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Domingo, 9 de julio 2023, 01:56
Todo se desmoronaba. La honra, la pregonada superioridad militar española, que no era tal. La vida, para algunos. A dos meses del desastre de Cavite, en el que la escuadra española había quedado destruida en Filipinas, volvió a ocurrir. El escenario, ahora, era Cuba; el puerto de Santiago, en concreto, y entre las vidas que se perdieron, numerosas y descompensadas (343 muertos para España, solo uno estadounidense), también hubo muchas asturianas. A saber, según decía EL COMERCIO del 8 de julio de 1898: Ramón Navia-Osoro, guardiamarina a bordo del 'Oquendo'; Manuel Vega, idéntico cargo en el 'Vizcaya'; José Cabanilles, alférez de navío y el tercer comandante, Carlos González Llanos, en el 'Colón'; D.A. Mier, en el 'Infanta María Teresa'. Y, por último, Fernando Villaamil, «capitán de navío y accidentalmente jefe de Estado mayor general».
«Que llore, que llore la Patria en buena hora la pérdida del hijo amado», dijimos, tal día como hoy, en su obituario, «mientras el sacrificador enjuga la sangre que enrojece el ara y el sacerdote quema el incienso en honor del héroe que luchó con fe (...) El telégrafo, con su fría concisión y aterrador laconismo, nos ha comunicado la tristísima noticia de que Villaamil había muerto». Fue entonces, quizás, la primera vez que en torno a la guerra de Cuba se habló de pesimismo. Si Villaamil, jefe de la escuadrilla, probablemente quien mejor sabía manejar un buque destructor en nuestro país, había muerto, ¿qué le quedaba ya a la guerra contra los 'yankees'?
Más nada. «El presentimiento pesimista se apoderó desde luego de nosotros, sintiéndonos envueltos por la negrura y abatimiento que la inmensa desgracia nos causaba», y no erraba el tiro la impresión, porque, a las pocas horas, «nuestro distinguido amigo el señor Celleruelo telegrafiaba a la familia de don Fernando Villaamil las noticias oficiales recibidas en el Ministerio de Marina». Villaamil, que había rezado a la Virgen del Carmen en Cádiz antes de partir, había muerto.; sus restos reposaban en la mar. «Fue un héroe cristiano», dijimos. Y nos sentamos a esperar la derrota.
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