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A. VILLACORTA
Lunes, 30 de abril 2012, 10:59
Estaban los que iban a misa, los que disfrutaban del vermú dominguero, los que marchaban en manifestación, los intrépidos que aprovechaban para darse un baño en San Lorenzo y ellos: los que bailan. Un Gijón de lo más movido se convirtió ayer en el escenario perfecto para celebrar el Día Internacional de la Danza, una cita que se celebra desde hace seis años coincidiendo con la fecha del nacimiento del creador del ballet moderno, Jean-Georges Noverre (1727-1810), que busca promover el baile, rendirle homenaje, y que se festeja de manera simultánea en varias ciudades de todo el planeta.
La conmemoración, organizada por la Asociación de Profesionales de la Danza de Asturias (APDA), sirvió para «compartir con todos los asturianos» su pasión por esta disciplina universal que, explican, «aúna arte y deporte», que «cada vez tiene más aficionados» y que «traspasa barreras políticas, culturales y étnicas». Y, para eso, los profesionales del baile de la región diseñaron un completo programa que arrancó a mediodía en La Escalerona y que hizo del Muro una barra de ballet con el mar en calma como excepcional telón de fondo.
«En este 2012, a todo el mundo, mucha danza. No se trata de olvidar los problemas del año 2011, sino, muy al contrario, de enfrentarnos a ellos de forma creativa, de bailar en torno a ellos para encontrar la manera de engranar con los demás, con el mundo y con la vida, convirtiéndonos en parte de su interminable coreografía», fue el deseo formulado por la portavoz de la asociación, Elisa Novo, con más de tres décadas de dedicación a sus espaldas, durante la lectura del manifiesto que abrió la jornada. Un mensaje que cada año redacta una personalidad de la danza mundialmente reconocida y que, esta vez, fue obra de Sidi Larbi Cherkaoui, prestigioso bailarín y coreógrafo belga.
«Problemas», sí. Porque, como resumía Elisa Novo, «la danza necesita apoyos. Y no tanto económicos o institucionales, sino el reconocimiento social, que es el más importante». O lo que es lo mismo: dejar de ser el patito feo de las artes escénicas. «Que los músicos o los actores nos miren de igual a igual y que el regusto populachero con el que nos observa la sociedad desaparezca, que se nos reconozca como auténticos profesionales», pedía mientras daba instrucciones a los bailarines más pequeños: «Quinta posición y saludo».
Uno de los benjamines del ballet era Carlos Secades, ovetense, cinco años. Un niño para el que la danza es «la felicidad», contaba su madre, Ana Cancio, que lo vio claro casi desde que Carlos nació: «Desde que empezó a andar, siempre que escuchaba música, bailaba». Así que ella, que también bailó cuando era pequeña, no se lo pensó dos veces a la hora de matricularle en la escuela de danza de Novo.
«Empezó este año y es muy feliz. Si no lo fuese, le llevaría a fútbol, pero esto es lo que hay», se ríe aunque, para eso, explique, tuviese que vencer las resistencias del padre, que «no lo dejó bailar hasta que no vio Billy Elliot».
Como Carlos, más de un centenar de danzantes amateurs y profesionales se movieron al ritmo de la música durante todo el día: del flamenco a los sones de la Carmen de Bizet al baile moderno que los alumnos del colegio Cabueñes y del IES La Ería practican como actividad extraescolar dirigidos por Beatriz Rodríguez Armada.
Escuela en Begoña
Por la tarde, el escenario se trasladó a Begoña. Se trataba de salir de verdad a la calle y, con ese fin, de cuatro a siete, el quiosco situado en el paseo se convirtió en una escuela de baile. Gratuita y libre. Abrió el espectáculo callejero un taller de jazz-funk y siguió un flashmobe o «multitud instantánea» que, como no podría ser de otra forma, fue una coreografía, para dejar paso después al break dance a cargo de la Asociación Linkuei, un taller de danza medieval, una improvisación contemporánea y una exhibición de capoeira.
Desde Soto del Rey llegó Francisco Vega, 20 años, estudiante de tercer curso de Biología, para disfrutar con lo que lleva haciendo desde que tenía cuatro. «Danza clásica y moderna» que aspira a convertir en su forma de vida aunque, junto a él, su madre insistía en «que termine la carrera primero». O Ludi Martín, que bailó junto a su hermana, sus hijas y su nieta y que lo mismo le da «a lo moderno que a lo de antes. Todo con tal de bailar».
«Bailamos a diario porque esto engancha», contaba Celia Castellanos, alma máter del Gimnasio Ritmo, 63 años, formada en países como Austria o Finlandia, experta en terapias corporales correctivas, que lo mismo enseña «baile español que hip hop o danza afro» y que pone el acento en los beneficios físicos y mentales del movimiento: «Me meto en el baile y me olvido de todo. Y nunca me rindo. Hasta que el cuerpo aguante».
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