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«Aterrizar allí era viajar a la Edad Media»

Dificultades. Los militares asturianos desplazados al país vivieron peligros, pero volvieron con la satisfacción de haber «mejorado la vida de la gente»

JOSÉ L. GONZÁLEZ

Domingo, 19 de septiembre 2021, 01:38

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El teniente coronel Fernando García de Béjar conoce bien Afganistán. Desde el año 2005, ha participado en varias misiones militares junto a sus compañeros del Regimiento Príncipe acuartelados en Cabo Noval. En sus diversos pasos por el país asiático acumula múltiples vivencias, pero hay un recuerdo muy significativo que define el país que se encontró a su llegada a Herat. Durante una jornada de patrulla, se cruzó con un convoy de dromedarios de pastores kuchis, a quienes ofreció una botella de plástico con agua. «No sabían lo que era», recuerda el teniente coronel, que resume en una frase lo que significaba para él aterrizar en una de las regiones más pobres de Afganistán, ubicada al noroeste del país. «Era como viajar a la Edad Media. No tiene nada que ver con Kabul, era la miseria de la miseria».

El despliegue de tropas del acuartelamiento de Cabo Noval comenzó en ese año. Era la denominada Operación ISAF, por la que unos 200 militares radicados en Asturias viajaron a la provincia de Herat para participar en una misión cuyo objetivo era asegurar el proceso electoral en curso. Uno de los recuerdos más tristes lo asocia el teniente coronel a esta fecha, cuando dos helicópteros españoles se estrellaron dejando 17 fallecidos, uno de ellos el sargento asturiano José González Bernardino, que sumaba su nombre a una lista de muertos españoles que llegó a los 102, seis de ellos asturianos.

La instrucción específica de seis meses previa a participar en las sucesivas misiones, de alistamiento obligatorio salvo causa de fuerza mayor, ofrece una preparación importante para enfrentar las situaciones que los militares vivían después en Afganistán. Pero la misma llegada, con la obligación de hacer un relevo de tropas, ya les servía para darse cuenta de que había mucho que aprender. Y que había que hacerlo rápido. «Es imposible que los compañeros a los que relevas te lo cuenten todo. El primer mes pasa rapidísimo porque no paras», explica el cabo primero Víctor Manuel Costales Alija, que estuvo en Afganistán en uno de los dos mayores despliegues realizados desde Asturias, el de 2012.

A lo que se tenían que enfrentar en sus labores de proporcionar seguridad y formar al ejército afgano era lo que ellos denominan «insurgencia». La misión española no estaba en una guerra, sino en una situación «de conflicto». El enemigo no vestía uniforme ni operaba con reglas clásicas de batalla: podía actuar en cualquier parte y en cualquier momento. «La insurgencia es muy difícil de detectar, porque puede estar pastoreando cabras por la mañana y poniendo explosivos en una carretera por la tarde», explica García de Béjar.

La victoria final de los talibanes en su enfrentamiento con EE UU y las tropas internacionales, que les ha terminado por dar el control del país veinte años después del inicio del conflicto, invita a pensar que el enemigo, aunque camuflado, era solo uno. «Había de todo: talibanes, narcotraficantes que comerciaban con opio, bandidos, señores de la guerra que querían sacar provecho de la situación...», explica García de Béjar. «Los talibanes no eran un grupo diferenciado», recuerda el sargento primero Juan Ignacio Díaz González, desplazado a Afganistán en 2010 y 2012.

La misión de 2005 para asegurar el proceso electoral dio paso a las dos que más efectivos movilizaron: ASPFOR XXVII y ASPFORXXXII. Un contingente próximo a los 500 integrantes se desplazó en cada una de las misiones en 2010 y 2012 a la provincia de Bagdish, limítrofe con Herat. Si en la primera la mayor parte del personal pertenecía al batallón San Quintín, en la segunda el grupo mayoritario era del batallón Toledo. En estas dos misiones, uno de los principales objetivos era proporcionar seguridad en el desarrollo de múltiples proyectos de cooperación, desde la construcción de pozos de agua a la puesta en marcha de hospitales. Uno de ellos tenía especial relevancia y ocupaba a buena parte de las tropas internacionales: la seguridad para la construcción de una carretera que circunvalara todo el país, tratando de fomentar la cohesión y el comercio. «En nuestra provincia, la construcción se atascó porque no quería la insurgencia», recuerda García Béjar.

