«Esta lucha es por todas las mujeres del mundo»
AZAHARA VILLACORTA
Martes, 7 de marzo 2023, 02:54
Tú no vas a callarte. Sé que vas a estar en la primera línea. Que, si te quedas aquí, voy a perderte». Con esas palabras le dijo una noche su padre que debía salir de Irán a Vida Azad (el nombre que elige para ocultar el real, que significa 'una vida que es libre'), recuerda entre lágrimas esta mujer de 36 años que ha encontrado refugio en España y que hoy reside en un lugar de Asturias que tampoco puede desvelar. Porque, aunque ya a salvo de la brutalidad del régimen iraní, sigue sin callarse. En pie pese al dolor («cuando llegué, lloraba todo el día, no podía parar») y la impotencia «de tener que luchar desde fuera mientras que tanta gente valiente se ha quedado allí, con las cárceles llenas de inocentes y miles ofreciendo resistencia contra un régimen asesino que nos niega los derechos humanos más elementales, nuestro derecho a decidir».
Vida Azad fue testigo de muchas de sus atrocidades antes del asesinato de Mahsa Amini («Jîna era su nombre kurdo, prohibido por el Estado iraní»), la joven de 22 años torturada por la policía de la moral por llevar mal puesto el hiyab el pasado septiembre. «La chispa que encendió la mecha» y sacudió las calles de todo el país, tomadas por la rabia contra la sinrazón. «Porque lo que se ha llamado 'la revolución del velo' es mucho más que eso», explica Vida. «Es la revuelta de un pueblo harto contra un régimen en el que las mujeres viven absolutamente sometidas».
Ella fue una de esas jóvenes aterrorizadas por la policía de la moral que patrulla las principales arterias de Teherán. Sus amigas, sus hermanas, estaban en las calles mientras las fuerzas del régimen opresor utilizaban escopetas de perdigones para abrir fuego contra los manifestantes. «La orden era disparar a los ojos y los genitales. Muchísimos jóvenes se han quedado ciegos y otros muchos, con secuelas permanentes. Personas que han vencido al miedo y han puesto su propio cuerpo por esta revolución contra las políticas patriarcales de la República Islámica».
Los vídeos de cientos de mujeres respondiendo a los clérigos por el uso del velo, cortándose el pelo en señal de repulsa, y esas manifestaciones masivas, en las que se coreaba el lema kurdo «jin, jiyan, azadî» -'mujer, vida, libertad', nacido en el movimiento de liberación de las mujeres del Kurdistán- a pesar de la feroz represión son los indicios que demuestran que Irán «puede estar frente a un cambio liderado por nosotras, cada vez más conscientes».
Esa es al menos la llama de esperanza que mantiene en pie a Vid Azad y esa consigna que las mujeres kurdas entonaron por primera vez de forma colectiva el 8 de marzo de 2006 es la que ella volverá a gritar este 8M «por todas las mujeres del mundo». Mujeres que representan la mitad de la población del planeta. Más de 3.800 millones que siguen sufriendo la desigualdad de género en sus distintas formas y ámbitos.
«No hace falta irse muy lejos. Aquí mismo, en España, aunque hemos avanzado mucho, seguimos estando muy atrasados», defiende Raquel Bores Campillo, nacida en Australia en 1974, hija de emigrantes que eligió la tierra de su padre, cabraliego, para comenzar una nueva vida. Mujer de carácter: «Me casé a los 24 años y mi marido era un maltratador. Así que un día dije: 'Me voy'. Y me fui».
Así recaló Raquel en Asturias, donde hoy vive con su hija, de quince años. Siendo «siempre la extranjera, ni de aquí ni de allá», y con la seguridad de que «la discriminación en el ámbito laboral persiste»: «Por ejemplo, detrás de una líder de una multinacional, siempre hay grandes mujeres. Y te lo digo yo, que soy una de esas ejecutivas en la sombra después de haber hecho trabajos de todo tipo desde los diecinueve: como camarera, limpiando habitaciones, de recepcionista...». Y, al mirar a las que vienen, como su hija, Raquel observa «un claro retroceso»: «Estoy notando que en su generación hay bastante machismo en el sentido de que se dejan someter bastante por los chicos. Así que, de vez en cuando, me siento a hablar con ella y a insistirle: 'No, no, no'. En eso, las redes sociales son lo peor que nos ha podido pasar».
También de esa desigualdad en el terreno laboral sabe mucho Gaga Kovacevic, que sufrió los horrores de una contienda fratricida en su Belgrado natal («me recuerdo muerta de miedo bajo las sábanas, mientras escuchaba las bombas caer alrededor») y que hoy vive en Gijón con su «gran amor», a quien conoció en 1986 en Yugoslavia, en un intercambio de coros.
«Después, cada cual hizo su vida. Yo me casé, tuve un hijo y una hija, luego me separé y estuvimos 35 años mandándonos cartas entre Serbia y España. Era mi mejor amigo hasta que tuvo un accidente, entró en coma y, cuando se despertó, la primera imagen que vio fue la de mi cara», resume la historia de película que la hizo llegar a Asturias (un lugar que tuvo que «buscar en el mapa»), dejando atrás un país en el que su madre, que ya ha cumplido los 86, «trabajó toda su vida y ya viajaba con sus amigas por toda Europa desde bien joven». Donde tenía «igualdad salarial, becas y un piso que te da el Estado cuando te casas».
«Hay que tener mucho valor y dos ovarios para meter toda tu vida en una maleta y tus documentos en dos lápices de memoria, pero las mujeres lo tenemos y el futuro es femenino», sostiene Gaga, que tituló en dos carreras, habla varios idiomas y trabaja como ayudante de cocina en Cabueñes mientras encuentra apoyo en la red 'Women in power', «un hormiguero con cientos de asturianas donde se habla poco y se actúa mucho».
Un trabajo en red que resulta «esencial», concuerda Sara Álvarez Medrano (Santa Cruz del Quiché, Guatemala, 45 años), mujer de una pieza que también sobrevivió a una guerra. Terapeuta especializada en «trabajar con mujeres y tratar de sanar las violencias que nos atraviesan: el racismo, la guerra, las desigualdades, la violencia sexual...».
Maya K'iche' que viste con orgullo ancestral la indumentaria de su pueblo y que conoció a su mujer, asturiana, en el terreno de la cooperación, con la que ha vuelto «para empezar una nueva etapa, sabiendo que se puede sonreír a la vida tejiendo vínculos» con mujeres de México a Colombia, pasando por Bilbao o Barcelona.
«Un tejido de mujeres que nos fortalecemos ancestralmente y otras que hoy nos seguimos 'acuerpando', como los colectivos de mujeres migrantes y feministas» con los que volverá a marchar este 8M. «Porque no vamos a callarnos hasta que todas las mujeres racializadas, migrantes, lesbianas... vivamos con dignidad».
Y, cuando le preguntan a la senegalesa Aminata Keita (32 años, ocho de ellos en esta tierra, que estudió para ser bióloga en Dakar y que hoy trabaja limpiando casas en Gijón mientras cría sola a su hija Fátima, de cuatro), tampoco duda: «Todavía queda mucho por hacer, pero nuestra fuerza imparable. Antes, en mi país, las mujeres se quedaban en casa mientras los hombres trabajaban. Ahora, casi todas mis amigas tienen sus estudios y sus empleos». Y, cuando ella le pregunta a Fátima qué quiere ser de mayor, la pequeña sonríe desde sus enormes ojos negros y responde sin temor a equivocarse que «princesa, para no tener que limpiar».