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PÍO GARCÍA
Domingo, 22 de mayo 2011, 04:05
En 1983, el Aberdeen, un modesto club escocés, vivía una temporada de ensueño, casi mágica. El equipo rojo acababa de ganar el único título continental de su centenaria historia, la Recopa de Europa, frente al todopoderoso Real Madrid (2-1, en Goteborg) y además se había clasificado para disputar la final de la Copa de su país. La gente de la brumosa ciudad portuaria hervía de pasión por su equipo y estaba rendida a los pies de su joven y sanguíneo entrenador, Alex Ferguson.
Aquel 21 de mayo, sesenta mil espectadores abarrotaron el estadio de Hampden Park, en Glasgow, para presenciar el duelo copero final entre el Rangers y el Aberdeen. Fue una batalla épica, larga y tensa, que se resolvió en el último suspiro de la prórroga con un formidable gol de cabeza anotado por el delantero del Aberdeen Eric Black: los rojos lograban así sumar un título más y prorrogar su inesperado y feliz paseo por el paraíso.
Cuando el árbitro pitó el final del partido, la afición y los jugadores del Aberdeen estallaron de alegría. Entonces, las cámaras de la televisión escocesa requirieron unas palabras del triunfante entrenador. Alex Ferguson apareció con cara de acelga, como si le acabaran de poner una multa, y ni siquiera dejó que el ingenuo entrevistador le felicitara. Con su acento imposible, escupiendo las palabras, le cortó:
-Vaya mierda de partido hemos hecho. Algunos de mis jugadores, como Miller o McLeish, parecían ir con ellos. Menuda vergüenza. A mí no me importan los títulos. Esto es inaceptable. En ganar así no encuentro gloria ninguna.
Treinta años después, Alex Ferguson se ha hecho más viejo y mucho más rico. También ha ganado muchos títulos británicos y europeos e incluso ha sido nombrado caballero por la reina Isabel II. Pero sigue conservando su cerrado acento escocés, una combativa fe en el socialismo y un carácter de mil demonios.
«Antes jamás había tenido miedo de nadie, pero... desde el principio él se comportó como un bastardo aterrador. Si no conseguía lo que quería, se volvía feroz». Bobby McCulley, discípulo de sir Alex Ferguson en el East Stirlingshire, el primer club que dirigió, no guarda buen recuerdo del escocés. Otros jugadores lo tienen en mayor estima, aunque todos coinciden en reconocer que su mal genio no es un mito: «Tenía dos caras. Es cierto que a veces volaban cosas en el vestuario, pero también podía ser encantador», resume en 'The Guardian' Viv Anderson, un lateral que triunfó en los ochenta.
Desde entonces, las canas no parecen haber calmado el volcánico temperamento de sir Alex, que todavía practica en el vestuario su estrategia favorita de castigo y motivación: el 'secador de pelo'. El nombre metafórico se lo inventó Mark Hughes, un viejo ariete del Manchester y del Barcelona, que lo padeció en algunas ocasiones. Cuando un jugador lo hace mal o desobedece sus órdenes tácticas, sir Alex lo llama nada más acabar el partido. Delante de todos, en el vestuario, pega su nariz a la nariz de su víctima, lo mira fijamente, con los ojos inyectados en sangre, y le suelta una bronca monumental, aderezada con gritos, insultos y algún que otro perdigón.
Ferguson no se corta ni con sus estrellas. A David Beckham no le perdonó su matrimonio con Victoria, la 'Spice Girl' pija: «Casarse y meterse en el mundo del espectáculo es un problema; su vida jamás será la misma. El fútbol pasará a ser una parte muy pequeña», vaticinó. Ahí empezaron sus problemas con un chaval al que de vez en cuando llamaba «chulo londinense», pero al que casi había amamantado. Un día, enojado con él en el vestuario, le tiró una bota y le hirió en un pómulo. Ni uno ni otro han querido hablar jamás de lo sucedido.
Cuando Ferguson se enfada, todo corre peligro: si pilla a mano una bota, la lanza; si está bebiendo té en un tacita, la estampa contra el suelo o se la tira a un jugador. En una ocasión, según reveló 'The Guardian', sir Alex estaba soltando una bronca a sus pupilos. Irritado con el mundo entero, pegó una furiosa patada al cesto de la ropa sucia y unos calzoncillos sudados cayeron en el rostro de un jugador. El tipo, aterrado, se quedó con ellos en la cara, sin atreverse a quitárselos, mientras Ferguson acababa su terrible filípica. Cuando se cansó de soltar improperios, el entrenador escocés reparó en la ridícula pinta de su futbolista:
-Y tú... ¿Quieres quitarte esos putos calzoncillos de la cabeza? ¿A qué demonios estás jugando?
El socialista de Govan
Para entender el impetuoso carácter de sir Alex Ferguson, tal vez haya que acudir a sus orígenes. Las primeras líneas de la biografía de Alexander Champman Ferguson se escribieron en Govan, un barrio de Glasgow conocido por sus astilleros. En aquel ambiente proletario y lluvioso, con un cielo siempre ceniciento, Alexander, hijo de un chapista, empezó a dar patadas a un balón mientras trabajaba de operario en una fábrica. Allí le entró la fe socialista, una ideología que todavía defiende con pasión: «Yo nunca olvido mis raíces y mis creencias son las mismas que cuando era un crío», clamó en las páginas del 'Daily Mirror'. De hecho, se ha convertido en uno de los principales donantes del Partido Laborista y en la última campaña electoral prestó apoyo público a Gordon Brown y cargó contra su rival, el conservador David Cameron.
Ferguson no quiere ni oír hablar del nacionalismo escocés, aunque se enorgullece de su horripilante acento y de hablar el incomprensible dialecto de Glasgow, el Glaswegian. Mantiene sus amigos de la guardería y con alguna frecuencia les invita a ver un partido y luego se los lleva con sus mujeres a cenar y a cantar a un karaoke.
Esta cara amable y paternal es la que probó, por ejemplo, Gerard Piqué, al que fichó cuando era un juvenil: «Para mí fue un segundo padre. No sólo me ayudó en lo futbolístico, sino que hasta se preocupó por buscarme casa».
No es la única contradicción de un tipo al que critican por no saber entrenar y por equivocarse de tácticas, pero que lleva 25 años dirigiendo al equipo más poderoso de Inglaterra. «Como entrenador, es uno más. Hay mil mejores que él. Entrenar no es su fuerte. ¿Pero gobernar un grupo? ¿Manejar a la gente? Ahí no hay nadie mejor», confiesa Peter Schmeichel, portero del United durante ocho años (1991-1999). Sir Alex Ferguson tiene 69 años y el sábado puede conseguir, frente al Barcelona, su tercera Copa de Europa. Aunque no piensa en la retirada: «Mi mujer no quiere tenerme en casa. Y esa sí que da miedo», bromea.
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