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kay levin
Lunes, 18 de febrero 2019, 02:59
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Es el único español que ha conseguido dar la vuelta al mundo a pie, tras recorrer 33.000 kilómetros en solitario de forma ininterrumpida, durante tres años. Y ahora se encuentra realizando el mismo reto a nado, para unir los cinco continentes. Es el malagueño Nacho Dean, que participará en el Congreso Glackma, que reúne en Gijón a científicos, aventureros y documentalistas los días 23 y 24 de febrero en la Laboral, y en el que contará cómo llevó a cabo esos desafíos para llamar la atención sobre el cambio climático.
–Usted es una de las cinco personas que ha completado la vuelta al mundo a pie, ¿cómo surgió este viaje y qué le impactó más?
–La idea de dar la vuelta al mundo caminando surgió, precisamente, paseando. Ya había hecho rutas por el Polo Norte, el Sáhara o la Transpirenaica antes. Recorrer todo el planeta así fue una decisión complicada que implicó dejarlo todo: la casa, el trabajo, los amigos… Pero pienso que estar vivo es un milagro y merece la pena apostar por nuestros sueños. Además quería que sirviera para algo, así que la enfoqué con el propósito de documentar el cambio climático para llamar a la conservación de la Tierra. A finales de marzo de 2013 comencé el desafío y tres años después, tras ver cuatro continentes, 31 países, llegué de nuevo a la Puerta del Sol a pie, sin nada: solo yo y un carrito con mi equipaje. En el camino aprendes mucho, como que la mayoría de la humanidad es buena y merece la pena. Tenemos una imagen distorsionada porque todo son malas noticias. Si la humanidad fuera mala, mi viaje hubiera sido imposible. Fue también una lección de austeridad, ir solo con lo que necesitas, y aprecias mucho más las cosas que damos por sentadas en nuestra vida diaria.
–Ahora su reto es unir a nado los cinco continentes.
–Sí, con un mensaje para la conservación de los océanos. Comencé el año pasado, cruzando entre África y Europa por el estrecho de Gibraltar, luego hacia Asia por el paso del Bósforo, después a América a través del estrecho de Bering y entre el continente asiático y el oceánico por el mar de Papúa Nueva Guinea. El próximo mes termino este desafío nadando entre Asia y África mediante el golfo de Áqaba, de Jordania a Egipto.
–¿Qué le llamó más la atención de los sitios por los que pasó?
–Te das cuenta de que la mayoría de la humanidad es hospitalaria, somos todos muy parecidos en eso, más allá de culturas, religiones o idiomas. Vives en un estado constante de cambio. Estuve, por ejemplo, frente a un rinoceronte salvaje en la jungla de Nepal. En Australia, me desperté en mi tienda al lado de una manada de dingos aullando, y en Ecuador estuve rodeado por miles de luciérnagas en la selva. Estuve a punto de acabar en prisión acusado de espionaje al cruzar entre Armenia e Irán, ¡solo por llevar unas fotos del país! He dormido en desiertos, junglas, templos budistas y musulmanes, en comisarias de policía, en todos lados. Ha sido una aventura constante porque no sabes qué deparará cada día.
–¿Qué ha visto en sus viajes sobre las consecuencias del cambio climático? ¿Qué soluciones se podrían aplicar?
–Viajar es la forma más fácil de constatar los efectos del cambio climático. Los países de Asia Central están saturados de basura, barrios enteros viviendo en vertederos. Hay regiones como el sudeste asiático donde, en plena época de monzones, ya no llueve. En Indonesia ves cómo talan la selva para cultivar aceite de palma, igual que hacen en el Amazonas las madereras. En Alaska hay territorios que ya no se congelan en invierno. Necesitamos promover leyes respetuosas con el medio ambiente, que las empresas sean más responsables y consumir menos como individuos. El consumismo es uno de los mayores males para el planeta, lo hemos extendido a todas las facetas y es una de las actividades humanas que más está castigándolo. Frente a esto, es fundamental la educación, uno de los pilares básicos junto a la investigación y la legislación.
–Tras ver tanto mundo y volver, ¿qué echa de menos que se puede poner en práctica aquí?
–Todas las culturas indígenas, desde los inuit del norte a los aborígenes australianos, están desapareciendo junto a la naturaleza. Estas culturas viven en equilibrio y armonía con el planeta. El ser humano en Occidente se considera amo y señor de la naturaleza, pero nos hemos olvidado de que pertenecemos a ella y lo que le hacemos nos lo hacemos a nosotros mismos. Aquí se nos lanza un mensaje que basa la felicidad en el materialismo y no es así, yo fui muy feliz teniendo muy poco.
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