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Gabino Díaz Merchán. E.C. | Vídeo: Diego Abejón

Fallece Gabino Díaz Merchán, el «mejor obispo de Asturias»

Fallece Gabino Díaz Merchán, prelado emérito de la Diócesis y su pastor entre 1969 y 2002. El prelado «más querido» por los asturianos tuvo un papel clave en la Transición española y la historia más reciente de Asturias

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Martes, 14 de junio 2022, 17:48

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Ha muerto «el mejor obispo de Asturias», el más querido. Gabino Díaz Merchán, don Gabino para todos, prelado emérito de una Archidiócesis en la que no hay quien tenga una mala palabra para su gobierno, acaba de fallecer a los 96 años. Y, con él se van, en palabras de muchos como el cura gijonés Fernando Fueyo, «el mejor pastor que ha tenido nunca la Iglesia asturiana» y toda una época en el que este hombre nacido en Mora (Toledo) el 26 de febrero de 1926 tuvo que lidiar con la convulsa España de la Transición como líder de la Conferencia Episcopal Española, en la que «muchas veces fue incomprendido», y en la que solo tuvo un afán que guiase sus pasos: «El perdón y la reconciliación».

Bien sabía Gabino Díaz Merchán (nombre que heredó de un tío franciscano) de lo que hablaba. Porque, cuando apenas tenía diez años, él y su hermana se quedaron huérfanos de madre y padre en los albores de la Guerra Civil. Él mismo lo rememoraba con un hilo de voz y el recuerdo de aquel niño que siempre quiso aferrarse a la idea de que los dos habían logrado escapar a México: «Fueron a por mi padre, que era un pequeño empresario. No era un potentado, ni adinerado, ni un líder político. Dijeron que lo llevaban al Ayuntamiento y mi madre quiso acompañarlo, pero en realidad no iban allí, sino a la cárcel. Ella comprendió lo que pasaba y dijo, que si le mataban, quería morir con él. Le contestaron que estaba loca, que nadie pensaba hacerle nada a su marido. Y mi madre regresó triste a casa. Al cabo de una hora, volvieron a por ella. Creyó que mi padre ya había resuelto el asunto. Pero, cuando llegó a la prisión, lo encontró montado en un coche con otro señor, al que también mataron. La hicieron subir a ella. A la media hora los fusilaron en la carretera que va de Mora a Orgaz, cerca del cementerio de aquel pueblo. Sabemos, por los testimonios de los mismos ejecutores, que en el camino ella iba preparando a mi padre, que estaba deshecho con el pensamiento de dejar a sus hijos huérfanos. Le decía: «Mira, no vas a querer tú más a tus hijos que Dios; Dios proveerá; tienen a sus tíos, a su abuela...'».

Gabino Díaz Merchan en Oviedo en 1999.
Gabino Díaz Merchan en Oviedo en 1999. JESÚS DÍAZ

También se enteró luego, como contó en la revista 'Vida nueva', de que «ella le consolaba y rezaba con él; también cuando se disponían a fusilarlos le vendó los ojos. Mi padre murió en sus brazos. Y ella, mirando al pelotón, dijo: '¡Viva Cristo Rey!'. Y refirieron que mi madre, unos instantes antes de morir, dijo: 'Así no vais a ganar la guerra, matando a hombres de bien'. Le enterraron con mi madre en una fosa común. De allí los desenterramos al acabar la guerra. El cuerpo de mi padre tardó en aparecer porque estaba en lo más hondo de la fosa. Pasamos unos momentos de mucha angustia. Al lado de nuestra fosa había otra, con restos de mujeres de izquierdas, a las que había fusilado Líster, por haber tenido un comportamiento desleal a las normas, y sin guardar con ellas ningún procedimiento jurídico. Y, bueno, sus familiares y nosotros, mutuamente, nos estuvimos consolando, aunque unos y otros habían muerto en circunstancias tan distintas».

