Borrar
Pequeñas infamias

Verdades a la carta

Carmen Posadas

Domingo, 28 de Noviembre 2021

Tiempo de lectura: 3 min

Me resulta fascinante (y también muy reveladora) la percepción que se tiene actualmente del concepto 'verdad'. Uno que, al igual que ocurre con otros tan fáciles de nombrar como difíciles de definir (la felicidad, por ejemplo, o el honor, o el bien y el mal, etcétera), ha ido modificando su significado a lo largo de los siglos para adaptarse a nuevas circunstancias, nuevas sensibilidades.

El caso quizá más claro es el de los términos 'bien' y 'mal'. Una parte de su significado permanece inalterable, pero es evidente que lo que ahora está bien —o mal— nada tiene que ver con lo que estaba bien o mal en el siglo XIX, o el XIII y no digamos el XII o el V antes de Cristo.

En lo que se refiere al término 'verdad', el Diccionario de la RAE lo define como «Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente», pero me parece más clara esta otra definición: «Verdad es la coincidencia entre una afirmación y los hechos». Cierto que en otros tiempos menos confusos que los nuestros la verdad no siempre se compadecía con los hechos. Pero entonces se llamaba 'mentira' y todo el mundo, incluidos los mentirosos, sabían la diferencia entre una y otra. Ahora no.

¿Cómo es posible que la gente esté dispuesta a creer las más inverosímiles trolas cuando hay en el mundo la mayor tasa de alfabetización?

Ahora la verdad es comodín multiuso que lo mismo vale para un roto que para un descosido, para un hecho incontrovertible como para una monumental trola. Tal vez por eso la palabra 'verdad' no solo requiere la yuxtaposición de adjetivos calificativos (verdad oficial, verdad aceptada, posverdad…), también ha sufrido la curiosa metamorfosis de convertirse en sinónimo de otros términos de significado contrario. No creo que sea casual, por ejemplo, que donde antes se decía 'verdad' ahora se diga 'relato' o 'versión', dos palabras que, hasta hace bien poco, se asociaban más frecuentemente a 'mentira'.

Otra particularidad de la verdad, tal como la entendemos en nuestros días, es que ha dejado de ser algo objetivo para volverse subjetivo, personal, opinable. Y, como según los mandamientos de la sacrosanta corrección política, todas las opiniones —incluso las más estrafalarias y absurdas— son respetables, por extensión lo son también todas las verdades. Cualquier  persona puede tener la suya. O incluso varias y contradictorias, de modo que, parafraseando a Groucho Marx, uno puede decir aquello de «Esta es mi verdad; si no le gusta, tengo otras».

Un ejemplo paradigmático de que verdad y opinión se han vuelto términos sinónimos es el desembarco de dos nuevas e importantes plataformas mediáticas, auspiciadas una por Donald Trump, la otra por George Soros. Nacidas en extremos ideológicos opuestos, ambas sostienen que el motivo de su creación es que vivimos en un mundo peligrosamente desinformado, circunstancia a la que ambas aspiran a poner remedio cada uno desde su prisma. Y para que no quede ninguna duda al respecto, obsérvese los nombres elegidos por una y otra. La de Soros se llamará Good Information, y promete ser plural, mientras que la de Trump, de nombre Truth Social, para que no se dude de la veracidad de sus mensajes (dime de qué presumes y te diré de qué careces), piensa bautizar sus tuits como 'verdades' y sus retuits, como 're-verdades'.

Lo que más me llama la atención de este generalizado afán por monopolizar la verdad es que es la paradoja de que cuantas más verdades se buscan, cuanto más se banaliza la verdad de modo que cada uno pueda tener la suya, más se fortalece la mentira.

¿Se han preguntado alguna vez cómo es posible que, cuando hay en el mundo la mayor tasa de alfabetización que nunca antes en la historia de este viejo mundo, cuando la información está al alcance de cualquiera que así lo desee, la gente esté dispuesta a creer las más inverosímiles trolas? ¿Es casual, por ejemplo, que los países más avanzados sean los que tengan el mayor número de personas que reniegan de las  vacunas o que crezca cada día —y no precisamente entre gente iletrada— el número de aquellos que están convencidos de que la tierra es plana? La explicación es, sin duda, compleja y responde a diversos factores, pero para mí uno de los más evidentes es esta confusión entre verdad y opinión de la que antes les hablaba: mi verdad, tu verdad, verdades a la carta, y así hasta el disparate.