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Educación Superior y Estrategia Europa 2020
OPINIÓN ARTICULOS

Educación Superior y Estrategia Europa 2020

No sobran titulados, faltan más empresas innovadoras que apuesten por el conocimiento en todos los ámbitos y que generen un tipo de empleo que requiera mayor formación

MIRIAM CUETO

Domingo, 27 de marzo 2011, 05:01

La Estrategia Europa 2020 aprobada por la Unión Europea establece la necesidad de un crecimiento económico inteligente, sostenible e integrador. Un crecimiento inteligente que implique el desarrollo de una economía basada en el conocimiento y la innovación. Un crecimiento sostenible donde se apueste por una economía que haga un uso más eficaz de los recursos, que sea más acorde a exigencias medioambientales y que sea más competitiva. Un crecimiento integrador en el que el fomento de una economía con alto nivel de empleo no sea incompatible con la cohesión social y territorial. Esta Estrategia renueva entre sus objetivos muchos de los ya enunciados por la Estrategia de Lisboa en el año 2000, entre los que cabe destacar la necesidad de que al menos el 40% de los jóvenes entre 25 y 34 años completen estudios superiores. La crisis económica no es excusa para restar valor a la formación, y la sociedad debe ser cada vez más consciente de que a mayor nivel de estudios siempre hay más posibilidades de obtener un empleo de calidad. No debemos lanzar mensajes equivocados, por eso me gustaría plantear alguna reflexión sobre la importancia de la Educación Superior.

La Ley Orgánica de Educación (LOE) cuando se refiere a Educación Superior recoge, junto a la enseñanza universitaria, las enseñanzas artísticas superiores, la Formación Profesional, las enseñanzas profesionales de artes plásticas y diseño y las enseñanzas deportivas de grado superior. Sin embargo, este concepto no ha calado aún en la sociedad y cada poco asistimos al obsoleto debate entre enseñanza universitaria y Formación Profesional.

La necesidad de seguir aspirando a una población más formada es irrenunciable. La Unión Europea lo plantea abiertamente y países con economías muy sólidas jamás argumentarían sobre el exceso de titulados superiores (Japón alcanza un 50% y EEUU un 40%). Una población más y mejor formada implica mayores cotas de bienestar, garantiza una sociedad más justa y ofrece más oportunidades. En España se ha logrado, en buena medida, gracias a nuestro sistema de becas, que tengamos una tasa de titulados superiores que ya roza el 40% al que aspira la Unión Europea, que en Asturias alcanza el 42,5% (un 48,8% si atendemos a la población femenina). Este no es el problema; en todo caso, será la solución.

Si la Estrategia de Lisboa en el año 2000 puso sobre la mesa la necesidad de un cambio en el modelo económico, la crisis económica nos la arrojó a la cara. Las empresas, incluidas las pymes, deben apostar por la innovación y por el desarrollo tecnológico. Con ello se logrará un empleo de mayor calidad y más cualificado, pero, además, las propias empresas gozarán de mayor fortaleza ante etapas como la que estamos viviendo. Con este fin, el Plan de Ciencia Tecnología e Innovación (PCTI) del Gobierno del Principado de Asturias incluye numerosas acciones para lograr un sector productivo comprometido con la innovación. Por tanto, no sobran titulados, faltan más empresas innovadoras que apuesten por el conocimiento en todos los ámbitos y que generen un tipo de empleo que requiera mayor formación. En este contexto, la Universidad debe jugar un papel clave en el cambio de modelo económico, en la actividad de transferencia del conocimiento y en el impulso de la innovación, devolviendo así a la sociedad la inversión que a ella se destina. El ámbito académico y el empresarial tienen mucho que ofrecerse de forma recíproca: incentivar la capacidad emprendedora de nuestros titulados, incrementar la creación de empresas de base tecnológica, ofrecer formación especializada en gestión de proyectos y en procesos de internacionalización de empresas, facilitar la recepción de alumnos en prácticas e integrar y colaborar con los centros de FP, todo ello acomodando tiempos y métodos de trabajo, diferentes en uno y otro ámbitos.

Llegados a este punto, no debemos cuestionar en ningún caso la inversión pública en Educación Superior, mucho menos hablar de despilfarro. En cambio, sí estamos obligados a exigir la máxima eficiencia respecto a los recursos que se destinan a este fin: es necesario rebajar la tasa de retardo y de abandono (los alumnos no se pueden perpetuar en el sistema); no se puede mantener un número tan elevado de grados, ni de másteres si no cuentan con la suficiente demanda (el sistema no puede ni debe financiar casi 300 titulaciones de grado con menos de 20 alumnos); las universidades no deben mimetizar la oferta de la que tienen a su lado (por ello, el dinero que se destina a hacer crecer la oferta o a mantener indebidamente la existente en algunos casos, debería destinarse a seguir mejorando otros aspectos, como el sistema de becas y ayudas, para que no sea un inconveniente trasladarse a estudiar fuera del lugar de residencia); igualmente, es evidente que la formación recibida por los alumnos debe ajustarse cada vez más a la demanda del sector productivo y debe hacer de ellos profesionales polivalentes con competencias y habilidades que les sirvan para afrontar con éxito las exigencias del mercado laboral en el que se van a mover.

Por estos motivos, la adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior no debe detenerse, sigue siendo una oportunidad para mejorar el sistema. Nuestra aspiración pasa por ser más eficientes en la gestión de recursos, pero sobre todo en la formación de nuestros titulados.

El desarrollo de la Estrategia Europa 2020 requiere un compromiso sin fisuras entre la esfera pública y la privada, entre el sistema educativo y el sistema productivo. Afrontar las necesidades expuestas puede conducirnos a un cambio que beneficiará a toda la sociedad, aunque su puesta en marcha requiera esfuerzos. Desconfiemos de los portadores de varitas mágicas y tengamos presente lo señalado por Victor Hugo en 'Los miserables': «El mayor tirano del hombre es la ignorancia y éste sólo puede ser gobernado por la ciencia».

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