Baroja y el general Gómez, en la ruta primitiva a Santiago
El novelista siguió en 1935 los pasos del militar carlista desde Oviedo a Grandas de Salime para relatarlo en las páginas de la revista 'Estampa'
PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
Lunes, 16 de agosto 2021
En la primavera de 1935 Pío Baroja recorrió en coche el mismo itinerario de Oviedo a Santiago que traza el Camino Primitivo. Seguía los pasos del general carlista Miguel Gómez y Damas en la errática expedición que emprendiera un siglo antes desde Amurrio para ir narrándolas en una serie de crónicas viajeras para la revista Estampa. Llevaba chófer, del que solo sabemos que se llamaba Juan y del popular fotógrafo Marina, que retrató al novelista en Tinéu, en la única imagen que se conserva de él en Asturias y donde se ve a don Pío contemplando el lugar desde una loma cercana. Posa circunspecto con las manos atrás, sombrero y su famosa bufanda a cuadros ajustada al pescuezo como un collarín.
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De la villa, en su reportaje, apenas deja escrita una fugaz pincelada: «Tineo, pueblo nuevo, tiene buen aspecto; se destaca a nuestro paso en una altura y brilla al sol poniente con un resplandor rojo». No había sido más generoso en la descripción que hace de la capital asturiana, a la que si bien califica de hermosa y atractiva, el único apunte que le dedica -aparte de la muchacha de la fonda que canta- es para contar que un conocido le llevó a una bodega «en donde me ofrecen sidra echada en un vaso desde una altura de dos metros para que haga espuma» y apostillar: «Me parece un ejercicio de prestidigitación». Relata la entrada casi triunfal del general Gómez en Oviedo y su salida, menos gloriosa, al conocer que las tropas de Espartero se acercaban. Huyó hacia Grao para encaminarse con sus hombres a Galicia. Baroja persigue su rastro hasta Tinéu y luego continúa tras las huellas de los soldados de don Carlos por La Pola de Allande, el Puerto del Palo y Grandas de Salime.
En las crónicas que fue dando en Estampa, el escritor no hace reaparecer al general carlista hasta Lugo, para decir que allí no entró, aunque estuvo cerca de sus murallas. Pero en uno de los tomos de sus memorias incrusta el relato de la expedición de Gómez y ahí relata en cuatro líneas un episodio con escenario en el concejo de Tinéu. Habla de su avance hacia tierras gallegas, donde suponía encontrar leales a su causa y detalla que como desconocía realmente si el camino a Santiago iba a estar despejado o si se iba a topar con fuerzas enemigas, reclutó a un par de frailes y los convenció para que se adelantaran a sus tropas como espías. Llevarían hábito de monjes peregrinos e irían informando al General de la situación por una vía que no se especifica. En aquella primera carlistada, como en las sucesivas, no era raro que frailes y clérigos colaboraran con los tradicionalistas, algunos tomando las armas como el Cura Santa Cruz, la mayoría prestando ayudas como la que solicitó Gómez a aquellos religiosos en su expedición por Asturias.
Monjes espías
En las líneas de Baroja no se desvela nada más de la misión de los monjes espías, si sirvió para que los carlistas marcharan sobre Galicia con el camino libre o si se arrepintieron y volvieron a su convento para contribuir desde allí con sus rezos a la victoria del rey legítimo. La vía queda abierta a la especulación imaginativa de cada cual y en esa clave podríamos intentar completar su historia. Así podemos figurarnos que los frailes pertenecían a algún monasterio de paso en la ruta de Gómez, al de Obona por ejemplo. Que pararon allí sus batallones a descansar y que fueron un par de benitos del cenobio los que salieron como guías e informadores, camuflados de peregrinos jacobeos. Subirían por Campiello y Borres para continuar por la Sierra de los Hospitales, pasando por Fonfaraón, Valparaíso y la Freita. Si vieron desde aquellos altos movimiento de tropas de los cristinos, tal vez se lo comunicaran al general dejándole notas en algún sitio convenido, es posible que en los oratorios de ánimas o en el interior de las diversas capillas repartidas por el camino. En sus mensajes irían también apuntando si el paso estaba despejado o los lugares donde podían aprovisionarse los soldados de víveres o dónde abrevar sus caballerías. Caminarían de ese modo, fingiendo ante los paisanos de las aldeas que viajaban hacia la tumba del apóstol en Santiago. En la ermita de San Roque en Porciles avisarían en una nota colgada de la escalpela del santo de la situación atisbada en La Pola y en la iglesia de Zelón del panorama que se observaba antes del ascenso de El Palo. Por las crónicas de Baroja sabemos que Gómez y los suyos pudieron llegar sin mayores contratiempos a Compostela, aunque aún les quedaba mucha guerra y muchos bandazos por España combatiendo al ejército de Espartero. De los monjes espías nada más se cuenta. Llegarían paso a paso a Santiago y ante los ojos de Dios nadie podría afirmar que no fueran de peregrinos.
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