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Dani Martín escucha a Diego Tuero, preparador de porteros, con Christian Joel de espaldas, en las instalaciones federativas en Las Rozas. NEWSPHOTOPRESS
Un extintor con sello rojiblanco

Un extintor con sello rojiblanco

Dani Martín, que evitó con su acierto en los penaltis el adiós a la Copa, confía «en defender muchos años esta camiseta»

IVÁN ÁLVAREZ

GIJÓN.

Jueves, 1 de enero 1970

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Empujados al claroscuro, fiscalizados por el error que se adueña del espacio reservado al aplauso, los porteros cuentan con pocos resquicios para adquirir la vitola de estrella en los éxitos. Uno de ellos se ubica a once metros de la línea que defienden, en ese punto de penalti que parece imantado con la andadura de Dani Martín en la primera plantilla del Sporting.

«Simplemente me gusta mucho fijarme en cómo lo van a tirar y, durante el partido, en los golpeos que tienen. Es cierto que me gusta mucho, se me dan bien», confesó ayer el joven cancerbero gijonés, que sofocó el conato de incendio que hubiese desatado la remontada del Rayo Majadahonda e hizo avanzar a los rojiblancos al detener dos lanzamientos y propiciar un tercer disparo errado. Un acierto que desgrana como una mezcla de intuición, estudio previo y la pizca de fortuna necesaria.

Del quirófano al primer plano en dos meses, el tiempo transcurrido entre la mañana del 31 de julio, en la que se fracturó la falange proximal del quinto dedo de la mano izquierda en Mareo, y la noche del 18 de octubre, en la que se enfundó la capa de héroe en el Wanda Metropolitano todavía con algunas molestias derivadas de esa intervención quirúrgica. «Me encontraba en un momento muy bueno de forma, estaba muy contento por cómo me estaban saliendo las cosas durante la pretemporada», expresó ayer sin ocultar que «fue un palo duro».

«Son retos y si te caes hay que levantarte y seguir más fuerte», asumió con una fortaleza psicológica que ya le caracterizaba «desde pequeñín», como asegura Gonzalo Llano, presidente del Veriña y por ende testigo de su crecimiento en el club rojinegro desde benjamines hasta el final de su ciclo infantil, cuando el Sporting incorporó a Mareo a ese espigado preadolescente que había cambiado la medular por la portería y deslumbró bajo palos guiado por su padre Miguel Ángel desde el banquillo.

«Ese último año fue impresionante y ya jugaba como quieren ahora los técnicos, con ese componente táctico, además de que tenía un físico que lo amparaba», describe el máximo mandatario del Veriña, que recuerda su esfuerzo en cada entrenamiento y un excelente golpeo de balón heredado de sus inicios como mediocentro que todavía conserva. Después de realizar junto a Christian Joel una prueba con el Real Madrid en Valdebebas durante la Semana Santa, ingresó en la cantera sportinguista y su proyección no tardó en ser detectada por los técnicos de la Federación Española, que le tienen en el radar desde los quince años.

Luis de la Fuente, que el pasado mes de julio sustituyó a Albert Celades al frente de la Selección Española sub 21, le hizo escalar el último peldaño, el que todavía no había ocupado en las categorías inferiores de la Selección Española para recoger el testigo de Ablanedo. Con el exrojiblanco Jorge Meré como 'cicerone', fue el benjamín del grupo que concluyó la fase de clasificación para el europeo del próximo verano con los duelos en Albania e Islandia.

Dos semanas fuera de casa que acentuaron el carácter entrañable del reencuentro con su familia en el Wanda Metropolitano, donde le animaban desde la grada su novia, su prima y su hermana, desbordada por la emotividad en la tanda de penaltis. «Vi a mi hermana llorando y lo primero que me salió fue ir a darle un abrazo. Fue muy emocionante», expresa el gijonés, a quien Gonzalo Llano ve con «todas las papeletas para llegar a ser uno de los mejores porteros del país».

El meta, que ayer donó sus guantes rosas para la lucha contra el cáncer de mama, no se desvía del objetivo: «Ojalá esté aquí muchos años defendiendo esta camiseta, ahora toca seguir trabajando y mejorando».

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