La lucha contra el enemigo era peculiar en el caso de los militares españoles. El hecho de no estar en situación de guerra limitaba sus posibilidades, pero las situaciones de peligro eran muchas y variadas, y en alguna ocasión, siempre acorde a un código, explican, hubo que responder a ataques. Las dificultades podían pasar por verse envueltos en tiroteos cuando protegían a políticos, autoridades locales, hasta sufrir emboscadas con explosivos de por medio. Una de las situaciones más peligrosas a las que tenían que hacer frente eran los artefactos explosivos (IED) colocados en las carreteras. Lo explica el cabo primero Víctor Manuel Costales Alija. «Por mucho que te instruyas en encontrar indicios, es muy difícil. El paisaje no está limpio, las carreteras son muy malas y es muy complicado decir 'hay algo ahí'». De hecho, las tropas españolas tuvieron que cambiar sus vehículos por otros con mayor resistencia a las bombas. «Ahí juega la suerte y la Santísima Virgen de Covadonga», apunta Juan Ignacio Díaz González.

La sensación de seguridad que sentía la población local, señalan, cuando las tropas asturianas realizaban su trabajo en el país permitió cambios importantes en la zona: contar con un pozo de agua cerca de casa en una región donde Víctor Manuel Costales llegó a ver a gente «cogerla de los charcos», poder cruzar un río que antes no se podía vadear o «incluso contar con luz», apunta Juan Ignacio Díaz González. El trabajo de los militares asturianos permitió que las autoridades pudiesen desarrollar también el suyo, siempre bajo la amenaza de la insurgencia, omnipresente a pesar de que no se la viera. «Al distrito de Jawand no llegamos a ir, pero es que el gobernador tampoco», explica García de Béjar.

La sensación de seguridad que experimentaban los afganos tenía en los militares asturianos la otra cara de la moneda. Siempre alerta, ni siquiera su base central era un espacio libre de ataques. Los esfuerzos en inteligencia les libraron de bajas, como en la jornada de 2011 en que un cohete de fabricación china impactó contra uno de los edificios de la base, reduciéndolo a añicos. «Nos avisaron con diez o quince minutos de antelación y nos refugiamos en los búnkeres», recuerda García de Béjar, encargado en diferentes periodos de coordinar a los traductores, de la cooperación cívico-militar o de hacer de enlace con el Gobierno provincial, entre otras tareas.

A medida que las fuerzas fueron avanzando por el país, la insurgencia ganó presencia en la región en la que operaban los militares asturianos. Cuanto mayor era el control de las tropas extranjeras, más se esforzaban sus enemigos en poner las cosas difíciles. El estereotipo de que las fuerzas talibanes se componen de personas poco preparadas en lo militar pronto se desmonta cuando se habla con los participantes de las misiones españolas. «Esa gente sabe luchar, es lo único que ha hecho durante toda su vida. Saben manejar explosivos, armas, y tienen la ventaja de elegir el momento y el lugar. En Afganistán nos decían: vosotros tenéis los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo», explica García de Béjar.

La acelerada salida de las tropas del país asiático dejó imágenes de cientos de personas en Kabul tratando de escapar. Pero la región en la que operaban los militares asturianos casi a 1.000 kilómetros de la capital de un país con unas infraestructuras muy deficientes. «Tengo contacto con muchos intérpretes, muchos de origen iraní que lograron salir ya el año pasado. Pero mucha de nuestra gente no podía hacer 1.000 kilómetros, y eso solo para llegar al aeropuerto. Además, allí muy poca gente tiene pasaporte. Veo difícil que muchos hayan salido», reconoce García de Béjar.

Tras la experiencia, lo que los tres militares de Cabo Noval tienen claro es que el esfuerzo tuvo su recompensa: «Mereció la pena. Fueron años de duro trabajo, pero mejoró la calidad de vida de los afganos», señala Víctor Manuel Costales Alija. El futuro del país es ahora una incógnita.

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