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Santiago Cantero, en la cabina de su camión saliendo rumbo a La Penilla (Cantabria), para recoger productos de Nestlé que deberá entregar en tierras portuguesas. PALOMA UCHA

«Nadie quiere ser ya camionero. Los jóvenes prefieren dormir en casa»

Sin relevo generacional. Así es la semana de un veterano transportista gijonés. Una ruta con largas esperas a la puerta de varias fábricas que lo llevará hasta el norte de Portugal

AZAHARA VILLACORTA

Lunes, 24 de enero 2022, 01:20

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A los pequeños no los vi crecer». Santiago Cantero (54 años, divorciado) se ha perdido buena parte de la infancia de sus tres hijos. Porque Santi es camionero «desde antes de tener carné», cuando empezó transportando áridos «en escombreras, en el monte, sin salir a la carretera», hace ya más de tres décadas. Otros tiempos. Lo que no ha cambiado es que «este es un oficio duro, para el que hay que valer», y que él aprendió de su padre, también Santiago, cuando solo era un chaval este hombre recio, hijo de camionero y hermano de camionero, nacido en Posada de Llanes y vecino de Gijón. Y eso que lo de «vecino» es solo un decir, porque la mayor parte de su vida transcurre en el camión: esta última temporada, un Iveco de dieciséis metros propiedad de la empresa Hermanos Robledo, con base en Sevares y 33 transportistas en nómina, de la que «no hay queja»: «Al contrario, estoy muy contento con el trato personal y con las condiciones. Primero estuve como autónomo, pero es imposible competir con los grandes».

Santi forma parte de la vieja guardia de un sector, el del transporte de mercancías, en el que las condiciones laborales -con largas jornadas- y salariales -el sueldo medio ronda los 1.700 euros- están provocando que no haya relevo generacional.

Según los datos de las patronales del transporte, en los próximos años harán falta 15.000 camioneros en España, porque calculan que un 70% de los 500.000 transportistas que hoy circulan por nuestras carreteras se jubilarán en la próxima década. Y, sin conductores de camiones, especialmente de alto tonelaje, será imposible asumir el aumento de actividad en el sector, incrementado por la pandemia. Así que las empresas de transporte de mercancías por carretera se enfrentan a un doble problema: que la media de edad de los chóferes es alta (supera los 50 años) y que la profesión no seduce a los más jóvenes. Y Santi lo entiende: «Nadie quiere ser ya camionero. La mayoría prefiere trabajar con una furgoneta, ganar algo menos pero dormir en casa. Nosotros, en cambio, pasamos la vida en el camión. Estamos 24 horas fuera, tres jornadas laborales. Y eso pasa factura a cualquier pareja. ¿Cómo no la va a pasar?», reconoce.

Materiales peligrosos

Es lunes y, para él, el día empieza subiéndose al camión de su colega Dimitri, moldavo, que hoy lo llevará hasta Hoznayo, Cantabria, desde donde Cantero enfila, ya al volante, hacia Palencia con una carga de cereales procedente de Italia para Cerealto Siro, empresa especializada en galletas y pasta con sede en Venta de Baños.

La espera vuelve a repetirse en Avanca (Portugal).
La espera vuelve a repetirse en Avanca (Portugal).

Y, de ahí, rumbo a Valladolid, donde recogerá otra carga de televisores con destino Asturias y, a la vuelta, hará noche en León, porque el martes a última hora, tras entregar las teles en Oviedo, poner a punto el Iveco y repostar, a Santi le toca salir hacia La Penilla, rumbo a la planta que Nestlé tiene en la localidad cántabra, con su vehículo articulado convertido en un enorme frigorífico.

Allí tiene cita para cargar lácteos a las dos de la tarde del miércoles, pero, tras dormir en el aparcamiento de la fábrica, cuando llegan las dos, nada de nada. «Ese es uno de los grandes problemas». Las interminables esperas a pie de factoría, en el parking, sin poder usar los baños o el comedor y sin nada a la redonda, solos, dentro del camión. Tiempos muertos que Santi, sportinguista de pro, mata «escuchando la radio, leyendo noticias de deportes, viendo algo en Netflix, con el Facebook, hablando mucho con los compañeros por el móvil... Con Pablo 'El Vikingo', que me cuenta sus dietas, con Luis Viejo, con Jose, con Isaac 'Ultraderecha' y Alejandro 'Kalima'», recita de carrerilla a quienes son su mayor compañía.

