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Soldados rezando ante la talla de escayola que sustituyó a la talla original.
Cuando La República salvó a La Santina

Cuando La República salvó a La Santina

alejandro Fernández Martínez

Martes, 2 de octubre 2018, 12:49

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Al llegar al hospital, el Doctor Clavería lo había reconocido. Respiró aliviado: temblaba cada vez que llegaba algún coche desde Gijón, capital de la Asturias republicana. Clavería, hombre de derechas y famoso cirujano, dirigía, por encontrase fuera de Oviedo, el improvisado hospital montado en Covadonga, en las instalaciones que hoy ocupa –y por entonces ocupaba- el Gran Hotel Pelayo. A su encuentro había llegado Goico Aguirre, ilustre artista comprometido con la causa republicana que acababa de ser nombrado Delegado de Bellas Artes en Asturias. El motivo del encuentro: salvar la imagen de La Santina.

Días turbulentos

A Faustino Goico Aguirre le habían encargado, según sus propias palabras, «que ordenase la recogida de cuántos libros y obras de arte estuvieran en peligro de ser destruidos por el fanatismo y la ignorancia». Décadas de complicidad y compadreo de la Iglesia Católica con quienes ejercían el poder, cuando no el control social y la opresión aplicadas por la institución misma, habían sembrado el terreno para los desmanes anticlericales. Los milicianos y las masas campesinas y proletarias que tomaron el control de la situación aquellos días decidieron, en algunas ocasiones, derruir el viejo mundo y, con él, sus obras de arte. Hasta mediados de septiembre y octubre de 1936 fueron muchas las obras de arte que sufrieron esta ira revolucionaria. Cualquier objeto que tuviera relación con la cristiandad era susceptible de ser destruido en una de estas acciones. Antes de que las autoridades republicanas intentaran poner orden, fueron muchas las obras perdidas, sobretodo en el verano de 1936. Entre ellas, la virgen tardorrománica tallada en piedra en la iglesia de Villaviciosa y desfigurada, por aquel entonces y a martillazos, por unos soldados. Goico, que lo vio, montó en cólera y llamó la atención del comandante, Higinio Carrocera. «No te preocupes, camarada», contestó el mítico anarquista. «No volverá a repetirse el caso. Para mí, el arte y la historia son respetables, aunque sean producto de la civilización burguesa». Al día siguiente, los responsables fueron fusilados.

Medio año más tarde, en diciembre, se constituyó el Consejo de Asturias y León y de él nació una orden con la que quedaba prohibida «toda apropiación o destrucción de objetos artísticos, aún sin conocer su valor histórico y material» y que regulaba que «todas las obras de arte y libros que se encuentren quedan bajo custodia de las autoridades hasta que se entreguen a la Consejería, que es el organismo que las cuidará y las repartirá en los casos que estime conveniente». Para tal fin se había habilitado una casa en Cimavilla (Gijón), a cargo -en efecto- de Goico Aguirre, que iba reuniendo cuadros, libros, esculturas y toda obra de valor artístico para su clasificación. Con lo almacenado se organizarían dos exposiciones de arte en los meses de abril y mayo de 1937. Y, por esa fecha, llegó la misión de la vida de Goico Aguirre.

Objetivo: salvar a la Santina

En algún momento previo a la primavera de 1937, Faustino Goico Aguirre recibió una orden de Indalecio Prieto que lo encomendaba, expresamente, a salvaguardar la imagen de La Santina de Covadonga, sacarla del país y resguardarla en la Embajada española de París. La guerra fue también –como todas- una lucha por la propaganda y la opinión extranjera, por lo que había que evitar a toda costa una posible utilización publicitaria de la destrucción del icono. Quedaba clara, por tanto, la misión.

Tropas en Coavadonga.
Tropas en Coavadonga.

Al llegar a Covadonga, Goico perdió toda esperanza de recuperar la talla. «Cuando llegué a Covadonga», relata, él mismo, a Juan Antonio Cabezas, «me encontré con que la Cueva había sido quemada y la catedral saqueada, así como las casas de los canónigos. En la imprenta del Cabildo imprimían los comunistas el semanario «Milicias», y el hotel Pelayo estaba convertido en hospital para convalecientes». Pero, a pesar del panorama, la virgen de Covadonga había sido puesta a buen recaudo. Dos monjas, amigas del Doctor Clavería, se hacían pasar en aquellos días por enfermeras. Ambas se habían hecho con la talla y la tenían escondida de alguna de las habitaciones del improvisado hospital. Goico transmitió la orden de «Don Inda» y las monjas cedieron la escultura envuelta en una sábana. Irreconocible sin ropajes, «al entregármela lloraban», reconocía el artista.

Viaje a París

Ya estaba en manos del Gobierno de la República la imagen religiosa y ahora quedaba pensar en qué hacer con ella. Estuvo algún tiempo en un armario del Ateneo gijonés, hasta que su salvador redactó un informe que se elevó a «La Casa Blanca» (edificio de Gijón donde se ubicó el Consejo de Asturias y León), y allí se decidió cumplir la orden del gobierno: había que llevarla, en secreto, a París. Las ganas de escapar de aquella Asturias en Guerra eran compartidas por todos los presentes, que, si hubiera dependido únicamente de su voluntad, hubieran puesto pies en polvorosa, con o sin virgen al hombro. Por fin alguien se despojó de la vergüenza y, entre titubeos, alegó que su estado de salud y su avanzada edad lo hacían inservible para la lucha y, por ello, resultaba un buen candidato. El orador fue Eleuterio Quintanilla, profesor y teórico anarquista, miembro de la CNT local. Todos apoyaron la propuesta. Una noche sin determinar del año 1937, cerrada como todas las de aquella maldita guerra, salió el viejo profesor de El Musel, con la virgen de Covadonga metida en una caja. Gondi, amigo inseparable de Cabezas, comentó con ironía a los pocos días: «La Virgen de Covadonga llega a París en el equipaje del teórico y santón anarcosindicalista, que no piensa volver. Puede decirse que él salvó a la Virgen y, a la recíproca, la Virgen lo salvó a él».

Allí, en los desvanes de la embajada, permaneció hasta 1939. Al encontrarla se avisó de inmediato a las autoridades franquistas y al mismo dictador. El Régimen diseñó todo un itinerario religioso y festivo para la vuelta de «La Santina», que volvió a Covadonga tras una exhibición exacerbada de nacional-catolicismo, pasando por varias localidades y siempre al calor de las nuevas y golpistas autoridades.

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