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Ilustración: Josemi Benítez
Cuando los vecinos hacen más dura la cuarentena

Cuando los vecinos hacen más dura la cuarentena

Las molestias por ruidos se multiplican en las comunidades durante esta reclusión forzosa: «Todas las mañanas nos despierta el de arriba saltando a la comba»

carlos benito

Jueves, 2 de abril 2020

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Los vecinos también son nuestros compañeros de confinamiento. Aunque cada uno esté en su casa (y Dios en la de todos, como decía la vieja fórmula), la crisis del coronavirus nos mantiene a unos tabiques de distancia unos de otros durante la jornada entera, cuando habitualmente solo solíamos coincidir unas cuantas horas al día y buena parte de ellas las pasábamos durmiendo. Esta proximidad forzosa está dando lugar a hermosas historias de solidaridad que apuntalan nuestra esperanza en el género humano: los jóvenes que hacen la compra a los mayores, la buena cocinera que prepara tarta para todo el bloque, los que dejan un alijo de libros en el portal para que los coja quien quiera... Incluso hemos establecido vínculos inesperados con las familias que viven al otro lado de la calle, nuestros cómplices en el aplauso de las ocho, cuyas caras vemos estos días más que las de nuestros padres. Pero basta conocer la singular sociología de las comunidades de vecinos, ese caldo de cultivo de enemistades incondicionales, para darse cuenta de que la cuarentena también está propiciando numerosos conflictos de escalera: las molestias que causa un vecino son evidentemente insignificantes en comparación con la tragedia de la enfermedad, pero pueden llegar a volverse una mortificante obsesión en este tiempo monótono y vacío.

Las redes están sirviendo de desahogo para muchas personas que sufren a algún vecino estruendoso, cuyas actividades resultan incompatibles con la serenidad, el teletrabajo o el descanso. Su tipología es muy variada, pero siempre suelen ser consecuencia de algún intento más o menos desesperado de ocupar la avalancha de horas libres. El historietista Mauro Entrialgo, irónico analista de nuestras costumbres, traza este repaso rápido de iniciativas muy molestas: «De entre las que me han comunicado mis amigos, destacaría la utilización de una radial para cortar barras de acero, el siempre bien recibido uso indiscriminado del taladro, partir nueces en el balcón con un mazo y aprovechar que hay tiempo libre para realizar el desalicatado y pique de mortero de una cocina que se quiere reformar». Él mismo ha descubierto todo un universo sonoro en torno a su hogar: «A las ocho menos cuarto nos despierta el vecino de arriba con unos golpetones rítmicos sobre el techo de nuestra habitación, que parecen indicar alguna actividad deportiva autoimpuesta, muy probablemente saltar a la comba. Termina hacia las ocho y veinte. Pero, a las nueve menos cinco, no sabemos si este mismo vecino u otro enciende una televisión a un volumen atronador con un programa en el que gritan y mienten mucho. Creo que es el de Ana Rosa. En los balcones, aparte de los aplausos de las ocho, que son breves y no demasiado molestos, se suceden otro tipo de actividades de escándalo considerable. Dos o tres colocan altavoces de gran potencia por los que emiten éxitos obvios de los 80 y 90 y hay dos que de vez en cuando hacen una microcacerolada fuera de convocatoria conocida, desconocemos si para manifestar una opinión política o solo por tocar las narices».

Rodillos y bailes

El ruido, siempre problemático en una comunidad, no solo se ha extendido ahora a lo largo de toda la jornada, sino que encima se oye mucho más sobre el silencio de las calles desiertas. ¡Cómo resuenan los martillazos, las flautas y las películas de acción! ¡Qué vibración de techo con los rodillos de ciclismo, las carreras de críos y los bailes en familia! «Normalmente, fuera hay vida, hay coches, pero ahora no. Y la gente trata de llevar una vida parecida a la que hacía antes, pero dentro de casa», resume Xavier Pastor, experto en resolución de conflictos y profesor de la Universitat Oberta de Catalunya. A los decibelios propios de esas nuevas actividades hogareñas (laborales, deportivas, culturales...) se suma, por supuesto, la presencia a tiempo completo de niños sin desfogar («con ellos es impepinable que vas a molestar, yo mismo le di ayer un toque a mi hijo por jugar con el balón»), pero también un factor psicológico que no siempre tenemos en cuenta: «La gente mayor está acostumbrada a quedarse sola en los inmuebles durante buena parte de la jornada, pero ahora todos sus vecinos están en casa. Compañeros que están haciendo servicio de mediación telefónica me cuentan que les llaman porque oyen ruidos, oyen gente, y se sienten asediados».

¿Algún consejo a la hora de parlamentar con el vecino fastidioso? «El problema de partida es que se nos ha olvidado que vivimos con otras personas. Nos creemos que vivimos solos y no hemos cultivado el vínculo social. Desde luego, antes de hablar con el vecino, hay que hacer un pequeño trabajo personal para no ir enfadado. Primero se le pregunta cómo está, se recuerda alguna cosa positiva que hayas vivido con él y se le explica el problema sin culpabilizarlo, sin criminalizarlo», recomienda Pastor. Huelga decir que, cuando ya existía un enfrentamiento previo, las tensiones de estos días pueden agravarlo hasta extremos preocupantes. Y también hay que subrayar que existe el reverso oscuro del vecino ruidoso, es decir, los maniacos del silencio que aspiran a vivir en un ambiente monacal e incomodan a los demás con sus quejas.

De todas formas, con el angustioso telón de fondo de la pandemia, incluso al bricolaje entusiasta de un vecino se le puede encontrar un enfoque positivo. Miguel López, más conocido como El Hematocrítico, publicó hace algunos años 'Drama en el portal', una recopilación de notas y carteles de comunidades de vecinos con cierta tendencia a la agresividad y la amenaza. ¿Cómo está experimentando él todo este ruido de fondo? «Para mí, los comportamientos más molestos de los vecinos son un soplo de aire fresco en estos momentos. Me permiten comprobar que sigue existiendo gente en el planeta. Un niño tocando una flauta o un tío montando un mueble me saben a gloria en el encierro. Creo que esta situación avivará los malos momentos, como esas gestapos vecinales tan horribles que se están organizando, pero también mejorará los buenos: los vecinos que ayudan a los que lo necesitan, esos maravillosos aplausos diarios...».

Ilustración: Josemi Benítez

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