Al gijonés le acaban de decir «que están preparando la mercancía» y ese «espera, que ya te llamaremos», se traduce en que le dan casi las nueve cuando comienza la estiba. O lo que es lo mismo: «Eso quiere decir que, en la práctica, empiezo a trabajar ahora porque acabo de abrir el disco, pero llevo aquí todo el día». Y con «abrir el disco» se refiere al tacógrafo, que le marca, implacable, la jornada: «Dos días a la semana se pueden conducir diez horas y tres días hasta nueve, con una parada mínima de 45 minutos cada cuatro horas y media de conducción. En total, puedes trabajar 45 horas a la semana y 90 bisemanales, lo que quiere decir que, si una semana te pasas, a la siguiente te lo descuentan».

Después de entregar su última mercancía el sábado a las seis de la mañana, toca poner el camión a punto para volver a echarse a la carretera el lunes. carolina santos
Después de entregar su última mercancía el sábado a las seis de la mañana, toca poner el camión a punto para volver a echarse a la carretera el lunes. carolina santos

Un rígido esquema temporal que se suma a «los nervios» derivados de múltiples factores, una tensión que viaja con él como un cargamento más: «Que si la carga se cae, que si la nieve, que si la niebla, que si llevas mercancías peligrosas... Porque me pasé dos años trayendo material radiactivo que usan en el tratamiento del cáncer y la esterilización para el HUCA y el Hospital de Jove, y con la presión de que tenía que llegar a tiempo para que no perdiese las propiedades. Gracias a Dios, sin ningún accidente». Esa es la razón por la que casi nunca escucha música mientras conduce: «Dicen que un buen camionero nunca lo hace, porque, si vas con ella a tope, no te das cuenta de si algo está fallando ahí detrás».

Estábamos en La Penilla y son las nueve de la noche largas cuando el gijonés puede salir «por fin» hacia la Nestlé de Avanca (Portugal), lo que le obligará a pernoctar a la altura de la localidad vallisoletana de Alaejos. «Esa es otra: las áreas de servicio, muchas veces, no están bien equipadas, no encuentras sitio si llegas tarde o te pasan cosas como la que le pasó a una compañera en Francia, donde le entraron en la cabina y le robaron la cartera», cuenta poco antes de volver a quedarse «tirado» a las puertas de la fábrica portuguesa. Una espera que soporta estoicamente, «qué remedio», gracias a que «el camión solo tiene dos años y está muy bien equipado, con un sistema que te permite incluso tener algo de calor mientras duermes con el motor apagado».

Pero la travesía sigue y, tras dejar los productos lácteos cántabros en la chocolatera, su siguiente parada es el Ikea de la freguesía portuguesa de Penamaior, cerca de Oporto, donde carga a mediodía del viernes los muebles que llegarán puntualmente a su destino, en el Ikea de Paredes (Siero), el sábado a las seis de la mañana. El final de una semana que «no ha sido de las peores, porque no fueron muchos kilómetros». Nada que ver con otros portes que le han llevado a recorrer toda Europa, en los que, en ocasiones, «si coincide que es fin de semana», aprovecha para hacer turismo, mientras que otras apenas tiene tiempo más que de esperar sin moverse «por si llaman»: «En Francia estuve doscientas veces, pero nunca subí a la torre Eiffel».

Y, a pesar de la dureza el oficio, él no cambia la libertad del volante por una oficina, ni su «ventana con las mejores vistas a la bahía de Mónaco o de Cannes». Una forma de vida que también quisiera para su hijo mediano, también Santi, hoy formándose y trabajando en Alemania, confiesa antes de aparcar en la base de Sevares y descansar al séptimo día.

«Ahora toca lavar el camión, echar combustible y dejarlo todo preparado para salir a la carretera otra vez el lunes. Vuelta a empezar».

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