25N: Día de la eliminación de la Violencia contra la Mujer
Hablan víctimas de violencia: «Si no tuviera hijos, no denunciaría»Víctimas de violencia de género y una agresión sexual, cuentan sus historias, cargadas de sufrimiento, y piden al sistema mayor protección
Las cifras son terribles. Pero lo es mucho más ponerles rostro. Saber quién está detrás de esas más de 2.000 asturianas que los sistemas oficiales tienen registradas ahora mismo como víctimas de violencia de género. De esas más de 600 mujeres con las que está trabajando el Centro de crisis para víctimas de agresiones sexuales. De las cientos y cientos que tienen o han tenido órdenes de protección. De las miles de mujeres que se enfrentan a diario a un sistema que, aseguran, no las protege del todo.
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Asturias saldrá mañana a la calle, de forma masiva, para levantar la voz un 25N más. Para reivindicar que hace 20 años que se rompió el silencio, conmemorando de ese modo los 20 años de la ley contra la violencia de género, un balance al que se han dedicado en estas semanas muchas horas. Un balance que ha dejado claro que, si bien ha habido avances, aún queda mucho por hacer. Entre otras cosas porque la violencia se mantiene pero cambia. Se perpetúa pero busca nuevas formas, víctimas más jóvenes, redes sociales en las que expandirse y afianzarse. Y, 20 años después, hablamos de 'nuevas violencias', aunque en realidad no son tan nuevas: la económica y patrimonial, la psicológica, la sexual, la digital.
20 años rompiendo el silencio aunque es ahora, 20 años después, cuando muchas víctimas se atreven a hablar, pero solo desde el anonimato y en espacios hasta ahora no convencionales, como las redes sociales.
20 años y ahora se reivindica, se reivindicará también en las movilizaciones de mañana, que es hora de que la vergüenza cambie de rostro. El ejemplo de la francesa Gisele Pelicot, a la que su marido drogó durante años para que cientos de hombres abusaran de ella, inspira la manifestación del movimiento feminista de Asturias. Ella, que pidió un juicio público, dando la cara, haciendo que todo el mundo escuchara los detalles de su infierno. Ella que inspira pero que, no obstante, aún no puede ser ejemplo para todas.
Dos víctimas han contado sus propios infiernos a EL COMERCIO. Ambas rompieron el silencio porque ambas denunciaron. Una de ellas por la violencia de género, con agresiones físicas, que sufrió de manos de su exmarido. Una violencia física que es también psicológica, económica y vicaria. La otra, por la agresión sexual por la que denunció a dos hombres que acaban de ser juzgados (aún no hay sentencia). A las dos les gustaría que la vergüenza cambiara de bando, de rostro. Pero es que ni siquiera pueden mostrar el suyo. Dos procesos judiciales complicados y sin cerrar se lo impiden. En el primero de los casos, además, hay dos menores de por medio a las que proteger sobre todas las cosas.
María y Elena, ambos nombres ficticios, ni siquiera pueden decir el real, son los rostros, aunque ocultos para el público en general, de la violencia de género y sexual en Asturias. Una violencia que existe y que, durante el primer semestre de este año, han denunciado 1.755 mujeres en la región.
«Ojalá se solucione todo antes de que le pase nada a mis hijas»
Si pudiera mostrar su rostro, sería el rostro de todas las violencias de género. La física que sufrió hace algunos años y por la que su exmarido y padre de sus hijas fue condenado penalmente y tuvo una orden de alejamiento. La psicológica que sufrió antes y que sufre aún ahora: años de amenazas, de juicios, de órdenes de alejamiento, de miedo, de tener que bloquear el móvil para evitar veinte llamadas seguidas... La económica y patrimonial: cinco años después aún no se ha llevado a cabo la liquidación de gananciales del matrimonio y lleva dos años sin recibir la paga de manutención para las menores. La vicaria, por la presión e intento de manipulación constante que ejerce sobre las niñas.
Y casi que suma otra: la institucional. La de un sistema que quería obligarla a vivir cerca de su maltratador para que éste pudiera seguir viendo a sus hijas, en una ciudad en la que no tenía trabajo ni red familiar. El mismo sistema que no ha logrado proporcionarle una vivienda pública todavía o que la hace esperar desde hace un año por una ayuda regional para pagar el alquiler. O que no consigue aclararle qué posibilidades tiene de recibir ayudas para seguir formándose.
