El arte de la pasión
Asturias conserva pocas tallas antiguas en su Semana Santa, pues tuvo que recurrir a las réplicas tras la Guerra Civil. Pese a todo, el arte sacro tiene un recorrido amplio y bello por toda la geografía
El tiempo y la guerra han jugado malas pasadas a la imaginería religiosa en Asturias, que aun así conserva ejemplos hermosos de la pasión por la gubia, por la madera tallada, que conducen a Jerusalén, a la Vía de Dolorosa, al camino del Calvario que estos días se revive en las calles. Más allá de lo devocional, en el plano artístico, se conservan en la región imágenes de Jesucristo que merece la pena admirar.
Una de las más destacadas no ocupa lugar en una iglesia, sino en un museo, el de Bellas Artes, que guarda un Cristo crucificado realizado en torno al año 1400 de autor desconocido, pero que podría tener su origen en un taller de Asturias o León. Es de gran formato y llegó al museo procedente de la antigua iglesia de San Damián del Coto, en Cangas del Narcea.
No es esta una pieza en poder de las iglesias y cofradías que estos días sacan sus pasos a la calle, como no lo están tampoco las obras que se guardan en el Museo de Arte Sacro de Tineo, que atesora y muestra maravillosas tallas en madera de la Edad Media, Renacimiento y Barroco, de un enorme valor artístico. Es el caso del Calvario de Pozón, fechado a finales del siglo XIII, obra representativa de la humanización característica del periodo gótico cuando a Cristo se le representa en su faceta humana, muerto y con la cabeza inclinada sobre el pecho.
Oviedo cuenta con destacadas tallas de madera aunque, como sucedió en buena parte de Asturias, la mayoría de ellas se perdió durante la Guerra Civil. La más antigua de las que retratan a Cristo que sale en procesión es el yacente obra de Luis Fernández de la Vega, fechada a finales del siglo XVII, como la Dolorosa que se conserva en San Isidoro el Real. Lourdes Álvarez Amandi, que en 2005 presentó una tesina dedicada a analizar estas imágenes de la Semana Santa ovetense, sabe que ese yacente es anterior a 1675 y está hecho sobre madera polícroma. Son 55 kilos de arte para una talla de cuerpo entero, «que es la representación de un muerto, con la piel retraída, la nariz afilada, los ojos entreabiertos», revela la experta. También destaca el Nazareno de los Dominicos, atribuido a Antonio de Borja, hecho en madera estucada dorada y policromada.
En Luarca, con una Semana Santa histórica, la más antigua de Asturias, se guardan también tallas destacadas, sobre todo la del Buen Jesús Nazareno. Realizada por una escuela sevillana y del siglo XVIII, es una de las pocas que sobrevivió a la guerra y que hace un emocionante recorrido de kilómetro y medio desde la iglesia parroquial a la capilla de la Atalaya, rememorando el calvario de Jesús. Es especialmente valiosa también la Virgen Dolorosa, de finales del XIX.
En cada lugar, más allá de las devociones, hay imágenes con un cierto valor artístico, y en Avilés una de ellas es la de Jesusín de Galiana, una talla que destaca por su gran expresividad y que es obra del imaginero conquense Luis Marco Pérez. Sustituyó esta a la destruida en la guerra. La otra figura relevante de Avilés es un Cristo de la Agonía de la cofradía de Jesús de la Esperanza. Es una talla de1941 hecha en Santiago de Compostela y se trata de una réplica de la figura del siglo XVII que se quemó durante la contienda de 1936, que se había encontrado en el mar y halló acomodo en la iglesia de los padres franciscanos.
En Villaviciosa, las tallas tampoco sobrevieron a la guerra y la imagen más emblemática de la cofradía es la de Jesús camino del Calvario, que sí cuenta con la túnica de terciopelo morada bordada en oro original. Es también notable el grupo escultórico de la Coronación de Espinas realizado por el valenciano Enrique Galarza Moreno en 1947 y adquirida por suscripción popular. Tiene una notable colección artística la Villa, que procesiona su Cristo del Silencio, obra de Juan Benet Serra en 1940, en una urna de plata y cristal de 1902 que sí se salvó de la quema.
En Gijón, la contienda civil hizo auténticos estragos y acabó con tallas tan sobresalientes como Las Lágrimas de San Pedro o el Nazareno, que databan del siglo XVII y que llevaban la firma de autores tan conocidos como los ya citados Antonio de Borja y Luis Fernández de la Vega. Perdidas como estaban, solo quedaba encargar réplicas y así se hizo de modo que Maximino Magariños esculpió el Cristo yacente en 1939 y Julio Beobide Goiburu realizó La Dolorosa en la misma fecha. En 1942 el valenciano Antonio Ballester Vilaseca hizo la Soledad y, un año después, las cofradías recibieron el Cristo de la Misericordia, realizado por el salmantino Francisco González Macías, y la nueva imagen de San Juanín de la Barquera, del vasco Rafael Irurozqui. Hubo más imágenes replicadas a posteriori. La talla más destacada del siglo XX de la ciudad se halla en la Iglesiona, el Cristo de la Paz, del escultor Miguel Blay, que en 2019 retornó a la ciudad después de un tiempo en Burgos.
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