«Mis profesores vieron que podía llegar a ser algo»
Pianista. El gijonés Martín García participó en un coloquio con el público previo al concierto que ofrece hoy en el Jovellanos
ANA RANERA
Miércoles, 12 de enero 2022, 01:34
Martín García (Gijón, 1996) tenía cinco años cuando se sentó, por primera vez, delante de un piano. Hasta aquel lugar, que ahora es su hogar, lo llevaron su instinto y sus ganas de replicar aquello que escuchaba en casa hacer a su hermano mayor. «Él estudiaba piano, así que por eso quise empezar», contaba ayer, en un encuentro con el público que se celebró como antesala del concierto que dará hoy, a las 20 horas, en el Teatro Jovellanos, de la mano de la Sociedad Filarmónica de Gijón y en colaboración con la Fundación Alvargonzález.
Comenzó entonces una andadura en la que rápidamente despuntó, ya que su capacidad acariciando las teclas superaba con creces lo normal. «Mis primeros profesores ya vieron que podía llegar a ser algo en la música», explicaba. Y eso que reconocía que, al principio, cuando uno es niño y pianista, alcanzar los objetivos depende más del empeño de padres y tutores que de las ganas de uno mismo. «En la niñez, el esfuerzo tiene que ser inculcado. Luego, según vas creciendo, ya tienes que ir absorbiendo la información, la rutina y las experiencias», proseguía.
Así lo fue haciendo, hasta los quince años, cuando dejó atrás su Asturias natal y puso rumbo a Madrid con su familia, donde continuó sus estudios en la Escuela Superior de Música Reina Sofía. «Lo importante en arte no es dónde te hayas formado, sino con quién», opinaba y presumía de aquellos que a él lo acompañaron en su aprendizaje. Ellos fueron los responsables de plantar una semilla, que ya ha florecido, y a la que aún le queda por crecer. «Uno no deja de aprender hasta el día que deja de tocar».
De momento, desertar no entra dentro de sus planes, repletos de horas de estudio y ensayos, hasta alcanzar el surrealismo. «Durante el confinamiento, estaba en Nueva York y tuve la grandísima suerte de tener a mi disposición una tienda de pianos las veinticuatro horas del día», rememoraba entre risas. Aquel tiempo tan largo, a solas con su instrumento, también le sirvió para crecer: «Pude ahondar muy dentro de la música y realizar autocrítica durante meses. Me dio mucha seguridad».
Ese aplomo ante el piano se vio reflejado y recompensado en el Concurso Internacional de Piano Fryderyk Chopin el año pasado, donde ganó el tercer premio, y con el premio especial Filarmónica de Varsovia al mejor intérprete de concierto. «Fue una experiencia fantástica», celebraba. Eso sí, la deliberación del jurado se hizo eterna y, cuando llegó, apenas la entendió. «Estábamos todos los finalistas en el vestíbulo de la Filarmónica de Varsovia cuando aparecieron para anunciar los ganadores y, de repente, me doy cuenta de que los dicen en polaco. Oí mi nombre, pero no entendí nada más», se reía. Le tocó entonces resistir con la intriga, hasta que lo avisaron de que tenía que ir a la rueda de prensa de premiados. Ese mensaje sí le caló y le cambió, un poco más, la vida.
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