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Francisco García, vecino de Salave, señala sobre el acantilado de la Cerva el punto exacro en el que vió, hace 25 años, los fardos de cocaína . Á. R.
«Ninguno de los del alijo fue a juicio. Murieron»

«Ninguno de los del alijo fue a juicio. Murieron»

Salave. 25 años después de la incautación de cinco toneladas de cocaína pura en el acantilado de la Cerva, los vecinos recuerdan la vorágine de la operación

ÁNGELA RODRÍGUEZ

Lunes, 3 de octubre 2022, 00:54

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Recorriendo el kilómetro y medio que separa su casa del escarpado acantilado de La Cerva, Francisco García recuerda «la víspera de San Miguel» de hace 25 años. Un día que comenzó como otros tantos, con una apacible jornada de pesca entre amigos en Galicia, y que terminó grabándose para siempre en su memoria, la de su familia, y la del pequeño pueblo tapiego de Salave. Y es que, desde aquel día, la Guardia Civil y la Policía Nacional se hicieron habituales de la zona, en los chigres había solo un tema de conversación y en las cocinas de los hogares, más preocupaciones que de costumbre.

«Eran cinco. Llegaron aquí la noche anterior, preguntando por una cantera y vestidos de faena. Entonces se estaban haciendo unas pistas para una concentración parcelaria y nos dijeron que traían unos bidones de gasóil para las máquinas que trabajaban el lunes sacando zahorra. Nos cuadraba, así que no sospechamos», recuerda Francisco sobre la primera, y última vez, que vió a aquellos hombres encargados de descargar 5.000 kilos de cocaína en el arenal de La Cerva.

Una cala virgen, rodeada de fincas de maíz forrajero, que se convirtió en 1997 en el escenario de la mayor incautación de un alijo de cocaína en Europa. «No querían que les acompañásemos, solo que les indicáramos dónde quedaba el pedrero. Insistimos, porque no es fácil llegar. Pero recuerdo que ellos iban con el rostro agachado en el coche. Como si no quisieran que los reconociésemos. Fuimos tres vecinos, y les dejamos allí. Nos contaron que dejarían los bidones y se quedarían a dormir en un hostal de aquí al lado», relata Francisco.

Sin saber que esa sería la última noche en muchos meses que dormirían totalmente tranquilos, los vecinos de Salave no tardaron en enterarse de que el gasóil de los bidones «era, en realidad, gasolina para la planeadora que días después apareció abandonada en Corcubión». Una embarcación que trajo durante la oscura noche las cinco toneladas de droga, y que partió de madrugada del pedrero», según aseguran vecinos que andaban al calamar.

«Los delatamos, pero fue hasta casualidad. Un vecino le comentó al dueño de la cantera, que era el alcalde pedáneo, que había estado con los supuestos trabajadores. Y claro, el dueño no sabía nada. Fue a ver, y los de la droga le salieron del maizal y lo amenazaron. Luego, otro vecino llamó a la Guardia Civil de Tapia, pero no le creían», rememora Francisco.

La orden tuvo que venir de Oviedo, y las patrullas de varias localidades, para constatar que La Cerva estaba plagada de «fardos numerados y con candado». «Los habían descargado por la noche. Y los intentaron sacar con una cuerda a mano, pero era imposible. Por lo que se hablaba en el pueblo supimos que había unos maderistas en la playa de Barayo a los que les ofrecieron un millón de pesetas por subir los fardos con un dingo. Iban a venir, pero en una hondonada a la máquina se le rompió la dirección. Y nunca llegaron a La Cerva. Yo creo que eso fue lo que falló, sino quizá hubiesen logrado llevarse la droga», confiesa Francisco, observando el bravo Cantábrico. «No estaba así aquel día», ríe.

Los cinco 'braceros' solo consiguieron llevarse dos fardos -50 kilos- antes de ser sorprendidos por la Guardia Civil. «Uno logró escapar. Pidió un teléfono en una casa aquí cerca para llamar a un taxi que le llevó a Boiro. Creo que cogieron a dos. Uno de ellos había salido hace poco de la cárcel de Zamora. Eso decían», recuerda, con un semblante ya mas serio, Francisco. Y es que, en la vorágine de la gran operación contra el narcotráfico apareció el miedo. «Al principio sí. Pasamos mucho miedo, la verdad. Yo se lo dije a la Guardia Civil de Tapia. Entraba a trabajar a las seis de la mañana y ya tenía a mis hijos», confiesa el tapiego.

Y no era para menos. Según han escuchado por el pueblo en estos años, «al final, todos los implicados murieron». «Ninguno llegó a ir a juicio. Uno decían que se había caído por Illa Pancha, y apareció al mes siguiente en Francia. A otro le fallaron los frenos del coche y tuvo un accidente, cerca de Ourense. Y otro creo que logró escapar y estaba en Alicante, haciéndose pasar por piloto de aviación. Al final comentaron que murió también en extrañas circunstancias», relatan, entre dientes, los tapiegos.

25 años después los recuerdos aún son nítidos. Los de aquel septiembre, e incluso los anteriores. Y es que, según los mayores, «que no dormían por la noche y veían pasar camiones con las luces apagadas», Salave fue «muchas más veces punto de contrabando».

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