Gijón aplaude a 'Ovo'
El Circo del Sol inicia sus representaciones en la ciudad, donde estará dos semanas
M. F. ANTUÑA
Jueves, 27 de julio 2023, 01:43
Hora tempranera, las seis de la tarde, y muchas ganas de circo, del colorido, el ambiente, la magia, del 'Ovo' que rompe su cáscara para desgranar las esencias del más difícil todavía durante dos semanas en Gijón. El Cirque du Soleil ya ocupa escenario y backstage en el Palacio de los Deportes de Gijón, ya despliega su cóctel de talento, fuerza, destreza y belleza.
La última vez, en 2019, se instaló bajo carpa; en esta ocasión, 'Ovo' adopta sus modos y maneras circenses bajo otra techumbre más sólida, pero la esencia no cambia en absoluto. El Cirque du Soleil es fiel a un estilo al que ha ido dando forma y carácter propio para componer ese mundo onírico que es una atmósfera, un universo singular que aquí alude y conduce al mundo de los insectos. En ellos se transforman la troupe de medio centenar de artistas -un centenar de personas viajan en gira- que configura el espectáculo, de dos horas de duración con un descanso, y que se recrea en todas las disciplinas circenses, que cose números de altura con otros de fuerza, con los que exigen máxima destreza, que se mece entre proyecciones, telas, trapecios, saltos, giros, coreografías ajustadas, cuidadas, divertidas y música en directo con aires brasileños de bossa nova y gusto ecléctico y universal.
El show se presenta como ese todo siempre único que hace que en cualquier lugar ocurra algo, que surja un personaje de cualquier agujero, que el fondo del escenario sea prácticamente una pared de escalada, que el humor se haga fuerte sin necesidad de articular palabra, o al menos palabra con significado en castellano. El juego está en el gesto, el movimiento, el relato cómico que se establece con un público llamado a participar de las cuitas y amoríos que acontecen de la mano de tres personajes -Ladybug, el Viajero y Flipo, Nevia Nascimento, Robin Beer y Gerald Regitschnig- fundamentales que ejercen de guías en el viaje.
Medio centenar de artistas conducen al público a un universo singular, al mundo de los insectos
Las delicadas hormigas rojas abren esa ruta escalando los palos chinos. David Ayottte, Charlotte Fallu, Raphaël Filiatreault, Yann Masia, Théo Legros-Lefeuvre, Miliève Modin-Brisebois son quienes protagonizan este vertiginoso número sobre unas barras verticales. Un arranque que epata. Dan paso a la libélula que juega a hacer equilibrios desde la elegancia y la fuerza de las manos que sostienen y permiten el hermoso devenir de Sherheii Ivanov. Unas telas nos ayudan a descubrir el nacimiento de una mariposa de la mano de Svetlana Delous. De nuevo en las alturas, la araña negra a la que da vida Domenic Taylor juega a los equilibrios y vuelos sobre un aro. Sale después a escena la criatura que baila y se contorsiona cual si fuera un gusano tras la que se oculta Sergey Rysenko, uno de los artistas ucranianos en esta multicultural familia con presencia de 25 nacionalidades distintas. Los escarabajos se aupan a lo más alto en el espectacular número que pone fin a la primera parte del show. Se trata de una disciplina rusa que hace volar literalmente a seis metros de distancia entre ellos a un grupo de acróbatas que incluyen a Nansy Damianova, Camille Santerre-Gervais, Nina Kartseva, Olga Shcherbatykh, Inna Rudenko, Marie-Élaine Mongeau, Denys Dyky, Alexander Grol, Tamas Fuleman, Dmytro Rybkin, Nikolay Karyachkin y Gianfranco Di Sanzo. Hubo un pequeño susto, una caída a red que se solventó rápidamente y el espectáculo continuó impresionante e impresionando.
Llegan tras el descanso las enérgicas y dinámicas arañas, Nyamgerel Gankhuyag, Svetlana Delous y Domenic Taylor. La blanca contorsiona y lleva su cuerpo al extremo ante las miradas perplejas y hasta dolientes. El dúo de trapecio en el que Corentin Lemaître Auger y Maxime Charron crean la delicadeza y forman esculturas con sus cuerpos jugando con la fuerza, el equilibrio y la destreza ataviados como pulgas es el siguiente paso en un camino en el que destreza, y mucha, requiere el número del diábolo que protagoniza Tony Frebourg. Ritmo de vértigo en esta luciérnaga que hace volar los juguetes y deja los ojos agotados de tratar de seguir su movimiento en el espacio y el tiempo. Cuatro diábolos llega a emplear en un número verbenero y loco, también en lo musical. Una chifladura que en la tarde de ayer tuvo hasta un vuelo inesperado del diábolo fuera del escenario.
Después de la tempestad llega la calma del número de suspensión capilar que protagoniza la mexicana Danira Quintanar, que vuela, efectiva y literalmente, sostenida por su pelo, que crea una danza aérea sorprendente y mágica.
Entre el continuo trajín de la mariquita de mejillas sonrosadas y sus amigos, con los músicos acompañando en escena, como sucede con el violinista y el acordeonista, llega el momento de los grillos, que saltan, bailan, en una pared vertical de ocho metros de altura sin más soporte que el de propia pericia, agilidad y fuerza, con una velocidad de infarto. Un número que exige fuerza, coordinación y que igualmente conduce a atrapar e hipnotizar las miradas justo antes de los aplausos finales. Oleg Kuzmin, Sergyi Rysenko, Wei-Liang 'Sky' Wu, Jorn de Laender, Dmitry Fedorovski, Kilian Mongey, Christoffer Sogaard, Mikhail Kostianov, Zander Biewenga, Wellington Lima, Dmitrii Nikitin, Matthew Piva y Nathanael Rivera Drydak son los artífices de que los aplausos finales sean largos y prolongados.
Todo el elenco en escena baila y recoge la ovación final aún con el ritmo en el cuerpo y el confeti llenándolo todo, con las esencias resueltas, la sonrisa en los rostros y las caras de asombro. Entre quienes dieron fuerza a la ovación, personajes como Saúl Cravioto, la consejera Berta Piñán, representantes municipales y el rector de la Universidad de Oviedo, Ignacio Villaverde, por citar solo algunos.