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CARMEN DEL SOTO
Domingo, 2 de mayo 2021, 01:45
Su inquietud por conocer mundo y su predisposición innata para manejar con soltura los pinceles han marcado la vida del pintor Carlos Roces Felgueroso, gijonés de nacimiento y casado con Tere Montero Betés -que toca el órgano y es miembro de la Coral Polifónica Gijonesa-, con la que ha fundado una familia de seis hijos que hace tiempo los han convertido en felices abuelos.
Desde su paso por Oviedo, donde compaginó los estudios en la facultad de Derecho con los de pintura en la Escuela de Artes y Oficios, la vida de Carlos fue un ir y venir. Unas vacaciones en Londres cambiarían su rumbo, orientado a ser bancario, al decidir quedarse allí para convalidar su título como abogado y seguir formándose en Bellas Artes. Y llegarían los viajes. Por media Europa y por Egipto, su fuente de inspiración y el desencadenante de multitud de anécdotas. No sería hasta 1962 que regresaría para la que fue su primera exposición individual y que tuvo por escenario el Ateneo Jovellanos.
Este bagaje viajero le sería también muy útil para ir ascendiendo en la empresa familiar de instalaciones y suministros para industrias siderúrgicas -Isis-, en la que empezó a trabajar. Y, una vez cerrada esta, pudo dedicarse por fin a su verdadera vocación fundando, en 1982, la academia Artestudio, desde la que se formaron en dibujo, pintura, decoración, diseño y arquitectura varias generaciones de artistas hoy en día muy valorados.
De todo ello hay buena muestra en su domicilio. Una vivienda de grandes dimensiones, como corresponde a una familia numerosa, y en la que Roces sigue contando con un estudio para seguir pintando y colgando su obra.
Desde el recibidor -cuyas paredes en piedra vista y paneles de madera y su lámpara de mármol se salen de lo común-, ya se aprecia que las antigüedades ocupan lugar destacado en todas sus dependencias. Muebles que proceden del patrimonio familiar de ambos cónyuges y que el matrimonio se ha encargado de restaurar y conservar. Es el caso de los cabeceros en forja de los dormitorios; de diversos bargueños datados en el siglo XVIII y que presentan herrajes y bisagras en bronce, así como bajo relieves de motivos religiosos, y de los valiosos angelotes de madera tallados por el escultor valenciano José Capuz. Dos asientos góndola tapizados en rayas rojas y doradas a juego con los sillones orejeros y una antigua biblioteca se suman a este mobiliario.
A su pinacoteca pertenecen obras de Luis Menéndez Pidal, Carlos Cobián y María Antonieta Laviada, entre otros. Además de un Piñole y una colección certificada de grabados de Goya. Recuerdo entrañable es la llave de la ciudad de Manila que le fue entregada por su alcalde con motivo de la exposición que allí realizó el pintor en 1988, en la sede del Instituto Cervantes.
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