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El cantautor asturiano Víctor Manuel E. C.
Víctor Manuel: «No sabía que necesitara tanto cantar»

Víctor Manuel: «No sabía que necesitara tanto cantar»

Verano. Víctor Manuel disfruta del regreso a los escenarios «como un nenu con zapatos nuevos», mientras recuerda sus vacaciones de infancia en las que iba «a secar a Castilla»

ANA RANERA

Jueves, 29 de julio 2021, 01:55

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El Mieres del Camín de 1947 curte y es «un pozo del que estás sacando agua toda la vida». Lo dice Víctor Manuel, un hijo de aquel lugar y de aquellos tiempos, que salió hace ya mucho de su tierra, para cantarle y para contarle al mundo el coraje y la ternura de su pueblín del alma y de la gente que tanta fuerza puso para levantarlo. «El mayor ejemplo que pude tener fue ver cómo se comportaron mis padres y mis güelos», promete. Él se fijó en ellos desde que era un guaje y, por eso, en sus recuerdos, la admiración sigue intacta. «Cuando murieron mis güelos yo pensaba en lo que habían hecho para que hubiera allí tanta gente despidiéndolos», rememora.

Ese amor hondo hacia sus raíces es recíproco y hace que ahora, cuando vuelve a actuar a casa, las entradas se agoten. «Siempre me siento muy bien tratado en Asturias, no ye una novedad», lanza. De hecho, en el festival Luanco al Mar, dará dos conciertos, exigencias de la demanda: el 7 y el 8 de agosto. «Será la primera vez que cante en esa localidad y encima lo haré encantado de estar dos días». Y, en ambas citas, a las canciones las acompañarán las historias que llevan detrás. «El secreto de los conciertos en acústico es que vas explicando por qué nacieron los temas, por qué cantas eso y no otra cosa. La gente lo agradece muchísimo porque la mayoría no lo sabe», explica.

Se sucederán entonces las referencias a nuestra Asturias, a ese pozo del que salen sus musas. «En cada nuevo trabajo aparece una canción o más para el Principado. Para mí es una cosa inevitable que no me voy a frenar», cuenta. Y menos ahora que hay que darse algún capricho para aguantar este «verano atípico», que le sirvió para descubrir que se vive mucho peor lejos de los escenarios. «No sabía que necesitara tanto cantar», confiesa. Por eso, está disfrutando de este regreso «como un nenu con zapatos nuevos», aunque ya con ganas de normalidad. «Nunca había cantado quitándome cinco minutos antes de salir al escenario un trapu de la boca y poniéndome enfrente de gente con bozal», dice. Pero reitera: «Tenía muchas ganas. Estaba como encerrado y ya estoy suelto».

Estos meses ya se parecen un poco más a los estíos de siempre, al menos, a esos que vivió desde que tiene este oficio que tanto ama de cantar. «Llevo toda la vida trabajando cuando la gente está de vacaciones, pero encantado de la vida. Es la profesión elegida que me ha dado todo lo que soy», dice.

No fueron siempre así sus veranos porque, cuando llegan estas fechas, le vuelven a la mente aquellos días de infancia que forjan el carácter. «Tuve una niñez muy feliz porque viví como deberían vivir todos los críos, al lado de un prau verde, un bosque, un regato y corriendo detrás de una pelota», narra.

De aquella, de vez en cuando, cogían carretera en familia «para ir a secar a Castilla. Primero fuimos a Quintana de Raneros y, después, a Lorenzana, donde también teníamos parientes», dice echando la vista atrás. «Los veranos eran de andar en bici, coger cangrejos, pescar en el río y hacer unos amigos nuevos que encontrabas cuando volvías cada año», prosigue.

Eran años de «poca playa» porque «entonces ir de Mieres a Gijón era un viaje largo», pero algún día lo hacían y aquello era una fiesta. «Íbamos con la meriendina por ahí y a meternos en el agua y salir azules de frío. Pero tampoco éramos muy de mar, nadie de la familia sabía nadar, íbamos a mojar el culo nada más», se ríe.

Aquello estaba bien, pero le presta más estar en el tajo, no hay duda, sobre todo, ahora, después de mucho tiempo sin poder hacerlo. «En mis conciertos trabajan entre veinticinco y treinta personas, hay que imaginarse lo que ha sido para ellos estar tantos meses mano sobre mano», se lamenta. «Esta profesión es un desamparo absoluto», continúa, aunque empieza a atisbarse la esperanza. «Poco a poco, se va rehaciendo y a los trabajadores se les nota en la cara que están contentos», asegura.

En su opinión, para que las cosas mejoren, hace falta que este país cambie de mentalidad porque «la cultura no ye una ciencia infusa y todos los males que tenemos vienen de que no pensamos en que detrás de lo que escuchamos y de lo que leemos hay gente», protesta. Para sacar adelante una de sus actuaciones, hace falta aunar muchos esfuerzos y eso tiene que apreciarse. «En uno de mis discos, puse en la carátula toda la gente que había intervenido y salían 200. Hay muchas personas que hacen falta para poder sacar un álbum a la calle».

Lo dice alto y claro porque está más que curtido por los escenarios. Lleva seis décadas recorriéndolos para poner voz a sus historias, a las nuevas y a las que vivió aquel guaje de Mieres, el que corría detrás de la pelota y el que, muy pronto, empezó a cantar y a tocar la armónica, sin saber que algún día el sueño iba a hacerse realidad.

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