María, nombre ficticio de esta mujer que sonríe pese a todo frente a un café, cerca del colegio en el que sus hijas han encontrado un lugar seguro y feliz, y que una vez más está dispuesta a hablar con EL COMERCIO, solo (¿solo?) quiere una cosa: «Que todo se arregle antes de que a mis hijas les pase algo».
«¿Si volvería a denunciar? Teniendo hijos, sí. Pero si no tuviera hijos, no. No denunciaría. Me iría y empezaría de nuevo»
Eso, y que «en el futuro, otras mujeres no tengan que enfrentarse a esto». Y con 'esto' no se refiere desgraciadamente al maltrato, sino a su sensación de subir constantemente «una cuesta»: para conseguir una ayuda, para lograr atención psicológica, para poder seguir formándose, para hacer muchos kilómetros cada dos semanas y cumplir así con el régimen de visitas de su padre, para que sus hijas también tengan atención psicológica, para lograr informes que le ayuden en el juzgado, para que en ese juzgado no la obliguen a esperar en un pasillo con dos menores y al lado de quien fue su agresor...
Dice que es «agotador». Resopla y baja los hombros. Explica cómo una amiga le recriminaba recientemente que «no todo puede ser malo». No lo es, dice. Pero insiste, sí es «agotador». Cómo no va a serlo ser familia monoparental, haber sufrido malos tratos, preguntarse cada día «¿cómo puede ser un agresor un buen padre?». O no saber «por qué, cuando me dicen que mi caso es de libro, la respuesta no es de libro también». Cómo no va a estar cansada de llevar cinco años de juicios y aún no haberlo resuelto todo. Cómo no va a estar agotada de medir sus palabras para que nada pueda perjudicar en los asuntos aún pendientes. Cómo no va a pesar enfrentarse aún a «la vergüenza», al juicio público. Y, pese a todo, sonrisa y cabeza alta para trasladar un mensaje: «No soy víctima. Lo fui, sufrí maltrato. Ahora soy una persona normal que quiere rehacer su vida». Ahora es una madre trabajadora, feliz con su pareja, que lamenta que las cosas no acaben de funcionar. «Sé que se ha avanzado mucho, que se han puesto muchos medios. Pero, de verdad, no nos llegan. Sigo dando mil vueltas para conseguir un papel, sigo sin tener información sobre todas las ayudas a las que tengo derecho. Sigo teniendo que pagar a una abogada». Insiste una y otra vez, durante la larga charla, en que «no nos llegan, no nos llegan».
Pide María más coordinación y más formación para todas las personas que, en los diferentes servicios y administraciones, trabajan con las víctimas de violencia de género. Pide más protección en el momento de denunciar, cuando sientes «pánico». Pide que se escuche a las mujeres para que ellas puedan explicar dónde ven los fallos y qué necesitan, para que «todos los medios que hay, funcionen».
Explica que ha visto una campaña contra la violencia en la que hay una pregunta: 'Amenaza con quitarle a sus hijos ¿Vas a hacer algo'? María cree que la pregunta debe ir dirigida a las instituciones públicas: «Yo no, ¿qué vais a hacer vosotros?»
Aún hoy le quedan cuestiones importantes que solucionar. Aún hoy sigue subiendo esa cuesta tan agotadora. Por eso, confiesa algo que sume a quien lo escucha en cierta desesperanza. «Si me preguntas si volvería a denunciar... Si tienes hijos sí, claro. No hay otra vía, tienes que denunciar. Pero si no tuviera hijos, no. No denunciaría. Me iría lejos, desaparecía y empezaría una nueva vida».
«Ha sido un verdadero infierno. Llevo cinco años clamando justicia»
Hace más de cinco años interpuso una denuncia por agresión sexual. Detallaba en la misma una noche terrible de abusos y alcohol. Una noche que sigue reviviendo una y otra vez y para la que ni siquiera ha finalizado el proceso judicial. Han sido años difíciles. Quiere contar su historia con detalle, «que todo el mundo lo sepa», pero no puede. La llamaremos Elena, pero no es su verdadero nombre. Diremos que vive en Asturias, sin especificar dónde, y que en Asturias fue la agresión, porque no puede aún dar más detalles. Diremos que hubo más de un agresor. Diremos que es latina y que tiene ya la nacionalidad española, pero de momento es preferible ni siquiera detallar su origen. «Me vine a España para cambiar de ambiente y me encuentro con lo mismo, o peor».
