Los alumnos de español de Cruz Roja se duplican en cuatro años
Más de dos centenares de personas inmigrantes recurrieron a Cruz Roja en el último año para aprender nuestro idioma
Inna es ucraniana y cuando llegó a España apenas sabía un puñado de palabras en español. Las imprescindibles para hacerse entender, pero insuficientes si quería integrarse en una nueva sociedad y aspirar a seguir trabajando como profesora universitaria de biología. Lo primero era, por tanto, aprender el idioma de su nuevo país y fue Cruz Roja la entidad que le brindó esa oportunidad. La entidad lleva impartiendo clases de español a extranjeros en Avilés desde hace más de 25 años. Un tiempo en el que, además de ser testigo directo de los flujos migratorios, ha dado la mano y también la palabra a miles de migrantes porque la labor de acompañamiento es parte de un proceso fundamental para que la persona recién llegado no se sienta sola y perdida.
Los ucranianos que llegan ahora a Avilés tienen suerte porque Inna ha querido devolver lo mucho que le han dado en Cruz Roja compartiendo sus conocimientos de español a sus compatriotas. Ella es una de las 23 voluntarias (solo dos son hombres) que ejercen de profesoras. La mayoría lo fue en su vida laboral y lo primero que hicieron tras jubilarse fue ofrecerse a seguir haciendo lo que mejor saben hacer: enseñar. No es requisito sine qua non, pero es el perfil mayoritario. Y salvo en las clases de Inna, a las que solo acuden ucranianos por motivos evidentes, llegan migrantes de diferentes nacionalidades. Este año han llegado a las 31. El mayor número son ucranianos, con 46 personas, un reflejo de otra de la consecuencias de la guerra en la que está inmersa su país, el éxodo de parte de su población. Le sigue la población marroquí con 44 estudiantes, la senegalesa y la brasileña.
En este 2025 son 211 alumnos, casi el doble que hace cuatro años, cuando se atendió a 106 personas. Se dividen en doce grupos en función del nivel y acuden dos veces por semana a las clases. Hay algunas personas que llegan sin saber una sola palabra y otras que tienen una base mínima. Vitali, por ejemplo, es un ucraniano que lleva un año en España, pero ha empezado con estas clases hace dos meses porque quiere sacarse el B2, el título que acreditaría un nivel medio-alto de español. A su favor juega que su mujer «habla un español perfecto», lo que también le ha abierto las puertas del mercado laboral, y él está dispuesto a conseguir estar a su altura.
Los ucranianos «aprenden bastante rápido porque tenemos las mismas vocales y sonidos parecidos»Son 23 las personas voluntarias que imparten las clases, la mayoría profesoras jubiladas
Comparte clase con Katerina, una mujer rusa casada con un español pero en cuya casa se habla en inglés porque «es más fluido». Lleva poco más de un año estudiando español y el hecho de relacionarse con la familia de su marido le facilita la inmersión en el idioma. Aún así, asiste a estas clases para dominar también la ortografía y la gramática.
Ambos tienen como profesora a Concha Cartón, que lleva cinco años colaborando con este programa, desde que se jubiló como profesora de Lengua. «Es difícil porque depende de si hablan mucho, poco o nada, pero es una labor muy enriquecedora» y tiene claro que «lo más importante es enseñarles a que se comuniquen».
A sus clases van personas de Ucrania, Nigeria, Rusia y Bielorrusia. Su experiencia le dice que en general a los europeos o a nacionalidades cuya lengua materna tiene origen románico les resulta más fácil el aprendizaje. Aunque sabe que a la mayoría les resulta difícil el español. Eso lo suscriben todos los ucranianos, a pesar de que con el tiempo se desenvuelven muy bien en nuestra lengua.
Lo certifica Inna, además por experiencia propia, que «aprenden bastante rápido porque tenemos las mismas vocales y tienen sonidos parecidos». Asegura que le encanta enseñar y estar con sus compatriotas es sentirse también un poco más cerca de su tierra natal. Entre sus estudiantes está Tatiana, que asegura que el español es difícil, pero que también reconoce que no suele tener problemas para comprar en una tienda y resolver cuestiones básicas. Aparte, confiesa que en España se siente «súper a gusto».
Con mayor presencia de nacionalidades está la clase de María Jesús Lavandero, que tiene a gente de Costa de Marfil, de Marruecos, de Argelia y de Senegal. Fue profesora en el colegio de Villalegre y tenía muy claro que quería ser voluntaria en cuanto se jubilara. Con sus cualidades en Cruz Roja tuvieron claro que encajaba en este programa de clases de español. Ha pasado de dar clases a niños de 8 y a 10 años a adultos, pero ella llega con el mismo entusiasmo porque «enseñar es un poco parecido, lo fundamental es ayudarles». Asegura que es «una satisfacción» y que cuando no da clases «lo echo en falta», pero también reconoce que le duele un poco el corazón cuando conocen la situación en la que viven algunos de sus alumnos y las faltas de respeto que a veces sufren. «Eso lo llevo muy mal», confiesa.
Su aula, como el resto, es un espacio de aprendizaje tolerante y abierto, en el que se trata de hacer la vida más amable al que llega y que es esfuerza en ayudar a personas como Djiby a preparar su examen para obtener la nacionalidad española. Él está confiado porque asegura en Cruz Roja «te tenido buenas maestras».