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Un grupo de peregrinos italianos, a las puertas del Albergue El Salvador, con uno de sus responsables.
HISTORIAS DEL CAMINO DE SANTIAGO

Grandas y el incierto Pedro de Pedre

Leyenda. La última villa asturiana de la ruta primitiva guarda entre sus misterios el de una calle dedicada a un personaje del que solo se sabe en un cantar

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Domingo, 5 de septiembre 2021, 17:44

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Si Oviedo puede presumir de contar con una calle, la del Carpio, que dio identidad a un personaje de leyenda como Bernardo, el vencedor de Carlomagno en Roncesvalles, otra villa del Camino, Grandas de Salime, tiene el honor de haberle dedicado una de sus rúas principales a un ser imaginario o al menos del que no hay más pistas que su nombre en una copla de la tradición oral: Pedro de Pedre.

El escritor Miguel Barrero recoge este misterio en las sabrosas páginas de 'Las tierras del fin del mundo', la crónica de su viaje a Compostela por la vía primitiva, y con fina malla hilvana esta historia suspensiva con la del diablo que explicaría, por etimología popular, el origen de los nombres de Salime y Subsalime, hoy lugares sepultados bajo las aguas del colosal embalse del Navia.

Los versos que lo recuerdan se contaba que estuvieron inscritos en el antiguo puente de piedra construido en tiempos de Felipe II y del que conocemos la imagen fotografiada a finales del XIX por Octavio Belmunt para su 'Asturias' con Fermín Canella.

Levantado en unos peñascos a una notable altura sobre el cauce escarpado del río, evoca inevitablemente a tantos de esos puentes de incierto origen cuyo alzado se atribuía al señor de los infiernos.

La famosa trova grandalesa asigna la autoría de su desaparecido puente y de otras obras no menos monumentales a ese tal Pedro de Pedre: «De Castro natural/ hizo el puente de Salime/ la iglesia i el hospital/ i la catedral de Lugo/ a donde se fue a enterrar».

En su peregrinación a Santiago, Barrero relata que, a su paso por Lugo, se entretuvo sin éxito en indagar por las paredes de la catedral en busca de alguna inscripción que diera visos de realidad, aunque fuesen muy remotos, a los dos últimos versos.

Tampoco se haya documentado por ninguna parte que este natural de Castro interviniese en la construcción de San Salvador de Grandas ni en su hospital de peregrinos. Bastaría fijarse en las diferentes fechas de edificación de las cuatro monumentos para desechar por imposible cualquier intervención de Pedro de Pedre, salvo que tuviera, además de una poderosa vocación de arquitecto e ingeniero, el don de la inmortalidad. O, la que nos parece más verosímil tratándose de un personaje imaginario, que fuese el mismo diablo en persona.

El argumento más directo para echar abajo esta posibilidad sería el de plantear para qué iba a querer el diablo levantar en la ruta que seguían los peregrinos jacobeos un puente, una iglesia, un hospital y una catedral.

Solo podría rebatirlo una suposición aún más disparatada, aunque no insostenible: que el constructor hubiese llegado a Grandas de peregrino. El mismo Cunqueiro que tanto escribió de demonología no descartaba que tal vez más de un cofrade de Satán hubiese peregrinado a Santiago, mezclado con devotos de buena fe venidos de todos los pagos de Europa. Como los frailes, los había también de órdenes menores y mayores, incluso hermanos legos en luciferías.

Desde luego, el nombre Pedro de Pedre no desentonaría entre los que se conocen de tantos de estos diablicos de insignificante escalafón.

El mago de Mondoñedo, de haber sabido del grandalés, le habría inventado enseguida una historia. Que salió de Carcasona, confundido entre unos penitentes redimidos del verdugo a cambio de ir a buscar el perdón del Santo Apóstol en su sepulcro galaico y que lo hizo por no tener valor suficiente para robar el alma de una muchacha que vendía manzanas reinetas en el mercado de los lunes en Bastide Saint Louis.

Sabía que su Señor de las Tinieblas no le iba a perdonar por ello y buscaba el favor del único capaz de librarlo de su ira: el señor Santiago.

En su peregrinaje había sufrido hambre y sed, frío, aguaceros, el tórrido sol de los páramos, la soledad y la enfermedad.

Cerca ya del final del trayecto, tras visitar San Salvador en Oviedo, cruzó el Palo y llegó a Grandas de Salime. Era un día de mercado, apenas entrado el otoño, y en una esquina vio a una joven vendiendo manzanas y castañas. Tenía la misma sonrisa de la de Carcasona. Venía de Castro a sacar en la villa cuatro perronas con los frutos que daba la pumarada de casa. En esta ocasión, Pedro de Pedre -el nombre que con el que se le presentó- no pudo evitar querer robarle el alma a una mujer tan hermosa.

Si al final logró vencer la tentación, tal vez cogiese su bordón y su calabaza para continuar camino. A la salida de Grandas en dirección al Acebo, iría canturreando aquella tonada mortificadora de lo que pudo ser y no fue: «Pedro de Pedre/ de Castro natural/ hizo el puente de Salime/ la iglesia y el hospital...».

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