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Las claves del día: el «silencio» de Sánchez
El técnico de sonido y naturalista Carlos de Hita, en un bosque de La Palma, con el humo del volcán al fondo. R. C
Erupción en La Palma

«El discurrir de la lava evoca el rechinar de los vidrios rotos»

El naturalista Carlos de Hita ha grabado la erupción de La Palma, que le ha sorprendido por la fiereza de la «naturaleza desatada»

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Jueves, 4 de noviembre 2021, 00:05

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El naturalista Carlos de Hita (Madrid, 1959) lleva 36 años grabando los sonidos de la naturaleza, pero nunca hasta ahora se había atrevido a auscultar el estampido de «una fiera», como llama al volcán de La Palma. Llegó a la isla en barco de noche y quedó sobrecogido por el cielo incendiado de rojo. Pero más que el firmamento en llamas, lo que le impresionó fue la respiración del Cumbre Vieja, una especie de «exhalación, un suspiro muy profundo, como si un fuelle gigantesco» espirara el aliento del magma. ¿Cómo suena una erupción? De Hita asegura que un volcán se expresa con voces distintas. «Están el estruendo permanente, fruto de la emisión constante de piroclastos saliendo de las bocas eruptivas; el retumbo de los truenos y el crujido de la colada cuando arrastra grandes bloques de piedra», explica. Carlos de Hita es ganador de unos de los premios que concede la Sociedad Geográfica Española.

Sin olvidar la tragedia que supone ver arrasadas las casas y cultivos de los palmeros, el volcán crea estampas hipnóticas. Carlos de Hita aún recuerda cuando circulaba por las carreteras de La Palma y de repente aparecieron las cintas amarillas y rojas de la lava serpenteando por la pendiente de la montaña. En su trayectoria profesional el técnico de sonido ha grabado el batir de las olas, el gorgoteo de los arroyos, el rumor de las hojas mecidas por el viento, el bramido de las tempestades... Si le pillaba un aguacero, sabía detectar las señales que anunciaban su término. Lo espeluznante de una erupción es que parece que no tiene final.

Y lo paradójico es que por la noche, cuando De Hita exploraba las proximidades del Cumbre Vieja para aprovechar el silencio, el ronquido del volcán no acallaba del todo el canto de las aves. «En los bosques y campos de labor, las aves y los canarios siguen cantando. Las chovas siguen pegando gritos y los grillos estridulando. Imagino que muchas aves habrán huido, pero las que se han quedado continúan con su actividad».

Según este cazador de sonidos, la abundante precipitación de cenizas dibuja una «nevada en negativo». Los copos negros tienen resonancias de aguanieve al caer sobre el suelo. «Parece una lluvia de cristal, sólida. Al pie de la colada, la lava evoca el rechinar de los vidrios rotos». En su afán por capturar el relato sonoro del volcán, se ha encontrado con algo nunca visto en su vida, y eso que ha documentado la vida en plena ebullición de los paisajes de medio mundo. «Llevo toda la vida buscando ambientes serenos y tranquilos y de repente me sumerjo en el estruendo. Nunca había visto una cosa de esta magnitud, la naturaleza desatada de esa manera». Grabando la furia del magma se ha topado con deflagraciones inesperadas. Cuando las coladas acababan devorando viviendas, de repente oía la detonación de una bombona o de un depósito de combustible.

Terremotos

En los cinco días que ha estado en la isla, del 15 al 20 de octubre, ha experimentado sensaciones extrañas. Mientras estaba sentado en los pinares tratando de aprehender el desgarro de la erupción, sentía temblar el suelo. «Lo perturbador son los terremotos. Es algo que da miedo. El volcán no deja de estar ahí y lo ves a distancia. Pero los terremotos son inquietantes porque vibra todo».

Si el volcán sigue tan violento como hasta ahora, volverá a la isla para ampliar su trabajo. Más allá del espanto que pueda producir el bufido de los gases y el estrepito de los derrumbes de rocas, el volcán ha dejado una honda cicatriz: ahora las poblaciones aplastadas por las coladas están divididas en dos mitades, separadas por un muro infranqueable de lava solidificada. Será costoso y extenuante reconstruir la parte de la isla destrozada por coladas superpuestas, que han llegado a tener una altura de 40 metros.

«Nunca había visto una cosa de esta magnitud», dice este técnico de sonido que lleva 36 años cazando vientos y tempestades

 

 

Al trabajar de noche, lejos del bullicio de turistas y del ruido de los coches, ha preferido buscar la soledad de los bosques para desde allí acercarse lo más posible al cono volcánico. «He tenido mucho cuidado de no meterme en el infierno», señala.

Su trabajo se podrá escuchar en un documental sobre Canarias que se está preparando. Una ocasión para que los espectadores puedan vivir una inmersión en las interioridades del Cumbre Vieja. «Utilizo el sonido como base narrativa. Igual que hay gente que utiliza las imágenes para contar sus historias, yo empleo el sonido», aduce.

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