Pablo Nanclares, en El Requexón, antes de pitar el Oviedo - Pabellón del pasado sábado. :: ÁLEX PIÑA
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El árbitro que derrotó al cáncer

«Siempre crees que nunca te va a tocar a ti. Cuando te pasa te das cuenta de que dependes de tu salud para todo», afirma el colegiado ovetense El asturiano Nanclares Centeno vuelve a los campos de fútbol tras superar una leucemia

NOELIA G. ARNEDO tododeporte@elcomercio.es

Martes, 20 de diciembre 2011, 08:52

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Nunca Pablo Nanclares Centeno ha sacado una tarjeta roja con más satisfacción que ahora. A sus 33 años, el árbitro asturiano ha superado la mayor prueba de su vida. Ha conseguido vencer una leucemia que le fue diagnosticada hace dos años y el pasado miércoles superó las pruebas físicas a las que se deben someter los colegiados de Segunda División B.

Este ovetense, que trabaja en una empresa de telecomunicaciones en Gijón, asegura que los peores momentos de su vida han quedado atrás. «He aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas. Antes, para mí, la vida pasaba muy rápido. He aprendido a escuchar a mi cuerpo», explica.

Su pesadilla comenzó en 2009. Había sido designado como cuarto árbitro en San Mamés, para participar en un Athletic-Sevilla. Fue el último partido en el que tomó parte antes de recibir una de las peores noticias que se puede escuchar. Su médico pronunciaba las palabras malditas: tenía leucemia, de apellido, linfoblástica aguda. Un tipo de cáncer, poco habitual en adultos, por el que la médula ósea produce demasiados linfocitos inmaduros (una clase de glóbulo blanco).

Lo que él creía que eran los síntomas de una simple anemia le llevaron a estar ingresado desde el primer día en la Unidad de Trasplante de Médula del HUCA y desde el primer minuto se vio obligado a afrontar un tratamiento de quimioterapia que duró siete meses.

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Pero no fue suficiente. Así, la única solución posible era un trasplante de médula ósea y para poder abordar esa intervención había que encontrar un donante compatible. Tras varios análisis y comprobar que su hermana Susana no era la persona adecuada, decidieron buscarla en cualquier punto del mundo.

«Fue increíble cuando me comunicaron que habían encontrado un donante», asegura Pablo. Sólo sabe de él que es inglés y que tiene 23 años.

Ocho largos meses

Lo más duro, dice, fue el momento del trasplante. Después de recibir la sangre nueva con células sanas tuvo que estar más de un mes incomunicado en una habitación, con la única compañía de su hermana, quien por aquel entonces se encontraba de baja. «Es la peor enfermedad para una persona impaciente como yo», relata el colegiado.

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Así pasaron ocho meses, los más largos y más dolorosos que recuerda. «Lloré muchísimo, no quería ver a nadie». Pero ahí, junto a él, siempre estuvieron su padre, su madre, su hermana y su novia, hoy esposa.

En los momentos de desesperación, que los hubo, llegó a decir a su madre «yo me voy a morir». «Sin embargo, ella siempre tenía una sonrisa en la cara y no paraba de animarme. Con el tiempo me enteré de que cuando salía de la habitación se iba a la sala de espera a llorar. Pero nunca lo hizo delante de mí», cuenta este colegiado asturiano.

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Costosa recuperación

Un tratamiento tan duro como la quimioterapia conlleva una serie de efectos secundarios que minaron la moral de Pablo Nanclares. «Se me cayeron las uñas y pasó un año hasta que me empezó a crecer el pelo. Soy muy coqueto y lo pasé fatal cuando me tuve que cortar el poco pelo que me quedaba en la cabeza», recuerda ahora, con la misma sonrisa con la que un adulto evoca sus 'chiquilladas' de niño.

Pero pese a todo, Pablo no tiró la toalla. Decidió aferrarse a la vida e intentó mejorar día a día, a pesar de las numerosas e interminables horas que pasó tumbado, en su casa, sin fuerza, con la morfina como única alternativa al dolor.

