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A. S. González
Oviedo
Domingo, 3 de julio 2022, 04:29
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Un 22 de febrero de 2003, al llegar a casa tras pasar la noche fuera, el hijo de Juana Canal encontró una desconcertante nota: «Tu madre y yo hemos tenido una fuerte discusión y ha salido corriendo. He salido en su busca, pero no la he encontrado». La había escrito, de puño y letra, la pareja de la mujer.
Terminaba 2011 cuando un senderista encontró un fémur en su paseo por un paraje de la provincia de Ávila. Informó a las autoridades. Los restos óseos fueron recuperados y, posteriormente, analizados por el servicio de Criminalística de la Guardia Civil. El sistema saltó al identificar el ADN. El hueso había formado parte del malogrado cuerpo de Juana Canal.
Desde que Sergio, que falleció hace seis años sin superar el trance de la desaparición materna, encontró la misiva hasta la confirmación de la muerte han transcurrido 19 largos e inciertos años. Su hermana compartió en redes sociales la confirmación del deceso: «Mi queridísima hermana. Ya encontraste tu escalera al cielo... Espérame allí y volveremos a cantar juntas para siempre», prometía en Facebook.
La incógnita, ahora, es reconstruir qué pasó realmente ese 22 de febrero y cómo encontró la muerte la mujer de 38 años que vivía en Ciudad Lineal. Los restos aparecieron a 80 kilómetros de su vivienda. Casi dos décadas atrás, se barajaron dos hipótesis. Por un lado, la de la marcha voluntaria; por otra, la de la violencia machista.
La Policía interrogó a Jesús, su pareja, que se mostró poco colaborativo pero no estuvo imputado. Ella tampoco apareció en ninguno de los lugares a los que se pensaba que podría haberse fugado. Además de Sergio, tenía otro hijo que vivía con su padre en Valencia. Su familia siempre descartó que se hubiera ido 'motu proprio'.
Juani, como le llamaba su entorno, no había tenido una vida sencilla. La depresión y el alcohol habían hecho mella en ella pero en el momento de su desaparición habría superado ya todos esos trances. Tenía un trabajo, independencia y una pareja nueva con la que convivía junto a su hijo mayor.
Su familia empapeló la zona tratando de encontrarla: 1,70 metros de altura, ojos azules, pelo largo y rubio. No llevaba encima documentación, ni bolso ni teléfono. Vestía un abrigo de piel negro. Fue en vano. «Al menos tenemos el descanso de no ir por la calle, de buscarla y buscarla... de caminar y parecer que la ves en cualquier parte«, confiesa ahora su hermana en unas declaraciones recogidas por Caso Abierto.
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