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Paco Herrera, pensativo, durante uno de sus últimos entrenamientos.
Paco Herrera, pensativo, durante uno de sus últimos entrenamientos. ARNALDO GARCÍA

Un noviembre negro acaba con el sueño de Herrera, cuya ilusión era retirarse en Gijón

La expectación generada con la llegada del técnico fue su mayor enemigo, agigantado por las lesiones en la plantilla

JAVIER BARRIO

GIJÓN.

Martes, 12 de diciembre 2017, 04:10

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En mitad del mes de junio, enfundado en una americana gris y un polo negro, Paco Herrera fue presentado en sociedad. La expectación que había generado estaba en consonancia con su carrera. No había cumplido entonces los quinientos partidos como profesional -lo hizo en la visita del Almería a El Molinón-, pero llegaba con dos ascensos bajo el brazo (tiene un tercero con el Badajoz a Segunda), y un intenso bagaje durante el que conoció todas las galerías del fútbol profesional. Como jugador, en el Sporting por supuesto, como técnico y hasta como director deportivo del Espanyol. Incluso como segundo en el Liverpool de Rafa Benítez, lo que le reportó una Copa de Europa.

«Cuando surgió la posibilidad de entrenar al Sporting le dije a mi familia que era un poco como cerrar el círculo de mi carrera profesional», aseguró durante su presentación. Enamorado de Gijón -una de sus hijas nació durante su estancia en la ciudad en los años setenta- y del Sporting, nunca ocultó su deseo de entrenar algún día al conjunto rojiblanco, en el que llegó a pensar en la retirada si las cosas iban meridianamente bien, aunque el reto de la temporada era mayúsculo: ascenso, por la puerta directa y con la eterna comparación del Oviedo, con una carga de presión mucho más reducida. Pero el objetivo, con Miguel Torrecilla a su lado, parecía factible, aunque esa expectación resultaría letal. «La responsabilidad es enorme; vamos a ser recibidos como el rival a batir», asumió él.

Tras un verano agitado por la situación de Babin, lo que obligó al club a trazar un plan de emergencia con los centrales, el balón comenzó a rodar en el asfixiante Santo Domingo. Arañó un empate el equipo, en construcción, y comenzó una escalada hacia las alturas. Llegaría la victoria frente al Lugo, normalizada porque los gallegos no se habían desmelenado aún, la goleada frente al Nástic y, tras el paso por la Copa, la traumática visita del Oviedo. Nunca un empate dejó una sensación tan polarizada, de casi derrota en el sportinguismo y casi victoria en la hinchada azul. A partir de ahí se enrareció el ambiente y se llevó dos guantazos el equipo frente al Numancia y, después de una victoria ante el Lorca, ante Osasuna en Pamplona. Fueron los mayores lunares de esta fase. Aunque en este arranque, con todo, el equipo lideró dos veces la clasificación y fue segundo en tres ocasiones, retomando la estabilidad con el Sevilla Atlético.

El momento del desinfle

No se veía una propuesta preciosista, cuestionada por su teórica falta de fútbol, pero sí fiable. Sin extremos y con Álex López fuera de forma, Herrera tuvo que modificar su hoja de ruta por completo y cambió su propuesta sobre la marcha. Mezcló a Sergio con Álex Bergantiños, al que le había costado coger el tono, y el equipo se embaló. Encadenó una serie de buenos resultados que se rompió en Reus, en un partido muy igualado, determinado por la falta de tino de los rojiblancos en los últimos metros. Luego llegó la fatídica lesión de Sergio. Un noviembre negro. Y la de Bergantiños. Y la de Rachid, sumadas a las de Canella, Xandao y Lora, además de Álex López. La estructura aulló y se inició el declive y los cambios desesperados de guión de Herrera, vencido en el Miniestadi.

Con su partida, deja atrás una complicada travesía en la que dirigió 20 partidos, entre la Liga y los dos de Copa, con el Sporting décimo, a cinco puntos del 'play off' y nueve del ascenso directo. En su cuenta pendiente, además de la dinámica, se le achaca su escasa apuesta por la cantera, aunque Nacho Méndez, Pedro Díaz y Dani Martín debutaron bajo su mando, y sus cambios en el once, con Stefan como mayor sacrificado.

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