Aquel trauma marcaría una infancia en la que Gabino y su hermana Paquita crecerían juntos, como uña y carne. Con una de sus abuelas primero, con unos tíos después. «Comía muchas lentejas con cocos», suele decir al recordar aquellos tiempos de carencia en lo material, que era suplida al sentirse «mimado por la familia».

Fueron tiempos de penurias en los que, después de un periodo de «vida montaraz, sin prácticas religiosas en las iglesias», le asaltó la idea de ir al Seminario en 1941, cuando, con quince años, asistió casualmente a la ordenación de varios sacerdotes en su pueblo. «Yo quiero también ser cura», se dijo aquel chaval de Mora, todavía impresionado. Y acabó ingresando en el Seminario de Toledo, donde muy pronto descubrirían sus maestros la gran capacidad intelectual del joven seminarista, que fue enviado al que entonces era uno de los mejores centros de estudio de la Iglesia española, la Universidad Pontificia de Comillas, regida por los jesuitas, donde se licenció en Filosofía y se doctoró en Teología y de donde salió dominando varias lenguas.

Gabino Díaz Merchán se ordenaba en la localidad cántabra con 24 años, el 13 de julio de 1952, y pronto empezaría a impartir clases en Toledo, llegando a ser un destacado sacerdote de Acción Católica y de los Cursillos de Cristiandad, además de capellán por el rito mozárabe, con gran tradición en la multicultural ciudad. Alguna misa ofició con el correr del tiempo en Valdediós siguiendo este rito.

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Su principal protector en Toledo era el el cardenal-arzobispo Enrique Pla y Deniel, primado de España. De hecho, fue él quien propuso al joven Díaz Merchán al Papa –y a Franco– su nombramiento como obispo, que llegaría en 1965.

La decisión ya se había tomado, pero no podía hacerse público hasta las doce del mediodía de la fecha señalada. Ese día, reunido Pla y Deniel con varios cargos eclesiásticos, no dejaba de mirar su reloj. «¿Son ya las doce de la mañana?», preguntó. «Sí, señor arzobispo», le contestó uno de los asistentes a la reunión. «¿En todos los relojes?», insistió el cardenal. «Sí», le respondieron otros tras consultarlo. «Pues ahora ya puedo decir que Gabino Díaz Merchán es Arzobispo de Guadix-Baza», confirmó.

Era aquel un destino complicado, una zona muy atrasada económicamente en la que le volvió a golpear con fuerza la miseria. «Usted va a una Diócesis donde es más importante el obispo que el gobernador civil», recordaba don Gabino que le dijo entonces Franco. Y enseguida vio que era cierto, pero pronto supo ganarse el favor de la gente, como refleja bien un episodio que solía contar: «Un día me paró la Guardia Civil por pisar una raya continua. El agente no me reconoció y cuando le dí el carné de conducir me dijo: 'Pero si es usted el arzobispo. No puedo multarle'. Insistí en que, aunque fuese el arzobispo, si había cometido una infracción debía pagar la multa, como cualquiera. 'Si le multo a usted mi mujer me echa de casa', me dijo el agente antes de marcharse».

«Nuestra misión fue siempre religiosa, no política»

Pero, al margen de anécdotas, el manchego tenía muy claro cuál debía ser su papel: «Nuestra misión fue siempre religiosa, no política; pero sembrábamos la doctrina de Pío XII sobre los derechos humanos, aunque luego esa labor quedara amortiguada porque el Estado no la tenía en cuenta y los medios de comunicación no la difundían. Algunos empezaban a sentirse incómodos con esta doctrina, que confirmó el Vaticano II. En España, entonces, algunos pensaban que cuando hablábamos de derechos humanos éramos filocomunistas. Pero esta labor apostólica fue creando en los católicos practicantes una mentalidad abierta a la libertad y a los derechos humanos».

Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, le entrega un libro al Papa, Juan Pablo II en el Vaticano en 1998.
Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, le entrega un libro al Papa, Juan Pablo II en el Vaticano en 1998. e. c.

