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Coronavirus | «¡Dejadme ver a mi madre, por favor!»

«Como en una guerra», la residencia de Grado, el mayor foco de Asturias con 69 contagios y cuatro fallecidos, lucha por salvar a sus residentes. Ayer, una mujer tuvo que llorar a su madre desde la puerta, una dolorosa despedida.

PABLO SUÁREZ

GIJÓN.

Lunes, 23 de marzo 2020, 02:22

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Son las dos y media de la tarde y una mujer espera, rota por el llanto, frente a la carretera que da entrada a la residencia de mayores de Grado. Mira la ambulancia aparcada a la puerta, se lleva las manos a la cara y maldice para sí nerviosa. No suelta el móvil. «Es mi madre. Me llamaron para decirme que estaba grave y que se la llevaban al hospital». En sus palabras hay preocupación pero, sobre todo, lo que hay es miedo. Pavor a recibir una noticia que, en el fondo, sabe inevitable. Si nadie está preparado para afrontar la muerte repentina de una madre, menos si cabe para verse privada de una despedida.

A los pocos minutos, la ambulancia arranca e inicia la marcha lentamente. Lo hace vacía, sin ningún paciente en su interior. Son momentos de confusión y nervios. La mujer entra en pánico y hace varias llamadas. La confirmación no le llegará hasta una hora más tarde, cuando el personal del geriátrico justifica sus temores. Su madre, mucho más que una simple cifra, es la cuarta fallecida que registra el centro en lo que va de epidemia, la duodécima en Asturias por el COVID-19.

La mujer se rompe como el vidrio más puro. Grita a los enfermeros, se rebela contra la realidad e implora que la dejen ver a su madre por última vez. «¡Dejadme entrar, por favor!». Su llanto, tan amargo que quema, resuena en un parque vacío a plena tarde. Estoico, el personal del centro resiste los embites e intenta calmarla. Una auxiliar la abraza y la acompaña a dar una vuelta por la manzana. Se esfuerza, pero es incapaz de calmar el dolor de una hija que, hace apenas una semana, dejó a su madre en perfecto estado de salud. La mujer había dado negativo en el primer test de coronavirus, pero nadie está del todo a salvo en la residencia de Grado, foco principal del virus en Asturias. En cuestión de días los síntomas se manifestaron con fuerza y terminaron siendo incompatibles con la vida. Lo último que su hija supo de ella fue la llamada de una enfermera que ni siquiera conoce. De ahí parte la crueldad de este virus. A veces, lo peor de irse por sorpresa, es no poder decir adiós.

«Esto es como una guerra»

La situación no está siendo fácil en el geriátrico moscón. Al sufrimiento de pacientes y familiares se suma el de los propios trabajadores, testigos de lo más parecido a una situación de guerra. «Lo que ves da miedo. Es una sensación de guerra. Nos han tranquilizado y nos han dicho que todo está desinfectado, pero estamos muy preocupados», confiesa a EL COMERCIO una de las trabajadoras. A raíz de la propagación del virus, el personal ha ido rotando hasta el punto de que la práctica totalidad es de llegada reciente. «Deben quedar como dos auxiliares de las que estaban en un principio», explican fuentes cercanas al centro, confinado dentro del confinamiento. Nadie habla, apenas miran y, si lo hacen, es de forma sospechosa. El miedo, instaurado en Grado desde hace días, parece reacio a marcharse. «Llevamos gafas, mascarillas, trajes... no podemos tocar nada a no ser que sea para echar lejía. Esta situación nos ha cambiado la vida», reconoce otra de las trabajadoras.

Cantan a los usuarios, tratan de hacerles reír y se esfuerzan por proyectar un ambiente de normalidad de puertas hacia fuera, pero el geriátrico vive, desde hace tiempo, envuelto en tensión. La de evitar que el virus siga causando estragos y también la de que este no llegue a las casas de quienes allí trabajan cada día por la salud de los ancianos. «No puedes ni despejar un poco».

Nadie sabe lo que durará la epidemia ni cuántos lograrán sobrevivir. Tampoco cómo volver a la normalida tras una situación tan compleja. Lo que todos saben en el geriátrico de Grado, es que nunca olvidarán aquel virus que, de un día para otro, les privó de algo tan necesario como despedirse.

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