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Nanci Agramonte extiende sus brazos en la terraza de su bar donde la mitad de las mesas están en Oviedo y el resto, al fondo a la derecha, en Siero. JOSÉ VALLINA
Las paradojas que depara la pandemia

Las paradojas que depara la pandemia

Desafío a la lógica. Los cierres asimétricos provocan curiosas situaciones: de terrazas hosteleras divididas por el límite entre dos concejos, uno abierto y otro cerrado, a centros que pueden dar clases de danza, pero no pilates

CON INFORMACIONES DE MÓNICA RIVERO, LUCÍA RAMOS Y BORJA PINOAIDA COLLADO AZAHARA VILLACORTA

Domingo, 24 de enero 2021, 01:38

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No se es mucho más maduro con 18 años que con 17 y 364 días, aunque en el primer caso se pueda votar. Ni se corre muchísimo más riesgo por la autopista a 121 que a 120 kilómetros por hora, aunque lo primero suponga una infracción. Los límites, por necesarios que sean, suelen conllevar algún contrasentido. Así que no es de extrañar que la pandemia del coronavirus, que ha limitado nuestras vidas como nunca, acarree con sus restricciones no pocas contradicciones que los ciudadanos -a veces, incluso, los responsables de ponerlas en marcha- son incapaces de entender. Y que, con el paso de los meses, dan lugar a auténticas injusticias.

Desde que el Principado decretó el cierre perimetral de la capital del Principado, en Colloto viven entre la duda y la paradoja, porque la localidad es uno de esos lugares atravesados por una frontera, la que separa Oviedo de Siero, justo donde terminan las farolas isabelinas de impronta 'gabiniana' y empieza el alumbrado sierense, bastante más discreto. Y, justo en esa línea tan poco tangible, regenta su bar Nanci Agramonte: El roble de Colloto. Un establecimiento en cuya terraza es posible tener un pie en un concejo y otro, en el limítrofe. Pero, excepto una pared, su interior ha quedado encuadrado en Oviedo y, por lo tanto, clausurado. Una decisión que Agramonte no alcanza a comprender: «Si quieren cerrar, que nos cierren a todos o a ninguno. Me parece muy injusto que yo tenga que cerrar y a solo unos metros, dentro del mismo Colloto, puedan estar abiertos». Porque, efectivamente, a solo unos metros, Francisco Javier Palacios, al frente del Café Colloto, sirve en el interior con total normalidad por estar en la parte sierense de la localidad, aunque comparte la misma idea: «Si cierran, que nos cierren a todos de una vez y se dejen de historias. Esto ye todo un desastre». A pesar de poder seguir trabajando dentro, entiende la desesperación de sus compañeros que solo pueden abrir la terraza: «Eso aquí no val pa' na. Si estuviésemos en Benidorm, todavía».

Mariano Norniella no sabe si su merendero se considera o no una terraza.
Mariano Norniella no sabe si su merendero se considera o no una terraza. Vallina

Y, poco más allá, Mariano Norniella, de la sidrería-restaurante El Nora, tiene claro que ellos pertenecen a Siero, pero lo que desconoce, llegado el caso de que se decretase también el cierre perimetral del concejo gobernado por Ángel García 'Cepi', es si su merendero puede considerarse una terraza o no: «Yo creo que no, pero, en todo caso, abrir solo el merendero no nos compensa, y tampoco puedo estar metiendo y sacando a la gente del ERTE».

Una «confusión» que también está sufriendo Laura Álvarez, al frente de Moda y Complementos Como tú, que explica que buena parte de su clientela no se aclara: «Yo pago impuestos en Siero, pero me meten en Oviedo, así que una clienta de Lugones no puede venir. Es una locura». Otra de las que no está de acuerdo con los cierres perimetrales: «El presidente dijo que no servían para nada y ahora vuelve a imponerlos, cuando lo que debería haber hecho era no abrir las fronteras en Navidad. Por eso ahora estamos como estamos». Y, entre tanto, «el pequeño comercio, que es lo más seguro, pagando el pato. Yo tengo dos personas de aforo. El resto espera fuera».

