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«Es una pena que todo haya acabado así»
El zoo de La Grandera cumple dos años cerrado. Ernesto Junco, su director, lamenta la falta de interés público en revitalizar el recinto, que llegó a albergar 400 especies distintas
CLARA G. SANTOS
Domingo, 8 de enero 2023, 00:47
El primer recuerdo que atesora Ernesto Junco de su infancia es en su pueblo, Cabielles, «dando de comer a una curruca». En su memoria se aparece, incluso, la cabecita negra del pájaro, su largo pico, la ternura que despertó en él aquella criatura que latía entre sus manos. Con los años, y gracias a un vecino que sabía mucho de zoología, el pequeño Ernesto fue abriendo los ojos al estudio de la fauna autóctona, un apasionante mundo repleto de posibilidades. Hoy, el naturalista asturiano pasea con impotencia entre las jaulas vacías del zoo que impulsó en Cangas de Onís, el primero de toda Asturias.
La historia del zoo de la Grandera es la de un sueño de tres décadas truncado por la pandemia. Después de dos años de confinamiento y restricciones, Ernesto Junco se vio obligado a vender algunos animales para poder dar de comer al resto. Con el acceso a los lagos de Covadonga cerrado, el número de visitas del zoo cangués cayó en picado y para cuando Junco quiso darse cuenta era ya demasiado tarde. La Grandera echó el cierre en diciembre de 2020.
A partir de ese momento, los ejemplares de las 400 especies que albergó fueron trasladados en otros centros zoológicos o devueltas a sus dueños, en el caso de los particulares. También el Principado tuvo que hacerse cargo de algunos animales que había cedido al centro para su conservación. Los únicos inquilinos que quedan ahora mismo en La Grandera son el lobo 'Tizón', el oso 'Lolín', siete buitres, unos cuantos búhos y un guacamayo a los que Junco sigue cuidando por iniciativa propia. Con el paso del tiempo, las cuatro hectáreas de bosque de La Grandera se han convertido en una auténtica selva. Los árboles han crecido desmesuradamente y el exceso de maleza dificulta el paso por el recinto.
Las jaulas son lo único que sigue como siempre, esperando a unos visitantes que ya no volverán. «Es una pena que todo haya acabado así», lamenta el cangués. Las instalaciones, dispuestas en más de cuatro hectáreas, constan de varios equipamientos que, según él, podrían destinarse a múltiples funciones. Al margen de los usos como zoo, el vasto conocimiento de la fauna autóctona ha llevado a Junco a impulsar varios proyectos de conservación. Uno, orientado a la reintroducción de una variedad concreta del urogallo, otro, para asegurar la protección de la población ante el creciente número de lobos por Asturias.
Por el momento, el cangues no ha recibido contestación alguna de la Administración. «Al principio mostraron interés, pero no se ha concretado en nada», lamenta Junco, que ha perdido ya toda esperanza en los cauces oficiales. Su única ilusión está en la posibilidad de que alguien, desde el sector privado, actúe. Hace poco recibió una oferta de un grupo austríaco que ya se había interesado anteriormente por las instalaciones y tendría pensado reconvertirlas. Esta propuesta resulta «bastante interesante» a ojos de Junco, pero «aún no hay nada cerrado». En realidad, lo que de verdad le gustaría es que esos espacios volviesen a funcionar.
Un zoo pionero en Asturias
Cuando Ernesto Junco abrió La Grandera, hace 34 años, no había ningún otro núcleo zoológico en la región. Antes de acometer el proyecto le tocó hacer estudio de mercado. Decidió entonces situar el zoo en Cangas de Onís, en un espacio estratégico y lo hizo cerca de la carretera de acceso a los lagos de Covadonga. «Venían muchos turistas en verano que después de la visita a los lagos se acercaban a conocer la fauna autóctona», recuerda con cariño Junco.
La época fuerte del zoo fue, precisamente, la década de los noventa. En 1992 llegaron a visitar sus instalaciones unas 250.000 personas. Después, el furor de la novedad fue remitiendo a medida que abrían otros espacios como el Acuario de Gijón, el Museo del Jurásico en Colunga o el zoológico El Bosque en Oviedo. «El negocio se fue diversificando y la ganancia empezó a ser cada vez menor», apunta Junco. Años más tarde, la falta de ayudas con la que hubieron de capear la crisis sanitaria los llevaría a decretar, para su abatimiento, el cierre definitivo del establecimiento. No había dinero para mantener a los animales. Era el fin.
A Ernesto Junco le invade la nostalgia al recorrer las instalaciones de lo que un día fue La Grandera. Hoy edificios y buena parte de las parcelas permanecen cubiertas de maleza e invadidas por la naturaleza en su estado primitivo. Poco o nada queda de aquel circuito en el que tanto empeño puso «sin subvención alguna». Mientras pasea por el bosque que es hoy el antiguo zoo, unas siluetas se recortan entre los árboles. «Es curioso, porque durante años tratamos de que los buitres tuvieran crías y fue en vano», cuenta Junco. Hace poco, en el ocaso más absoluto de La Grandera, vinieron al mundo dos nuevos buitres. Su nacimiento fue todo un acontecimiento para Junco, que ve en él un buen augurio y la esperanza de que «las instalaciones recuperen su uso, sea este cual sea».