«Somos el apoyo diario de los residentes»
Sociosanitarios. Casi 7.500 profesionales entran a diario en los 243 geriátricos de la región. En plena segunda ola de la covid, dos de ellos cuentan cómo lidian con ella
CHELO TUYA
Lunes, 16 de noviembre 2020, 01:37
Lleva sobre su piel la ropa interior, cubierta con el uniforme de la empresa para la que trabaja. Sobre esas prendas, se coloca el traje de plástico, hermético, que tapa todo su cuerpo. También usa tres pares de guantes, uno sobre otro -«los de plástico, los de nitrilo y otros de plástico que cambio tras usarlos con cada residente»- y unas calzas -«cuando no hay, ponemos bolsas de basura»- sobre sus zapatos. Se protege boca y nariz con una mascarilla FPP2. Sobre ella, una quirúrgica, para que la primera aguante toda la jornada: siete horas. Además, unas gafas protectoras y una pantalla que cubre gafas y mascarillas. Y que sirve para sujetar el gorro -«cuando no hay, también usamos bolsas de plástico»- con el que protege su cabello. Sirve la pantalla, también, para que los 24 residentes a los que cuida a diario sepan que tras todas esas capas está su gerocultora: Eugenia Allende.
«Escribimos nuestro nombre en la pantalla para que los residentes nos identifiquen». Está esta maestra de infantil reconvertida en gerocultora en la planta covid del Hospital Gijón, la residencia privada para la que trabaja. «La planta está ubicada en el sexto piso, así que, cada día, toca subir y bajar andando los seis pisos, porque, por protocolo de seguridad, no podemos compartir espacios con los demás, lo que incluye ascensores».
Allende y sus compañeros tienen un vestuario propio. «Allí nos ponemos el traje 'de astronauta' con el que hacemos toda la jornada». De 8 a 15 horas o de 15 a 22. «Pero al traje, a estar empapada de pies a cabeza dentro de él, a las mascarillas, incluso al dolor de cabeza que te causan las gomas, te haces. A lo que no te acostumbras es a no poder abrazar o besar a los residentes».
«Cuidamos, no curamos»
Porque Eugenia Allende hace suya la filosofía que defienden las residencias geriátricas asturianas: «Nuestra misión no es curar, sino cuidar». Para ella, «los residentes llegan a ser como de la familia. Hay que tener en cuenta que pasamos muchas horas con ellos, comprobamos sus constantes vitales, les damos el desayuno, les bañamos, les vestimos, les damos conversación... Ellos están en su casa y nosotros estamos aquí para hacerles sentirse así: en su casa».
Una misión que se complica en la planta covid «porque las medidas de seguridad son imprescindibles. Y eso hace tengamos que estar vestidos en todo momento con el Equipo de Protección Individual (EPI)» e, incluso, «complica el reconocimiento». «En esta segunda ola -apunta Eugenia Allende-, las personas que tenemos en la planta covid están mejor y tienen más autonomía, así que no les cuesta tanto trabajo entender lo que sucede». Sin embargo, recuerda con tristeza que, «en la primera ola, muchos de los residentes con covid tenían problemas de demencia. De repente, sus familias, a las que veían a diario, muchos mañana y tarde, desaparecieron. Y nosotros nos vestimos con esta ropa tan rara. Para muchos fueron momentos muy difíciles».
Unos momentos duros que Eugenia Allende hace suyos. «Para nosotros este es nuestro trabajo, sí, pero es vocacional. Estamos con personas a las que cuidamos, a las queremos».
«Es vocacional»
Unas palabras que clona Marcos Fernández, pese a encontrarse a setenta kilómetros de Eugenia Allende. Trabaja él en la residencia pública de Arriondas, donde ejerce como técnico de enfermería. «Somos un colectivo ninguneado y olvidado, pero vital. Pese al menosprecio de algunos, nosotros llevamos con orgullo esta profesión» que él también define como «vocacional». En su opinión, «trabajar con personas requiere una pasta especial, ejercitar la empatía y tener una sensibilidad especial».
Fernández, que lleva cinco años como interino en la residencia de Arriondas, asegura: «Somos conscientes de que constituimos el apoyo diario de los residentes, a los que das de comer, escuchas sus historias y les das la mano cuando lo necesitan. No hay nada más gratificante que recibir su sonrisa».
Porque, como Allende, su jornada de trabajo, también uniformado y también protegido contra la covid, consiste en el trato directo con los residentes durante siete horas. «El día consiste en el aseo o baño, comprobar su estado, en especial su piel. Vestirles, levantarles, colocar la prótesis dental, las gafas, la boina... A eso sigue darles la comida, si no pueden por sí mismos, llevarles al baño, controlar sus deposiciones... Todo lo que sea necesario según su estado de salud», explica.
No está solo en su turno. Al igual que Eugenia Allende, Marcos Fernández trabaja en su planta con otro profesional. «Aunque por la tarde, al ser solo cinco técnicos de enfermería, somos uno por planta. Y, por las noches, solo quedan dos».
De hecho, hace gala Fernández de su cargo de delegado sindical del SAE, el sindicato de técnicos de enfermería. «En Arriondas trabajamos 25 técnicos de enfermería a jornada completa y dos de fin de semana. Esperamos que en 2021 el ERA (Establecimientos Residenciales para Ancianos, el organismo que gestiona la red pública geriátrica) cumpla su promesa de aumento de jornada a esos compañeros».
Ambos, con covid
Sobre todo, porque la pandemia de covid ha hecho saltar las estructuras de la red geriátrica asturiana. Desde que comenzaron los contagios, más de 400 usuarios de residencias han fallecido por un virus que ha vuelto con una virulencia inesperada en esta segunda ola.
Un virus del que saben mucho ambos protagonistas. «Me contagié de covid en abril y fue muy duro. El primer día que salí a la calle solo pude caminar 300 metros», recuerda Marcos Fernández. El suyo fue uno de los primeros casos entre profesionales en Arriondas. «Estuve dos meses de baja y 44 días hasta dar el primer negativo en una prueba». Aislado en la residencia familiar, «fueron días muy duros, tanto por el malestar como por el impacto psíquico que conllevó».
En la misma época, Eugenia Allende también enfermó. «Como tengo alergia, no me di cuenta que llevaba varios días sin olfato. Fue en un cribado en la residencia cuando descubrí que estaba contagiada». Madre de dos críos que han cumplido 13 y 11 años en plena pandemia, se tuvo que aislar en casa. «Afortunadamente, no contagié a nadie».
Y no lo hizo porque guardaba y guarda «las máximas medidas de seguridad: cuando llego a casa, voy a la ducha y toda la ropa, a lavar. Y no hay besos ni abrazos. Nada de tocarnos».
Algo que, reconoce, le cuesta mucho. Y más, cuando ve determinadas actitudes. «Tras siete horas dentro del mono de seguridad, con dos mascarillas, tres guantes y una pantalla, ver en la calle a gente sin mascarilla me hunde», dice Eugenia Allende.
«Luchamos contra un enemigo invisible y peligroso. Necesitamos la verdadera solidaridad. Si no, vamos a un escenario de consecuencias dramáticas», asevera Marcos Fernández.