María Ángeles Gil, una mujer de azar, realismo y filosofía
Cayó rendida ante la estadística y lleva cincuenta años abriendo camino
María Ángeles Gil (Valladolid, 1953) recuerda perfectamente en qué momento se enamoró de la estadística. Con un padre maestro de Matemáticas y dos hermanos mayores que se lanzaron de lleno a estudiar la licenciatura, era difícil que a ella no le picase el gusanillo de las ciencias exactas, aunque al principio era algo que ni se planteaba. En no pocas ocasiones había escuchado decir a sus hermanos, a quienes consideraba muy por encima de ella, unos «fuera de serie», lo complicada que les parecía la carrera, por lo que seguir sus pasos no pasaba por su mente ni por asomo. Fue al llegar a lo que hoy sería tercero de la ESO, en el colegio Sagrada Familia Jesuitinas de Valladolid, cuando el saber de una profesora seglar que daba clase de Química desencadenó un vínculo inquebrantable entre aquella niña de catorce años y las matemáticas.
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El amor por la estadística le vino más tarde. Estaba ya estudiando la carrera de Matemáticas en Valladolid, donde había dos especialidades: matemáticas puras y estadística. Sus dos hermanos –que habían optado ambos por la estadística– trataron de convencerla para que hiciese la otra y así no estuviesen todos en la misma disciplina. Pero fue llegar a tercero de carrera –que era donde se estudiaba porque en cuarto se escogía la especialidad–, ver lo que era la estadística y engancharse. Casi se podría decir que lo suyo fue amor a primera vista. ¿Qué la sedujo? El realismo. Poder ver las cosas, entender lo que significaban como si pudiera tocarlas, poder interpretar los conceptos de una manera bastante intuitiva... Toda la filosofía que se escondía detrás de los métodos estadísticos le pareció tan 'guapa' que ya no pudo (ni quiso) alejarse nunca. Había encontrado su sitio.
Opinión
No olvidará nunca la primera vez que oyó hablar a sus hermanos de un estadístico robusto. Con la ingenuidad de la juventud y la inexperiencia, pensó que se referían a «uno que estudia estadística y que está muy cachas». Con el tiempo descubrió que en realidad se trataba de un procedimiento para hacer estadística en el que, aunque alteres los datos, siempre y cuando no sea demasiado o haya valores extremos, no le afecta.
Con 70 años recién cumplidos, María Ángeles Gil es ahora una eminencia de la Universidad de Oviedo y una de las mujeres que más ha contribuido a la investigación científica en estadística. Se licenció en Matemáticas, especialidad Estadística e Investigación Operativa, por la Universidad de Valladolid en 1976); se doctoró en Ciencias Matemáticas por la Universidad de Oviedo en 1979 y unos años más tarde, en 1991, se alzó con la plaza de catedrática del departamento de Estadística e Investigación Operativa de la institución. Pero no ha sido sólo su currículum académico lo que le ha servido para convertirse en la «madre superiora» de su departamento, como le dicen sus compañeros.
También fue una de las primeras en llegar. Arrastrada por su hermano Pedro, uno de los principales responsables de que hoy exista el grado en Matemáticas en Oviedo, a los 23 años y recién salida de la carrera llegó a una tierra que para ella se asemajaba más a volver a casa que a salir de ella. Su padre había pasado la Guerra Civil como maestro en Llanes y uno de sus hermanos había nacido allí. En su casa se cantaban canciones asturianas que muy posiblemente casi nadie conozca y que ella recuerda sacar de un libro llamado 'Cuarenta canciones asturianas'. Desde que tiene uso de razón, tampoco esucuchó nunca a su padre decir 'ovejas' porque para él siempre fueron 'oveyes'. Y les fabes eran les fabes, nada de alubias. Una asturianía que brotaba de María Ángeles de forma espontánea y prácticamente imperceptible cuando, de pronto, un día se dio cuenta de que siempre terminaba los diminutivos en -ín, -ina. Eran pequeños matices que se habían impregnado en ella siendo muy pequeña y que convivían a la perfección con su identidad vallisoletana. Por eso para ella venir a Asturias fue como acercarse a algo muy querido.
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Luego coincidió que en esta tierra conoció al amor de su vida, su marido, un gijonés del que presume, junto a sus dos hijas, de ser lo mejor de su vida.
Este año, María Ángeles disfruta del que será su último curso como docente en la Universidad de Oviedo, aunque la opción de retirarse y descansar no entra dentro de sus planes. Es miembro tanto de la Academia Asturiana de Ciencia e Ingeniería como de la Real Academia de España, por lo que una vez deje de dar clase podrá dedicar más tiempo a los encuentros que mantiene periodicamente con ambas instituciones. Ahora se levanta cada mañana, desayuna y va directa al ordenador. Puede ser para una reunión o para escribir sobre aquello en lo que esté trabajando en ese momento, pero todo relacionado con el trabajo. Por eso una de las cosas que más ilusión le hace de tener más tiempo libre es poder aislarse unos días en el pueblo de su madre, Geras, ubicado en la montaña de León y haciendo casi frontera con Asturias. Se le ilumina la cara cuando lo piensa porque es para ella la mayor terapia que puede existir.
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