Allí permanecería hasta 1969, cuando sustituyó al mismísimo Vicente Enrique y Tarancón al frente de la Archidiócesis de Oviedo, otra plaza complicada. Y enseguida ofreció otra muestra indiscutible de su carácter: lo primero que hizo fue dar misa en la Santa Cueva el 20 de septiembre, entrando en la capital al día siguiente, festividad de San Mateo, y, en cuanto pudo, bajar a la mina.

Estaría don Gabino al frente de la Iglesia asturiana treinta y tres años, hasta que el 7 de enero 2002 el papa Juan Pablo II aceptó su renuncia ante su avanzada edad, siendo sustituido por Carlos Osoro y recibiendo el título de emérito de la Archidiócesis.

Tres décadas al frente de la Iglesia asturiana

«Fue el hombre que trajo el Concilio Vaticano II. De hecho, hasta la fecha, era el único obispo vivo que había asistido a sus sesiones, además del pastor con más años como prelado en España, y aquí impulsó su apertura», resume Javier Suárez, párroco de la basílica ovetense de San Juan El Real, quien recuerda que «en aquellos momentos fue incomprendido por algunos sectores, que lo censuraban por considerarlo rojo, pero lo cierto es que, a pesar de no identificarse con la derecha gobernante, don Gabino siempre fue un hombre muy libre». Un hombre que, como resume José Ramón Garcés, quien fuera su ecónomo, «en treinta y tres años hizo honor al lema de su escudo y gobernó con paz y bien, como demuestra el hecho de que no es fácil terminar sus días con tan alto grado de afecto por parte del clero y del conjunto de los asturianos».

La prueba es también que, mientras estuvo en Oviedo, muchos creyeron que el paso siguiente sería el seguido también por Enrique y Tarancón, y que acabaría siendo arzobispo en Toledo, primado de España y cardenal. Pero los aires que soplaban en la Iglesia no eran los mismos que defendía don Gabino, que llegó muy pronto a la conclusión muy pronto que esa apertura era necesaria, que la institución tenía que ponerse del lado de los pobres, de la justicia social, de los derechos humanos. Juan Pablo II, más conservador, y con el Opus Dei acumulando cada vez más poder en el seno de la Iglesia, promocionaría, en cambio, otro tipo de perfiles. Don Gabino no quiso recorrer el camino que le ofrecían, eran otras sus preocupaciones. «La Iglesia no puede ser un panteón donde se recluya una clase privilegiada», mantenía contra viento y marea.

«Un hombre de Dios»

También Adolfo Mariño, abad de Covadonga y a quien don Gabino ordenó en su día, se refiere a esa «incomprensión por parte de algunos grupos en el seno de la propia Diócesis», que el prelado aceptaba como lo que era: «Un hombre de Dios, bueno y piadoso, sencillo y moderado, que amó profundamente a toda la Iglesia y que le fue fiel en todas las situaciones a las que le tocó enfrentarse. A ella y al Papa de turno que le tocase».

Se refiere, por ejemplo, Mariño a que, con los aires que soplaban una vez muerto Franco y el ascenso de los socialistas al poder, llegó a la presidencia de la Conferencia Episcopal Española el 23 de febrero de 1981 (el mismo día que Tejero tomaba al asalto el Congreso de los Diputados), cargo que ocuparía hasta 1987 para ser sustituido por Ángel Suquía. Unos sucesos en los que se enfrentó a la «difamación de algunos periodistas»: «Dijeron que los obispos habíamos estado toda la noche esperando a ver de qué lado caía la cosa para pronunciarnos… Y eso es una infamia, es mentira. Esa noche, el cardenal Tarancón ya había cesado de presidente y había ido a su casa para descansar. Yo también me fui a casa de mi hermana y a la mañana siguiente, lo primero que hicimos –no estaba yo elegido aún presidente, pero había salido con alguna ventaja entre los propuestos en la noche anterior– fue hablar con el cardenal para manifestarle la necesidad de que la Conferencia se manifestara cuanto antes sobre aquella situación. De esta forma se hizo rápidamente una proclamación clara de adhesión a la democracia y al orden constituido, y se mandó el texto por teléfono a Radio Nacional. Cuando minutos más tarde me eligieron presidente, los diputados aún estaban retenidos en el Congreso. Mi temor en aquellos momentos no fue que estuviera amenazada la Constitución, sino que hubiera muertes en el Congreso, con consecuencias imprevisibles».

