Marcelo Vasco, ejecutivo en una conocida aseguradora, le apasiona el surf; un simple vistazo a su piel bronceada, a su media melena rubia y a la tablan miniatura que pende de su cuello lo confirma. Y también ama a su familia; a su mujer, Diana Buero, de perfil igualmentcaliforniano, y a su hija, Nadia. Por eso ayer, observando desde el paseo del Cantábrico a los deportistas de la prueba Invitational Grommets, lanzaba una reflexión: «A los que nos gusta esto, el Surf, Music & Friends nos deja unir el mundo de las olas con el de la familia».
La opinión de vasco es solo una de las muchas que, desde que este jueves se inaugurase la novena edición del festival, celebran su regreso a Salinas, tras dos años en dique seco. En los últimos tres días cientos de personas han acudido a presenciar las pruebas, a disfrutar de las proyecciones cinematográficas y de las charlas, y a consumir en los puestos comerciales y de hostelería. Una tendencia que se hizo especialmente patente ayer, siendo sábado y con el tiempo a favor.
A falta de que, al término hoy del festival, se conozcan los datos de afluencia, la percepción general es que este año se ha superado la media de los precedentes. «Hay más gente, y también un 'rollo' mejor», reflexionaba la ovetense Luján Piñeda, que ha acudido a todas las ediciones desde 2016. Su amiga Nadia Ferrera, también veterana del certamen, compartía su criterio. «Se ve más movimiento. Después de la pandemia y de lo del Longboard, había muchas ganas. Aquí hay que darlo todo».
Con la playa abarrotada y la zona de puestos transitada por cientos de curiosos, esas buenas vibraciones se hacen extensivas a los negocios. «Mira que hizo malo el viernes por la mañana, pero hay ambientazo, y buena venta; tenemos ganas de pasarlo bien», afirmaba satisfecha Mercedes Meana, de la tienda Never Stop. Habitual del certamen, su experiencia coincide con la del madrileño Carlos López. Por primera vez ha concurrido con Squali, marca de ropa de baño hecha con botellas de plástico recicladas. «De momento nos va bien; si sigue así, cuando hagamos números el lunes, seguro que repetiremos», apuntaba.
A diario ese movimiento masivo se hace particularmente palpable en la zona de restauración, cercada de 'food trucks'. Entre ellos destaca el autobús escolar estadounidense que aloja la hamburguesería Springfield Food Bus. «Hay casi más gente que otras veces, y mucho ambiente familiar», confirmaba Amaia Sánchez. A pocos metros, en la furgoneta de Wendy's, Héctor Ávila reafirmaba que, «salvo por la lluvia del viernes, todo perfecto».
Pero, por encima de todo, es el surf el que conforma la esencia misma del festival. Por la mañana se lanzaron al agua los inscritos en la prueba Invitational Grommets. Entre ellos estuvo el joven deportista Pelayo Suárez, de 19 años, satisfecho de que, «después de estos dos años, se pueda volver a competir aquí, en casa». Cerca de él, el fisioterapeuta Miguel Camacho atendía a los socorristas participantes en el Waterman Challenge. «Nunca vi a tanta gente al mediodía como este año», recalcaba, sorprendido, entre masaje y masaje.
¿Qué más añadir al ocio y al deporte? Fácil: la concienciación medioambiental. Mediada la mañana, casi 150 personas, atletas en su mayoría, participaron en la limpieza de la playa de Salinas, y no pocas acudieron a las charlas programadas, como la matutina, dedicada a divulgar el riesgo de las colillas, que impartió Elisabet Soto, de El Paxu Verde. Una tendencia general que, presumiblemente, se repetirá hoy, antes de que, pasada la medianoche, se dé por clausurado el festival.
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