisponen no sólo a este tipo de retos extremos, sino a otros peligros com las adicciones al alcohol o a las drogas: el mecanismo que lleva al adolescente a cruzar esa línea funciona de manera similar en ambos casos.

Pero más allá de esas condiciones específicas, los adolescentes también comparten creencias sobre algunos temas que nada tienen que ver con las de los adultos. Y uno de esos temas es el suicidio. «Los mecanismos por el que recurren a él unos y otros son diferentes. Con el suicidio, los adolescentes quieren cambiar una situación concreta, pero una cosa es quererlo y otra muy diferente es vivenciarlo», sostiene el especialista, que admite que en estos tramos de edad el concepto de irreversibilidad aún no se comprende en toda su extensión y que además los chavales tienen una percepción del tiempo y del para siempre que para nada coincide con la de los adultos.

Llegados a este punto, Urra propone incorporar al debate un par de frentes más. Así lo ha hecho él en las últimas semanas, sobre todo porque no hay foro, conferencia o encuentro reciente en el que no le hayan preguntado por el asunto de la Ballena Azul. En todos los casos responde lo mismo «Hay que prohibir ciertas cosas», dice de partida y además pone un ejemplo que mezcla el plano real (donde sí se actúa) con el virtual (donde no se toman medidas): «En el centro donde yo trato a los menores que están ingresados si se me ocurre dar a un chaval un yogur caducado me lo pueden cerrar.

Entonces, ¿por qué no se prohíben esos otros productos que sabemos que hacen mal aunque estén en redes?», se pregunta el especialista tras lamentar la proliferación en Internet de páginas que no sólo fomentan el suicidio, sino otras prácticas nefastas como la anorexia, el yihadismo o el maltrato. Y deja un último consejo que ya se encargó de sugerir la semana pasada en el Senado y que repetirá el próximo martes en el Congreso: «Hay que parar esto. La censura en estos casos sí está justificada». Sólo así se superará el reto el legítimo de hacer de la red el lugar más sano posible.

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