De forma paralela, para llevar a cabo su obra en una Asturias en plena reconversión industrial, fue colocando a sacerdotes con perfiles similares al suyo en los lugares con más carencias, tratando de que la Iglesia funcionase como un punto de apoyo para los más necesitados y manteniendo continuas reuniones con colectivos de trabajadores en lucha: desde la minería hasta el sector naval. «La Catedral y su despacho siempre estaban abiertos a quienes llamaban a su puerta y de allí salías reconfortado y con la cabeza muy lúcida. Pensando: '¿Pero cómo es posible que esto no se me habría ocurrido a mí antes?'», afirma Garcés.

«Compromiso con la clase trabajadora»

Sin ir más lejos, su respaldo a los trabajadores de Duro Felguera encerrados en la torre de la 'Sancta Ovetensis' durante 318 días, desde la Nochebuena de 1996 hasta noviembre de 1997, generó más de un malestar, «echándosele media España encima», pero él resistió el embate y aquel encierro se convirtió en «un icono», según el sacerdote e historiador Javier Fernández Conde. Tanto, que se haría famosa aquella foto del arzobispo con un 'gomeru' entre sus manos, el tirachinas símbolo de la lucha obrera que le regalaron los trabajadores tras abandonar su encierro y obtener una recolocación. «¡Rojo!», le gritaron en otra ocasión, durante la celebración de la canonización de los mártires de Turón. «No creo que usted me conozca demasiado. Sepa usted que mi padre y mi madre fueron fusilados por los rojos», contestó. Fue una de las pocas veces que hizo referencia a quiénes eran los responsables de aquellas muertes. «No les guardo rencor alguno», comentó después en varias ocasiones.

El arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, manipula el gomero que le entregaron los trabajadores despedidos en Duro Felguera que mantuvieron un encierro en la catedral de Oviedo en 1993.
El arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, manipula el gomero que le entregaron los trabajadores despedidos en Duro Felguera que mantuvieron un encierro en la catedral de Oviedo en 1993. E. C.

Ese «compromiso con la clase trabajadora», esa «sencillez evangélica» que plasmó en 2017 en sus memorias y «esa libertad interior en todo lo que dijo, hizo y escribió» es, a juicio de Fernández Conde, lo que ha hecho de Gabino Díaz Merchán «un símbolo» de la Iglesia asturiana que recibió la Medalla de Oro de Oviedo, ciudad que también le nombró su Hijo Adoptivo y que le dio su nombre a la plaza situada delante de la iglesia parroquial de San Melchor, en el barrio de La Florida. Reconocimientos a los que se sumó la Medalla de Oro de Castilla-La Mancha, concedida por «su trayectoria profesional digna de todo reconocimiento», además de los títulos de Hijo Predilecto de Toledo e Hijo Adoptivo de Asturias «por su talante conciliador, su constante preocupación por cuantos problemas afectan a la compleja sociedad asturiana actual y por la defensa de los derechos humanos y las libertades».

Un hombre que, según resume Adolfo Mariño, tras su jubilación y mermada ya la salud por varias intervenciones quirúrgicas pero sin perder la socarronería que le caracterizaba, eligió pasar sus últimos años «en la Casa Sacerdotal de Oviedo, como un cura anciano más, pero siempre cercano y al servicio de los arzobispos que le sucedieron». Y siempre conectado a su tableta, atento al devenir de Historia: «Estoy en contacto con la actualidad y rezo mucho por todos para que Dios nos eche una manita», confesó en la celebración de su noventa cumpleaños, sin fastos, «con esa humildad tan suya». Coherente y lúcido hasta final. Dice José Ramón Garcés: «Se va un hombre bueno, que siempre bendecía, que nunca amenazaba, y en el que nunca hubo sitio para el odio. Un padre y un hermano».

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