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¿Cómo detectar el bullying cuando el niño no lo dice?

¿Cómo detectar el bullying cuando el niño no lo dice?

Juan Ángel Anta, experto en comunicación no verbal, advierte de la importancia de los gestos silenciosos y orienta a niños, profesores y padres sobre cómo identificarlos para evitar casos de acoso en los colegios

Yolanda Veiga

Miércoles, 8 de noviembre 2017, 09:04

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Enara no es la misma de otros días. Está rara, parece enfadada. Eso creen sus compañeros de clase. Pero si ellos no le han hecho nada... 'Pues que se enfade y se quede sola', resuelven. Y a la hora del recreo la apartan. No se lo ha contado a nadie pero Enara no está enfadada, está triste porque ha pasado algo en casa. Le delatan esas cejas caídas, una expresión de su cara que sus amigos no han sabido descifrar. Así que ahora, además de triste, está sola. No lo estaría si sus compañeros o los profesores hubieran sabido interpretar ese rostro silencioso que lo dice todo.

Mucho más que las palabras, que representan solo entre el 7 y el 10% de nuestra comunicación. Entre un 37% y un 38% se atribuye al tono y el resto, que es más de un 50%, a la expresión, al gesto. La estimación la hace Juan Ángel Anta, criminólogo y responsable de Detecta, una empresa especializada en comunicación no verbal y detección de engaño. Llevan años ofreciendo formación a psicólogos, abogados, policías, educadores sociales... y acaban de poner en marcha un programa dirigido a alumnos, maestros y padres para la prevención del bullying.

La clave, dice el especialista, es la identificación de emociones. «Cuando un chaval sabe ver en otro si se siente enfadado o triste o temeroso va a desarrollar una empatía mayor. Y también es fundamental que el profesor o el padre sea capaz de darse cuenta de que un niño cuyo comportamiento natural es estar alegre, de repente llega a clase o a casa triste aunque no lo diga con palabras. Eso es muy llamativo e indicio muchas veces de que ocurre algo».

«Se puede trabajar con las emociones desde los 3 ó 4 años. Hasta los 10 ó 12 la chavales no saben camuflarlas»

La identificación de las emociones, explica Anta, se puede hacer «desde que tienen 3 ó 4 años». Es, además, más fácil, ya que «hasta los 8 ó 10 años los niños no saben camuflarlas». Que, por cierto, nunca se pueden camuflar o fingir del todo. «El enfado, por ejemplo, que se manifiesta de forma abrupta en el rostro, es relativamente fácil de simular, pero la tristeza no. Solo un 10% de la población sabe hacerlo. Y lo mismo la sorpresa, que es la expresión más rápida. Si las demás tardan un cuarto de segundo en manifestarse, la sorpresa lo hace en una décima de segundo, de manera que si alguien tarda más en sorprenderse es probable que esa sorprensa que transmite no sea del todo natural».

Once emociones

Anta y su equipo de Detecta han diseñado un programa de ordenador para trabajar la identificación de once emociones: enfado, alegría, tristeza, asco, miedo, sorpresa, arrogancia, desprecio, dolor, indiferencia y resignación. Probamos a tratar de diferenciar microexpresiones, apenas un gesto de uno o dos segundos... y no es nada fácil. La alegría es una emoción sencilla de percibir en el rostro del que tenemos enfrente, pero con el dolor la cosa se complica y puede confundirse con tristeza. Igual que el terror y la sorpresa también desconciertan a un ojo no entrenado.

«Cada emoción tiene unas características propias. Cuando alguien siente asco, por ejemplo, la nariz se arruga, se levanta el labio superior, los ojos y los párpados se juntan en torno a la nariz... En el miedo lo más característico son los ojos y las cejas. El párpado inferior queda tenso y las cejas se levantan pero no dibujan en la frente esas arrugas propias de la sorpresa», ilustra el especialista, doctor en Ciencias Judiciales y Sociales.

Estas claves y otras se trasladan de manera muy gráfica mediante vídeos a los padres y profesores que están formando en el marco de su proyecto para la prevención el maltrato entre iguales en los colegios. Iniciativa para la que cuentan con la colaboración de la ONG Save the Children.

«La tristeza es una emoción muy difícil de fingir. Solo sabe hacerlo el 10% de la población»

«Cada niño tiene un comportamiento natural y hay que enseñar a los profesores a detectar incongruencias en su comportamiento. Si esto ocurre deben saltar las alertas y el maestro debe hacer una escucha activa con el alumno, obtener información sin prejuzgar, animarle a que cuente».

- ¿Cómo se hace?

- Hay que invitarles a que cuénten cómo se sienten. Ellos hablan y el profesor les dice: '¿entonces', '¿y?... y ellos siguen contando. Hay que repetir el final de sus frases, hacer hincapié en verbos que tengan mucho significado. '¿Cómo que 'has tenido' que hacer', cómo que 'te han hecho sentir' así?... Y hay que pacificar. Si el estado emocional del niño es de agresividad hay que situarse en ese terreno también, mostrarse firme, decirle que no le vas a permitir actuar así, y poco a poco tratar de que vaya bajando esa intensidad del enfado en el chaval.

«Ya no eres mi amigo»

El siguiente paso, es la resolución del conflicto, sobre lo que también se orienta a los profesores. «Los niños solventan mejor los conflictos cuando tienen establecidos determinados límites, y esos límites los pone el adulto. Imaginemos que dos niños se peleean por un juego. Uno sostiene que el balón debe botar tres veces y el otro que solo debe hacerlo una. Lo más probable es que como ninguno cede alguno acabe diciendo: 'Pues ya no eres mi amigo'. Si eso no se resuelve, al cabo de cinco años nos encontraremos que ese chaval ha aprendido que imponiéndose consigue sus objetivos y el otro, sin embargo, ha interiorizado que mostrándose sumiso logra no llevarse tantos golpes. Por eso no hay que esperar tanto y hay que atajar el conflicto desde el inicio. Ahí interviene el profesor, para explicarles que ambos juegos son compatibles, que primero se botará el balón tres veces y luego una. Parecen cosas sin importancia pero estas situaciones marcan mucho a los chavales y tienen mucho que ver con el bullying.

- ¿Y a los padres, qué orientaciones se les da?

- Los padres conocen mejor a sus hijos que nadie, si entran dando un portazo saben que algo pasa, hasta por la manera de caminar detectan sus estados de ánimo, pero me quedo sorprendido de lo poco que observan a los niños. Prestan atención a lo que dicen pero no prestan demasiada atención a la comunicación no verbal.

WhatsApp, un terreno abonado a la confusión

Juan Ángel Anta insiste en que la mayor parte de la información que obtenemos del otro proviene de la comunicación no verbal. Y remite a un corto que se puede ver el YouTube y que es muy ilustrativo. En él aparecen dos parejas de jóvenes manteniendo la misma conversación: 'Tenemos que hablar', 'Ya me lo imaginaba', '¿Ah sí? ¿Y por qué te lo imaginabas?', 'Por que estás diferente', 'Ya no me me miras como antes?', '¿Ah no? ¿Y a quién miro?', 'Tú sabrás'... Ella acaba llamándole imbécil y él respondiendo: 'Yo también te quiero'. La primera pareja mantiene esta conversación vía WhatssApp y acaban enfadados, la segunda lo hace cara a cara en una cafetería y acaban besándose. «El vídeo pone en evidencia la importancia de verse, de hablarse a la cara. Imagínate a cuántas confusiones puede llevar una conversación a través del móvil. Y los chavales de ahora se relacionan así».

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