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La recuperación fue difícil y dolorosa. El trasplante, por suerte, funcionó y no hubo que lamentar el rechazo. Sin embargo, su estado era muy delicado, apenas podía valerse por sí mismo. «El primer día que salí a la calle intenté dar una vuelta a la manzana y fui incapaz de andar 50 metros. Para volver a casa tuve que apoyarme en mi hermana y mi novia», detalla.

El simple gesto de tomar un café le suponía un gran esfuerzo. Pero siguió luchando. Una vez cumplido el año, y tras un largo y costoso proceso, pudo hacer vida normal. Y a partir de entonces, regresó a su gran pasión: el deporte.

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Empezó a entrenarse porque quería con todas sus fuerzas volver a arbitrar: «No hacía más que preguntar al médico cuánto tiempo me quedaba para salir de allí. Repetía una y otra vez que tenía que ir a arbitrar. Hasta este momento, cuando volví a entrenarme, no fui consciente de que estuve a punto de morir».

En su mente todavía guarda situaciones e imágenes de aquel duro trago. Un hombre joven y deportista como Pablo, que pesaba 55 kilos, adelgazó de repente diez kilos. Al poco, los recuperaba y alcanzar los 75. Su cuerpo se había transformado a consecuencia de los medicamentos.

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Ahora, cuando la pesadilla ha pasado, sigue tomando medicación, aunque en dosis menores. Pero ya no está hinchado. El deporte, asegura, le ha ayudado a eliminar los efectos secundarios de los fármacos: «Me noto menos cansado, el riñón trabaja mejor, eliminó líquidos.».

Los inicios nunca son fáciles y él lo sabe, pero ganas no le faltan. La vida le ha dado una segunda oportunidad y no la piensa desaprovechar. A los pocos meses de salir del hospital pasó por el altar y a los pocos días se calzó las zapatillas y a entrenar.

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Allí le esperaban sus amigos, José Ramón Piñeiro Crespo y José Manuel Fernández Miranda, árbitro de Segunda División y asistente internacional, respectivamente. «Me han ayudado mucho. Han sacrificado horas de entrenamiento para no dejarme atrás. Se lo agradezco», asegura Nanclares Centeno. Tanto esfuerzo se ha visto recompensado. El pasado miércoles, Pablo superó con éxito las pruebas que el Comité Nacional de Árbitros organiza para evaluar el nivel de los aspirantes.

La buena puntuación obtenida en velocidad, resistencia y agilidad dentro del campo le permite regresar como árbitro a Segunda División B. De esta forma pone fin a las dudas que muchos tenían sobre él. Su objetivo, ahora, pasa por adaptarse a la categoría.

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Lleva desde los 16 años arbitrando. Empezó pitando partidos entre colegios y tiempo después hizo un curso que le acreditaba como un árbitro más. «Al principio era muy duro. Estaba solo y aunque era muy joven tenía una gran responsabilidad por mí y por los jugadores a los que pitaba», afirma. Ahora, con 33 años y tras vencer a un cáncer, vuelve a los terrenos de juego sin nervios.

No tiene palabras para dar las gracias a todos los que le han ayudado en su recuperación: su familia, sus amigos, sus socios. Tampoco quiere olvidarse de sus compañeros del hospital a quienes les manda un mensaje de apoyo: «Se puede salir del cáncer. A mí me lo cogieron tarde y ha tenido solución. No hay que perder la esperanza».

En estos dos últimos años, Pablo ha aprendido a valorar más que nunca las pequeñas cosas, aquellas a las que no se le suele dar tanta importancia, pero que juegan una pieza fundamental en la vida. «Antes de la enfermedad no le daba importancia a la salud. Siempre crees que nunca te va a tocar a ti hasta que te pasa», asegura.

El apoyo incondicional de su familia, el deporte y las palabras de su médico, el doctor Carlos Vallejo Llamas, jefe de la Unidad de Trasplantes del Hospital Central de Asturias, fueron claves para la recuperación de Pablo Nanclares Centeno: «Desde el primer día me dijo que iba a recuperarme al cien por cien y que volvería a arbitrar. Gracias a él, nunca perdí la esperanza».

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