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Virginia Carrasco

Perros terapeutas

Ocho niños con enfermedades raras de la Fundación Ana Carolina Díez Mahou se beneficiarán del proyecto 'Un perro, un niño feliz', que usa terapias asistida con los canes

Isaac Asenjo

Madrid

Jueves, 15 de febrero 2018

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Víctor se mueve con dificultad pero no deja de sonreir. Con apenas tres años sabe lo que es ser operado del corazón. Sufre de crisis epilépticas que hacen que en ocasiones se desmaye y le realizan cada cierto tiempo pruebas en el Hospital Universitario La Paz. Tiene una de esas llamadas enfermedades raras y una discapacidad del 44%.

Entra en escena ayudado por Angélica -su madre - y comienza a jugar con Maia y Sacha, dos perros mestizos de unos cinco años que actúan como elemento motivador en el proyecto 'Un perro, un niño feliz' que lleva a cabo la Fundación Ana Carolina Díez Mahou. Se trata de una iniciativa pionera con terapias que tienen como objetivo mejorar la calidad de vida de niños con enfermedades neuromusculares y mitocondriales, un tipo de patologías raras, degenerativas graves y de origen genético. Según las cifras oficiales, cinco de cada 100.000 personas padecen enfermedades como estas en España

Al rato aparecen Paula y Sergio. La primera tiene dos años y daños cerebrales irreversibles; el segundo cuatro años y un síndrome que le afecta al tono muscular -hipotonía-. Comienzan a interactuar con los canes que hacen de vínculo entre ellos y los terapeutas presentes y conseguir así pequeños avances imperceptibles para el resto de las familias con niños sanos.

«Son enfermedades incurables y la rehabilitación es el único tratamiento efectivo en estos niños, lo único que les da alivio. Es importante conseguir financiación. Gracias a eso podemos contar con fisioterapeutas profesionales y con un espacio preparado para los pequeños», cuenta Javier Pérez-Mínguezdirector de esta institución que ayuda a cerca de 250 niños.

Muchos conocen el papel de los perros acompañantes, guardianes o guías, sin embargo son menos los que saben de su poder terapéutico. Una autoridad que forma parte de la historia, donde los griegos daban paseos a caballo para aumentar la autoestima de las personas o cómo los egipcios atribuían a los animales la capacidad de sanar algunas dolencias.

Actualmente no son pocos los estudios que advierten de que la interacción con los canes produce un aumento en endorfinas, oxitocina y dopamina - neuroquímicos relacionados con la felicidad y las relaciones afectivas-.

Virginia Carrasco
Imagen principal - Perros terapeutas
Imagen secundaria 1 - Perros terapeutas
Imagen secundaria 2 - Perros terapeutas

El proyecto, que pretende que estos pequeños logren alcanzar su desarrollo motor máximo y potenciar su independencia, ha sido posible también gracias a la colaboración con la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) y el patrocinio de Dingonatura y la generosidad de los organizadores de la 3ª Edición del Torneo de Padel Benéfico.

Estas terapias asistidas con perros comenzaron el pasado lunes 15 de enero y tendrán lugar durante la primera mitad de 2018 bajo la coordinación de la Oficina de Intervención Asistida con Animales de la URJC. A las dos primeras sesiones han asistido ocho menores, de edades comprendidas entre los tres y los ocho años.

«Es un programa enfocado en dos planos: Relacionado con la educación no formal, habilidades sociales y cognitivas, comunicación oral o desarrollo de la memoria y atención sostenida sobre la actividad; y otro de rehabilitación física en colaboración con la fisioterapeuta para realizar estimulaciones motrices de varias actividades con los perros», explica Luz Jaramillo, coordinadora de programas de Perros Azules, y la entidad a través de la cual la URJC va a ejecutar este proyecto.

El perro, añade la especialista, es en realidad «un elemento multisensorial y muy motivador que hace que los objetivos se consigan de una manera lúdica». «Hay ocasiones en los que no establecen contacto visual con los terapeutas pero si incluimos al animal en la terapia, la situación cambia. Lo mismo ocurre con el lenguaje y el poco interés comunicativo que tienen. Sin embargo con Maia y Sacha despuntan», explica.

«Lo primero que hacemos son unas sesiones de valoración para tomar contacto con los niños y hacer una evaluación antes de ajustar los objetivos del programa a las necesidades de cada uno. Debemos ver el tipo de intervención, el nivel de aproximación que tienen hacia el perro o que motivación les surge. La acogida en general ha sido excelente», explica Jaramillo.

«El perro viene como ayudante de los profesionales y hace de vehículo para conseguir que el niño logre los objetivos», cuenta Israel González, director de la oficina de la Oficina de Intervención Asistida con Animales de la URJC. De esta manera, remarca, «logramos que el pequeño mueva el brazo, la mano o se desplace hasta otro lado porque él lo que quiere es tocarlo y jugar con él». «En muchos casos se genera un vínculo entre el usuario y el animal pero es el terapeuta formado en el ámbito de la salud, de la educación o de lo social el que hace la terapia, no el perro».

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