Breza desnuda su arte
El Museo de Bellas Artes de Asturias acoge una propuesta específica de la creadora que desvela todo su universo creativo
Ella es emoción, inconsciencia, libertad absoluta. Ella es arte salvaje que mira a la naturaleza, que se asoma a una poética de la belleza muy singular que no ha de ser necesariamente lindeza, divinidad o primor, que mira a la luz y a la oscuridad, que se deja llevar, que busca la manera de encontrarse, de entenderse, de contarse como artista. Breza Cecchini Ríu (Oviedo, 1976) llega el jueves próximo al Palacio de Velarde del Museo de Bellas Artes de Asturias con una propuesta específica que trata de ser reveladora absolutamente de ella, aunque no sea fácil bucear en ese fondo, en ese ser y estar, en todo lo que se esconde tras cada una de sus pinceladas. 'Soy lo que no entiendo' es el título de esta exposición que comisaría Sara Moro en la que se dan cita instalación, pintura, vídeo y cerámica, una técnica con la que se estrena para la ocasión, en las tres salas, el patio del edificio histórico del museo y una tercera sala que comunica con el jardín.
Allí se desvelará sin tapujos a la artista afincada en Nava que se formó en la Escuela de Arte de Oviedo en escultura y grabado y que más tarde se inmiscuyó a fondo en el mundo de la pintura de la mano de José Luis Pantaleón y la Fundación Santa María de Albarracín. Llegar al Bellas Artes con su obra es un logro y también una responsabilidad, pero es sobre todo un disfrute inmenso: «Me presta estar con los grandes», confiesa, antes de explicar cómo se fraguó a este proyecto. «Me planteé hacer algo que me representase, algo que no hice nunca». Y su idiosincrasia, su carácter de artista inspirada absolutamente por su entorno, estará allí, en Oviedo. Por eso, incluso se lleva su estudio al Bellas Artes. En una de las salas, acompañando a los lienzos, se mostrará su mesa de trabajo, su paleta, su día a día. Sus obras revelarán aún más de esa mirada tan particular sobre la naturaleza, con los caballos copándolo todo y dándole carta de identidad a su obra. Hay un porqué: «Yo pinto caballos porque los hermanos de mi madre eran jinetes profesionales y me crié entre ellos», revela. Quiere que todo eso se pueda no solo ver, sino respirar. Quiere trasladar su entorno a esa arquitectura palaciega del XVIII que se levanta en el Oviedo antiguo. «Quiero contar dónde estoy y por qué hago lo que hago», zanja, feliz de poder desnudarse así en una propuesta que establece, desde la continuidad y el relato coherente, cuatro espacios únicos e independientes.

La sala 1 será toda la luz ecuestre y su estudio; en la número dos invitará a entrar al público en su mundo de oscuridad, de lobos y de bosque. En el patio dialogarán dos obras de gran formato para adentrarse en el mito. «Representa algo que no es lo obvio», dice ella, sabedora de que su obra es una búsqueda de respuestas a lo que ella misma no entiende y que expresarse mediante la pintura le permite a veces comprender. Hay una última sala en la que se podrá ver un vídeo que será igualmente narrativo de su peripecia creativa.
Pero la comprensión total está también en la mirada del otro, que hará su propia lectura una vez sus sentidos se han expuesto al arte.Sin la generosidad de quien observa no hay nada. Y ella ansía que el público se deje llevar por lo que hace, que no busca tanto lo bello como lo emotivo. «No es que mis obras sean bellas en sí mismas, me gustaría que lo fueran, pero no siempre lo son, a veces son más expresivas de la fealdad», anota. Ambiciona sobre todo la originalidad, que lo que lleva su firma sea distinto, único, inédito. Halla la poética en la belleza que está en la decadencia, en el dolor, en lugares que no se definirían como típicamente y declaradamente hermosos.



Llegar hasta ese aquí y ahora inminente ha sido el fruto de un camino largo en el que las ideas han ido surgiendo, creciendo y haciéndose fuertes o cayendo por su propio peso en el olvido. Solo tiene una manera de trabajar Breza Cecchini: «Dejándome sentir y siendo yo». Es la honestidad su máxima. Ahí se instala el quid de la cuestión: «En mi obra soy honesta, voy con mi error, con mi manera de hacerlo yo, no hay más que yo».
Su estudio es su oficina, que habita desde que es madre en horario escolar, cuando el retoño permite la paz para crear, que a veces es más fecunda y a veces menos. «Hay días que estás aquí moviendo la grasa y otros vienes y boom». La prueba y el error se instalan entre los pinceles. «Hay cuadros a los que acabó dándole la patada, porque no consigo lo que busco», relata Cecchini, que trabaja de una manera disciplinada, que vive el arte como un oficio, pero sin normas fijas. «Trabajo de todas las maneras, a veces quiero contar algo y doy muchas vueltas y otras arranco sobre la marcha, pero en general soy bastante directa». No es extraño que así sea porque su pintura es emocional. Son los apuntes de sus emociones los que se anotan en los lienzos.
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