María Rodríguez, en una de las aulas de su centro.
María Rodríguez, en una de las aulas de su centro. josé vallina

Resulta igualmente llamativa la situación sobrevenida en Noreña -actualmente en «riesgo extremo» y con confinamiento perimetral- y El Berrón -localidad de Siero, que continúa abierta-. Son poco más de quinientos metros los que separan ambas localidades, acostumbradas a hacer vida a caballo entre una y otra y, sin embargo, el coronavirus ha puesto un precipicio administrativo entre ambas. «La mayoría de mis clientes no son de aquí. Son trabajadores de paso que paran a medio turno o al final de la jornada a comer o tomar un pincho», asegura el propietario del bar-restaurante El Fíu Chiti, de Noreña, David García Noval, que a su vez vive al otro lado de la frontera, en Pola de Siero. Allí puede tomar un café a techo, pero no puede servirlo en el interior de su negocio. «En diciembre costó que la gente entrase» y ahora, lamenta, tiene «que 'echala'», lo que, junto a la prohibición de fumar, le ha hecho perder a muchos habituales.

Algo más al sur, no mucho, están el Café Ebana y La Cantina, en El Berrón. Sus respectivos dueños, Pedro Luis González Fernández y Senén González, abren también para sus vecinos de la villa condal. «Alguno viene a desayunar», aventuran.

Senén González, todavía con el interior de su bar abierto.
Senén González, todavía con el interior de su bar abierto. pablo nosti

González Fernández es consciente de que este no es el único «sinsentido» de las nuevas restricciones: «Pasa en la gasolinera de Ferrera. Allí tienen el mismo problema que nosotros». En todo caso, berroneses y noreñenses son conscientes de que «no es que quinientos metros más allá no haya virus».

Y en Llanes, más de lo mismo. Desde el jueves, Custo Guerra no tiene más remedio que ver desde su tienda deportiva cómo sus compañeros de 'grupeta' o potenciales clientes pasan pedaleando de largo el concejo, decantándose obligatoriamente por rutas alternativas al no poder adentrarse en las apetecibles carreteras llaniscas. «Solemos juntarnos para salir los fines de semana e incluso a clientes que tienen segunda residencia en Llanes les enseño rutas que pasan por varios concejos, pero con las restricciones ni yo puedo salir ni ellos pueden entrar», lamenta. Y, si a nivel deportivo «es un fastidio», a nivel de negocio la cosa se pone más seria aún. «Abrí la tienda hace seis meses y, cuando ya estaba empezando a hacer clientela, comienzan a cerrar», explica desde el mostrador de su negocio, O2 Sport, en Nueva. «Te dan una ayuda que es una porquería y no te dejan avanzar pese a que te quieres asentar en la zona rural y pelear por ella», agrega. Teme que muchos se decanten por comprar en internet, apuntando que no deja de ser llamativo que un ciclista de Colombres tenga más a mano unas ruedas que le manden desde Madrid que las que él ofrece.

Laura Álvarez, a la puerta de su tienda de moda.
Laura Álvarez, a la puerta de su tienda de moda. josé vallina

Otro caso curioso, aunque no único, es el del centro multidisciplinar avilesino Movendi, que compagina bajo un mismo techo las lecciones de danza creativa -aún en activo-, con las clases de pilates -estas suspendidas para grupos-, en cumplimiento del decreto. Una diferenciación que, para María Rodríguez González, su fundadora, resulta difícil de comprender. «Si de lo que se trata es de minimizar el riesgo de contagio, la forma de trabajo en un estudio de pilates no plantea riesgos. Se mantiene la distancia social, se garantiza la ventilación, no es preciso ducharse y no hay desplazamientos, como sí sucede, por ejemplo, en danza», reflexiona.

David García, en su bar, con la terraza vacía.
David García, en su bar, con la terraza vacía. pablo nosti

Deporte o enseñanza

Para Rodríguez, el hecho de que la Salud haya englobado en una misma categoría la actividad deportiva y el pilates responde a una concepción equivocada. Y puntualiza: «Somos más enseñanza que deporte. Se ha tratado todo de una forma muy general, metiendo en un mismo saco cosas muy diversas. Entiendo que eso pasase en marzo, pero no a estas alturas». Y, aunque asegura que «lo que se está haciendo con los gimnasios también está mal enfocado», insiste en que las lecciones que imparte en su centro nada tienen que ver con la realidad de estos últimos espacios.

Su preocupación, más allá del efecto de la situación actual en términos empresariales, es su impacto sobre la salud de sus alumnos. «Notamos muchísimo que la población lo necesita, incluso, a nivel anímico. Son personas que, en muchos casos, pueden tener niveles de ansiedad altos, que pueden haber perdido a un ser querido, que se están preparando para un parto... El movimiento garantiza que el sistema inmunitario esté mejor. Cuando estoy cerrada, no estoy cuidando más a mis alumnos».

Custo Guerra, en su negocio.
Custo Guerra, en su negocio. xuan cueto

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