La incuria municipal
Esa era la causa, según dijimos, del abandono del parque de Isabel la Católica: la plantilla de personal era la mitad de la que había en 1961
Arantza Margolles
Lunes, 26 de junio 2023, 01:19
Al parque de Isabel la Católica, hace medio siglo, no había quien lo conociera. En pleno centro urbano, el pulmón verde de Gijón se resentía aún de las obras de ampliación de la avenida de Castilla, que lo había reducido primero y convertido en vertedero de escombros después. Denunciaba EL COMERCIO que todo aquello era producto de «la incuria municipal, y no otra causa»; y que, de no darse arreglo pronto a la situación, el parque se iría consumiendo poco a poco, «en total y absoluto abandono, ante la indiferencia del Ayuntamiento». Existía, además, un talud, «peligroso para la integridad física de los viandantes». «La situación es grave especialmente en la salida al parque del paseo subterráneo del Muro», decíamos: allí había un desnivel de más de tres metros, «sin protección alguna, apto para que alguien se caiga y se mate».
Así de crudo. «¿Estarán esperando a que alguien se mate para arreglar el desaguisado?», nos preguntábamos. A mayor abundamiento, las dos entradas al parque por la avenida de Castilla estaban «destrozadas». «Una de ellas, la más próxima al Muro, tenía unas escaleras y una especie de arco, todo ello en piedra, ornamental. Ha quedado reducido a escombros». Además, la zona limítrofe a la antigua calle del Molino, en 1973 ya avenida de Torcuato Fernández-Miranda, se encontraba «en un estado lastimoso. Su vegetación es propia de monte bajo, más que de parque urbano. Un día pasó por allí una máquina excavadora que allanó más o menos la superficie, y hasta hoy».
Se comentaba que ese mismo verano, el de hace 50 años, iba a descubrirse la placa en honor a Torcuato, con la asistencia del propio vicepresidente del Gobierno a la sazón, y preocupaba la imagen que Gijón pudiera dar al mundo, estando las cosas como estaban. El Parador, por ejemplo, ocupaba terreno público con un depósito de gas «y otros trastos» en su exterior; y los jardineros brillaban por su ausencia, cosa mala para un parque. De 40 trabajadores en 1961, se había reducido la plantilla a 21, casi la mitad; siendo como era, además, ahora la extensión de verde más grande. Un despropósito.