Borrar
Ainhoa Arteta y el tenor Jorge León durante los ensayos en el Campoamor. Pablo Lorenzana
Madama Butterfly con mascarilla

Madama Butterfly con mascarilla

La Temporada de Ópera llevará a partir del día 9 el clásico de Puccini al escenario de la II Guerra Mundial con Ainhoa Arteta como estrella

Paché Merayo

Gijón

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Viernes, 30 de octubre 2020, 01:35

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El dolor más profundo del desamor, la traición y la pérdida son música en las manos de Puccini y algunas de sus notas más brillantes se convierten en el apasionado traje de 'Madama Butterfly', la ópera que llega ahora al Teatro Campoamor transformada por Anton Rechi en una tragedia universal que «multiplica ese dolor, que hace mucho más honda la herida». Tanto que estos días en los ensayos, ante el estreno del 9 de noviembre, a alguno, confiesa el director de escena, «se nos ha encogido el corazón». ¿Y cómo logra el guía de esta ópera, tercer título de la temporada de Oviedo, agrandar la pena que acompaña a la mas famosa de las geishas, para hacerla nuestra, «para que su sufrimiento individual sea colectivo»? Pues con un sutil giro de guion temporal, situando en 1945 el libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, (inspirado en la obra teatral homónima de David Belasco), justo 41 años después de que el compositor italiano terminara la partitura.

El escenario es el mismo que texto y música concilian: la ciudad de Nagasaki. Es allí donde Giacomo Puccini concibió su tragedia de amor y muerte, sin siquiera alcanzar a imaginar que dos décadas después de su fallecimiento (en 1924) se iba a producir en sus calles uno de los momentos más oscuros de historia de la humanidad, el lanzamiento de una bomba atómica.

A Anton Rechi, varias veces espectador de esta «bellísima pieza», antes de ser su batuta escénico, siempre le había parecido que las diferentes producciones «no consolidaban la intención del compositor de emparentar la historia con el concepto mismo de tragedia griega», algo que él está convencido lleva intrínseca esta ópera. Por eso se permite otra licencia. Además de subir a las tablas la II Guerra Mundial, invita a la joven geisha, que canta e interpreta hasta la emoción Ainhoa Arteta (Beatriz Díaz, en el segundo reparto), a construirse una torre «desde la que como Penélope esperaba a Ulises, ella espera a su amado Pinkerton (Jorge de León y Fabián Lara), ese marinero norteamericano que la abandona embarazada, sola y esta vez, en medio de una ciudad destruida.

Tras la caída de la bomba atómica, todo es destrucción y colores oscuros.
Tras la caída de la bomba atómica, todo es destrucción y colores oscuros. ópera de oviedo

Y hay otro cambio más en medio de esta pieza, que su director musical, el asturiano Oliver Díaz, define como una obra «iluminada que se anticipa a lo que va a pasar». Se trata de una reinterpretación del primero de los marcos de acción de los tres actos que dividen la ópera y que el escenógrafo Alfons Flores ha plasmado «con sencillez, belleza y eficacia a partes iguales». Si habitualmente ésta da comienzo en la casa de Butterfly, en la coproducción que llega al Campoamor (del Festival Castell de Peralada y la Deutsche Oper am Rhein) y que se mantendrá en cartel hasta el día 21 de noviembre (funciones 9, 12, 15, 18, 20 –con segundo reparto– y 21), el telón se levanta en el consulado americano. Allí se casan Butterfly y Pinkerton y su boda desencadena toda la trama. Una variación nada fortuita, ya que pretende, dice Rechi, «sacar a la joven geisha de su espacio vital para hacerla más vulnerable».

Explica Oliver Díaz que ya ahí, en ese primer acto, quedan apuntaladas las bases de la historia, «a través del dibujo de notas dramáticas». Esas frases musicales, que Puccini «maneja con una capacidad descriptiva, casi como harían después las bandas sonoras de cine», pero que, además, se presentan ante los maestros de la orquesta (la Sinfónica del Principado, OSPA), cargadas de instrucciones. «Tantas que hacen dificilísima su ejecución, porque obliga a integrar todas esas directrices». Mas difícil aún si se tiene en cuenta que la pandemia ha mermado el número de músicos en el foso. «No podemos estar todos, pero hemos logrado una orquestación muy sólida porque la calidad de los músicos es altísima y haciendo un esfuerzo de contraste el resultado está siendo maravilloso», apunta el director musical, que no es la primera vez que encara este título en el que el compositor italiano no solo crea «una partitura refinada de acuerdo a la técnica del leitmotiv», sino que también «enlaza con total maestría sus notas con las de algunas canciones populares niponas, logrando un colorido exótico inigualable».

Oliver, que hace unos días dirigía a los músicos de la OSPA en el homenaje a Ennio Morricone y John Williams, asegura que ya hay un sentimiento de unión entre él y la orquesta, «algo que también beneficia a la ópera». Y que, sin duda, incide en la emoción final. En cómo ésta traspasa el escenario y llega al patio de butacas. Un viaje corto, pero intenso, que todos los que componen el equipo artístico, encabezado por la afamada soprano, están convencidos de que va a suceder gracias al universo que se está construyendo a fuerza de talento, implicación y mucho trabajo bajo las inevitables mascarillas. Pero también «de maquillaje, iluminación y vestuario». Y en ese universo tiene su propia voz la historiadora de arte y premiada diseñadora Mercè Paloma, que aporta a la causa «un vestuario tradicional lleno de capas y versatilidad, que se mezcla con cierto estilo occidental, como realmente ocurría», cuenta, «en Japón en aquella época». Con él se abraza ese territorio convulso de guerra, en el que Butterfly acaba levantando una tienda de campaña con los restos de una bandera norteamericana, justo en el lugar donde antes de la bomba atómica se situaba el consultado. «Vuelve allí a esperar a su amado», narra el director de escena. «Han pasado los años, su hijo ha crecido y ella no pierde la esperanza de que el oficial que la abandonó vuelva a buscarla».

Y entre los cascotes y el desastre, el preciosismo estético a base de paraguas, kimonos y trajes oficiales del primer acto desaparece para encarar el segundo y Butterfly canta su gran aria 'Un bel di vedremo'. El drama ya a flor de piel de la geisha abandonada lleva el relato, la música y el ambiente a la desesperación en medio del desastre vital e histórico en el que habita ella y, por obra y gracia de la escenografía, también el mundo. Butterfly ya no es una bella joven, sino un escombro que se «mimetiza», dice la diseñadora con el escenario plasmado por Alfons Flores. «Si en el primer acto todo eran blancos, plateados, rosados y anaranjados. Ahora, tras la bomba, todo se convierte en negro».

La espera en aquel lugar destruido, bajo una bandera llena de símbolos, la llevará al tercer acto, donde la tragedia se multiplica y con ella la emoción y «los corazones encogidos», como dice el director de escena. Pero no solo por la tristeza de lo que está por ocurrir, sino también por la belleza de la música que lo narra y de las voces que lo cantan. Y es que en 'Madame Butterfly' belleza y tragedia se dan la mano sin que ninguna de las dos llegue a soltarse nunca.

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios