«La fecha en la que no conseguí suicidarme celebro mi segundo cumpleaños»
«Se puede dejar de sufrir». Ese es el mensaje que lanza Sabrina Ríos, que en 2015 volvió a nacer tras intentar quitarse la vida. Tenía 17 años, años de autolesiones a sus espaldas y un largo historial de ingresos en la unidad psiquiátrica para menores del HUCA
AZAHARA VILLACORTA
Domingo, 20 de noviembre 2022, 01:02
Cada 29 de mayo, desde 2015, Sabrina Ríos celebra su «segundo cumpleaños»: «Porque el 29 de mayo de 2015 fue el día en el que no conseguí suicidarme y el día que la cabeza me hizo clic, abrí los ojos y decidí que no quería morirme, así que, aunque mucha gente no lo entienda, para mí es un día feliz y lo festejo», empieza a relatar su historia Sabri, como la llaman los suyos, con una sonrisa que le ilumina la cara y apoyada en una muleta. «Una secuela sin importancia si tenemos en cuenta que estoy viva de milagro, que al principio me dijeron que me iba a quedar para siempre en una silla de ruedas y que llevo diez operaciones porque me rompí las piernas por todas partes. Fémur, rodilla, tobillo...», enumera esta joven de 25 años que desprende dulzura, un humor negro muy suyo y ganas de contar, «porque ya es hora de hablar de salud mental, a ver si entre todos conseguimos que deje de ser un tabú y, de paso, podemos ayudar a alguien».
Aquel 29 de mayo de 2015, tras años de graves autolesiones e ingresos en la unidad psiquiátrica para menores del HUCA, Sabri -con un trastorno límite de la personalidad diagnosticado años atrás- se había fumado un porro con una amiga: «Solo sé que, de repente, entre el porro y la medicación que tomaba, empecé a tener alucinaciones. Y lo siguiente que recuerdo, además de ver murciélagos volando, fue a mi madre y a mi hermana llorando en una habitación del Hospital de Jarrio donde me tenían en observación».
A Navia habían llegado las tres desde Nicaragua, después de que su padre falleciese, dispuestas a empezar de cero. «Yo tenía nueve años. Era pequeña, así que la adaptación no fue difícil. Hasta que sufrí un intento de violación y todo empezó a ir muy mal».
Fue el inicio de un infierno del que intentó escapar sin conseguirlo. «Yo, que siempre había sido muy sociable, y que a día de hoy sigo siéndolo, empecé a no querer ver a nadie. Estuve un año sin salir de casa y en el instituto me dijeron que aquello no podía ser. Que no podía seguir faltando. Entonces, le conté a una profesora lo que me había pasado y decidieron denunciar».
Pero Sabrina seguía «fatal». Y llegaron «las primeras autolesiones 'heavys'. Tenía 13 años». Llamadas desesperadas de atención que hicieron que su madre decidiese enviarla lejos: «Primero me fui a Chile, donde vivía el hermano gemelo de mi padre y, como allí tampoco estaba bien, porque me recordaba demasiado a él y no había sabido gestionar su muerte, volví a Nicaragua, con mis abuelos, donde las cosas tampoco mejoraron y tuve mi primer ingreso en un hospital».
Un calvario que la trajo de regreso a Asturias, donde, entre ingreso e ingreso en el HUCA -en la unidad para niños y jóvenes dirigida por la psiquiatra Elisa Seijo, con cinco camas que siempre están llenas- y tras un primer intento de quitarse la vida «a los 15 años», entró en un centro de menores.
«Reconozco que fui una niña que di muchos problemas, muy negativa y que iba muy de dura, pero ya he conseguido quitarme esa coraza, porque yo era mi peor enemiga. Me acuerdo, por ejemplo, de que, al principio, odiaba a Elisa. Que, mientras ella me hablaba, yo pensaba: 'Me da igual lo que me digas, porque voy a hacer lo que me dé la gana'. Y hoy la adoro. Tanto, que me he tatuado una 'E' en el brazo y, cuando se la fui a enseñar, me preguntó: '¿Tú crees que soy para tanto?'. Y sí: es para tanto. Lloramos y reímos juntas».
La también presidenta de la Sociedad Asturiana de Psiquiatría -que alerta de que «los suicidios entre menores de 15 años asturianos se duplicaron entre 2019 y 2020, pasando de siete a catorce fallecimientos»- es una de las máximas responsables de que hoy Sabrina se quiera «más que nunca» después de recorrer un camino en el que se ha obligado a muchas cosas: «Me ponía muchos deberes a mí misma. Por ejemplo, cuando estaba en rehabilitación, si me decían que levantara la pierna una vez, yo la levantaba veinte. También me obligo a salir a pasear y me he forzado a mirarme en el espejo, que era algo que siempre evitaba. Tuve que tocar fondo para darme cuenta de que yo soy lo único que tengo».
Por eso le gusta «echar la vista atrás» año tras año: «Porque veo todo lo que he conseguido, como que llevo seis años sin autolesionarme y antes lo hacía cada semana. Cosas que me hacen sentir muy orgullosa de todo lo que he avanzado».
«Grandes profesionales»
Y, en esos avances, tampoco faltan los agradecimientos para «los grandes profesionales en salud mental del HUCA», que se declaran «desbordados ante el incremento de tentativas de suicidio en adolescentes», con la demanda asistencial «disparada».
Empezando por la psicóloga Teresa Bobes, con la que Sabri -que hoy vive en Oviedo con su madre y se prepara para estudiar Integración Social- continúa yendo a terapia tras entender que «hay que pedir ayuda»: «Yo antes no quería, no sabía. Y ahora he aprendido a pedirla». Y, por eso, cuando los fantasmas amenazan con volver a aparecer, acude a urgencias: «Ellos ya me conocen y saben que solo necesito estar allí un tiempo para tranquilizarme. Así que a quien esté pasando por algo así le diría que no se rinda, que no está solo aunque a veces pueda encontrarse a alguien que no lo entienda».
Incluso con eso ha aprendido a lidiar Sabrina. «Ahora, por ejemplo, si quiero conocer a alguien en Tinder, le digo directamente que voy con muleta, para que no haya lugar a equívocos y que esa persona decida, porque he notado el rechazo cuando me veían llegar con ella. Y también hablo abiertamente de salud mental en mis redes sociales aunque a mucha gente todavía le asuste. Igual que hablo con mis amigos, que son los amores de mi vida».
«Con ellos intento disfrutar el día a día, de cosas como la fotografía, que me encanta y me hace sentirme realizada», cierra esta historia condensada en otro de sus tatuajes. «Es un faro azotado por el oleaje. El faro soy yo, y las olas, todo lo que me ha pasado. Lo que, aunque haya sido muy fuerte, no ha logrado derribarme. Porque, en realidad, nadie quiere morirse. Lo único que queremos es dejar de sufrir. Y se puede».