Así que las ganas de Elena de romper el silencio por el momento no se ven del todo satisfechas, pero aún así quiere hablar. Aunque sea a medias. Quiere explicar las consecuencias de ser víctima de una agresión sexual, las graves secuelas psicológicas que sufre desde entonces, la depresión, la ansiedad, la medicación, las imágenes recurrentes, los deseos de acabar con su vida para que el sufrimiento acabe, los ingresos... Las tentaciones de «tomarme la justicia por mi cuenta».
Elena denunció aquella misma mañana de hace cinco años y medio en comisaría. Pero, como a María, el sistema no le respondió de forma inmediata. Un complicado proceso judicial la ha revictimizado tantas veces como recursos ha tenido que interponer. Tantas veces como se ha empeñado en que el proceso siga adelante. Tantas veces como las que se ha dudado de si era consciente de lo que estaba sucediendo aquella fatídica noche, si realmente había bebido, si había fines ocultos tras la denuncia....
De origen latino, ya tiene la nacionalidad y lamenta que «me vine a España para cambiar de ambiente y me encuentro lo mismo»
Elena explica su historia a EL COMERCIO el mismo día en que tiene una nueva visita con la psicóloga en el Centro de Crisis para víctimas sexuales de Asturias. Desde que el centro abrió sus puertas, hace cuatro años, ha sido uno de sus refugios. «Allí han visto mis subidas y bajadas», dice. Allí consiguieron que «estuviera un poco mejor» después de aquellos primeros meses. Allí la acompañan, la aconsejan. Allí la han ayudado a afrontar algunas de las cuestiones tan complicadas que ha tenido que vivir en estos años, como cruzarse en la calle con el presunto agresor.
«Estos cinco años han sido un verdadero infierno. Es mucho tiempo clamando justicia. Me vine a España para cambiar de ambiente y me encontré con lo mismo o peor». Habla de los «traumas» con los que convive todavía. De la vez en la que se le durmió medio cuerpo tras un revés judicial y acabó, una vez más, en el hospital. De las «muchas noches sin dormir». De los «ataques de ansiedad y pánico». De los ansiolíticos. De cómo todo ello la ha llevado a engordar 20 kilos. De cómo, pese a la ayuda y terapia psicológica, «el miedo nadie me lo quita».
Repite Elena la palabra «infierno» en varias ocasiones durante la conversación. Y «sufrimiento». «Sufrimiento enorme», dice. «No le deseo esto a ninguna mujer». Pero la realidad es que son más de mil las que, en cuatro años, han consultado con el Centro de Crisis para víctimas de agresiones sexuales. Más de 600 las que han trabajado con su equipo de expertas. 669, en concreto. De ellas, 154 eran menores. En lo que va de año, 47. ¿La media de edad de las menores que han sufrido una agresión? Tan solo 15 años.
Elena no quiere que nadie silencie su historia. Es una más de las mujeres valientes que quiere romper ese silencio, que lo ha roto. Quiere explicar no solo lo que pasó aquella noche, cómo le hizo sentirse, sino todo lo que ha venido después. Mientras, espera por la sentencia. Sigue en terapia. Se apoya en su pareja. Y oculta su nombre y su rostro bajo el paraguas.
El equipamiento pionero se muda el próximo mes
Fue pionero en España y, en los cuatro años que lleva en funcionamiento, se ha convertido en un referente respecto a la violencia sexual en España. El Centro de Crisis para víctimas de agresiones sexuales abrió sus puertas el 25 de noviembre de 2020. Mañana hará exactamente cuatro años. Tras ver cómo la demanda de atención crecía y crecía, el Principado decidió mejorar las instalaciones. Así que antes de que acabe este año, el Centro de Crisis se muda a un espacio más amplio en el que podrá acoger actividades nuevas, como la terapia de grupo. Las denuncias y solicitudes de apoyo a familiares y personas allegadas no dejan de crecer. Su número es el 677985985 y su correo electrónico centrodecrisis@asturias.org.